6.6.12

Errores de cálculo



A menos de cuatro semanas para la elección presidencial, se desvanecieron los supuestos sobre los que se había diseñado la estrategia del PRI, que en los comicios federales anteriores (2009) emergió como la mayor fuerza electoral del país. El principal de ellos era que en este 2012 la disputa presidencial podría plantearse como un referéndum en torno a la docena trágica del panismo. El segundo, que Acción Nacional no podría salir con bien de esa prueba, habida cuenta de los saldos de catástrofe de eso que el lapsus de alguien convirtió en “Vicente Calderón”: desde la renuncia del guanajuatense a encabezar una transición democrática hasta la masacre provocada por las estrategias fallidas o perversas del michoacano, pasando por la galopante corrupción en las administraciones de ambos y el manejo económico decepcionante, por decirlo suave, en el lapso 2001-2012. El tercero, que el Revolucionario Institucional estaba lo suficientemente bien posicionado para cosechar los frutos del desencanto, tanto por la persistencia de sus aparatos corporativos en los ámbitos estatales –la madura ingeniería de la compra y coacción del voto– como por su alianza restaurada con las aplanadoras mediáticas de siempre, las mismas que se encargaron de fabricar un candidato con los mismos instrumentos publicitarios con los que se lanza un nuevo producto al mercado. Por añadidura, el priísmo calculaba (cuarto supuesto) que las izquierdas electorales no serían capaces de abandonar la zona de escasa visibilidad a la que fueron confinadas después del fraude electoral de 2006 y que no podrían, en consecuencia, ir más allá de su voto duro ni obtener beneficio electoral alguno del referéndum antipanista.

El PRI esperaba aplicar su estrategia en un entorno social desarticulado y atomizado, formado por individuos asqueados de la política y preocupados en lo fundamental por sobrevivir o, en el mejor de los casos, por construir perspectivas de certidumbre o de éxito personal, así fuera en medio de un país que naufraga. Contaba, pues, con la destrucción del tejido social causada por un cuarto de siglo de neoliberalismo gobernante, el descrédito de lo colectivo y la resignada aceptación del individualismo conformista que se aferra con las uñas a unas reglas del juego presentadas como las únicas posibles. Basado en ese cálculo, diseñó una campaña muy parecida, en el fondo, a la publicidad de las compañías de seguros: te vendo tranquilidad, confianza, solidez, estabilidad, certezas, salas de estar con chimenea y ventanas que dan a un jardín con pasto muy verde, rostros sonrientes y felices, familias armónicas.

Lo que el PRI no tomó en cuenta es que el referéndum que perdió el PAN ocurrió hace seis años, en 2006 (por eso, es inexacto afirmar que la campaña de la aspirante presidencial panista “se cayó”: es que, simplemente, nunca “levantó”), y que lo que ahora se decide es la aceptación o el rechazo del PRIAN en su conjunto. El ánimo social no va a someter a referéndum a seis o doce años de desgobierno, sino a tres décadas de declive nacional sostenido, y ante ello, la campaña priísta en curso es tan improcedente e inverosímil como si en Estados Unidos el Partido Republicano hiciera campaña con consignas pacifistas.

Sería injusto, sin embargo, atribuir únicamente al tricolor la imprevisión y el fallo de cálculo. La verdad es que ninguna de las fuerzas políticas con registro fue capaz de prever la emergencia de #YoSoy132 ni la rápida e insospechada generalización de principios y reclamos que han sido sembrados desde hace mucho tiempo por las izquierdas que incursionaron en el escenario electoral, por los zapatistas de Chiapas, por el movimiento lopezobradorista, por la resistencia de los trabajadores electricistas, por las movilizaciones magisteriales, por los comuneros de Atenco, por los deudos de los mineros de Pasta de Conchos, de los niños muertos en la Guardería ABC, de las víctimas inocentes de la guerra de Calderón.

Las crecientes movilizaciones sociales de última hora, representadas en los 9 caracteres de #YoSoy132, no piden el sufragio por López Obrador sino que exigen las condiciones para emitir un voto libre, informado, consciente y efectivo. Si esas condiciones se logran, el 1 de julio la ciudadanía habrá de decidir entre seguir en el modelo de país implantado desde los años ochenta del siglo pasado o llevar a la nación por un nuevo camino. Ese es el verdadero sentido del referéndum que se avecina.

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