16.2.16

El cerco y la palabra


Hasta ayer, cuarto día de su visita a México, el papa Francisco no se había expresado en torno a los delitos sexuales perpetrados y encubiertos de manera contumaz por sacerdotes y dignatarios de la iglesia católica mexicana. No había pronunciado tampoco un mensaje concreto de solidaridad con las víctimas de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos cometidas por los poderes públicos en todos sus niveles, en especial las desapariciones forzadas, de las que son emblemáticas las que sufrieron 43 estudiantes de Ayotzinapa y que hasta la fecha el gobierno federal no ha querido esclarecer. El pontífice no ha tenido palabras de condena inequívoca a los feminicidios ni a la indiferencia frente a ellos de las autoridades. En cambio, en lo que va del viaje, Francisco ha hablado fuerte y claro en contra de la corrupción y la avaricia de los gobernantes y empresarios y su relación inocultable con la inseguridad y la violencia que padece el país, ha emitido frases de repudio a la frivolidad, la insensibilidad y la arrogancia del alto clero católico y ayer, en San Cristóbal de las Casas, se manifestó en contra de la opresión, la marginación y la explotación de que son víctimas los pueblos indígenas.

Los mensajes y los silencios del Papa pueden ser interpretados como muestra de su disposición a conducir la iglesia por el camino de la solidaridad con los que sufren y a distanciarse de la convivencia con los promontorios del poder opresor, explotador, corruptor y asesino. En cambio, el fundado escepticismo social ante el Papado concluye que el discurso de Francisco –desde que se sentó en el trono de Pedro y hasta la fecha– es una operación de mercadotecnia y simulación para restaurar el alicaído ascendiente de Roma ante feligresías católicas ofendidas y desencantadas por los numerosos y sistemáticos agravios recibidos desde el que debiera ser su liderazgo espiritual. “Pura palabrería hueca”, sostienen algunos, acaso sin reparar en el hecho de que toda dirigencia (religiosa, política, social) se ejerce primordialmente por medio del lenguaje y que la palabra del poder no siempre es ajena al poder de la palabra.

Algo que debiera tomarse en cuenta es la manifiesta tensión entre el cerco que las distintas ramas de la oligarquía nacional –la política, la clerical, la empresarial, la mediática– han tendido en torno a Francisco y la determinación de este último a mantener la coherencia de su discurso al margen de halagos y maniobras de seducción y neutralización de quienes tienen en sus manos la organización y la logística de la visita: la jerarquía eclesiástica, la Presidencia y las gubernaturas de las entidades visitadas. Para gobernantes, arzobispos y compañía, es fundamental que el pueblo se quede con la percepción de un pontífice tan insensible, arrogante y torcido como ellos, de un Papa palaciego rodeado por un primer círculo de corruptos, encubridores, oportunistas y magnates. Al parecer, sectores de la alta clerecía, adversos de antemano a los mensajes del jesuita argentino, han operado incluso para adelgazar la concurrencia popular a las vallas y actos masivos.

Así se desarrolla, a ojos de quien quiera verla, una lucha en la que se dirime el sentido primordial de la gira: ratificar la vieja alianza opresora y corrupta entre el Vaticano y los poderes institucionales y fácticos del país o dar testimonio de renovación al lado de los oprimidos, los explotados, los marginados y los diezmados por las varias violencias estructurales y programadas del régimen.

Por lo pronto, alguien le ha recordado en la cara a Peña Nieto que aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada, tendrá siempre las manos manchadas de sangre; alguien le ha dicho a Norberto Rivera y a sus compinches, también en su cara, que no deberían andar haciendo arreglos en lo oscuro con los dueños del dinero y los apoderados del presupuesto, que dejen de aspirar a ser príncipes y que asuman con humildad y transparencia su tarea pastoral.

Ciertamente, un elemento del cerco en torno a Francisco es la cara dura de los identificables destinatarios de sus mensajes. Esos oyentes no se ponen el saco ni aunque traiga bordados sus nombres y apellidos, y así pretenden dejar la impresión de que las duras palabras del Papa no tienen nada que ver con ellos. Pero si el pueblo las escucha y confirma con ello la legitimidad de sus reclamos, el cerco se habrá roto.

Quedan unas horas de aquí al fin de la visita y hasta ayer al medio día Francisco aún no había externado algunos posicionamientos sobre algunos de los agravios más visibles de cuantos ha padecido la sociedad mexicana. Ojalá lo logre.



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