8.3.12

WikiLeaks, el espejo odioso




Por años, Reuters insistió ante el gobierno de Estados Unidos para que le diera a conocer las grabaciones del ataque perpetrado el 12 de julio de 2007 en Bagdad por la tripulación de un helicóptero Apache contra el reportero de esa agencia Namir Noor-Eldeen y diez personas más. El 5 de abril de 2010 WikiLeaks obtuvo el material, lo hizo público por medio de Youtube con el título Collateral Murder (“Homicidio colateral”)  y de entonces a la fecha, el video ha acumulado más de 12 millones de visitas. El material exhibe las prácticas criminales de las fuerzas armadas de Washington y deja al Pentágono como mentiroso, pues, hasta antes de la filtración éste sostuvo que la masacre había sido resultado de un enfrentamiento entre insurgentes iraquíes y las fuerzas invasoras. En el video puede verse cómo los tripulantes de la aernoave identifican a un hombre que porta una cámara de televisión, disparan contra él y sus acompañantes, y cómo lanzan nuevas ráfagas de su cañón M230 de 30 milímetros contra otras personas que, a bordo de una camioneta, se acercaron a los heridos con el propósito de socorrerlos.

El 25 de julio, WikiLeaks, por medio de los periódicos The Guardian, The New York Times y Der Spiegel, hizo públicos 92 mil documentos sobre la Guerra de Afganistán (The war logs) entre 2004 y 2009. En ellos hay información irrebatible sobre asesinatos de civiles por la fuerza multinacional que ocupa ese país, ineptitudes monumentales que conducen a la muerte de soldados propios y una vasta corrupción en el manejo del conflicto.

Por esas mismas fechas, en Las Habana, Fidel Castro concedió sendas entrevistas a Carmen Lira, directora general de La Jornada, y a un panel de periodistas venezolanos reunidos por Telesur. En ambos encuentros, el viejo guerrero tuvo expresiones de admiración y encomio para WikiLeaks. Lira transcribe la “fascinación” de Castro con la organización fundada por Julian Assange:

–¿Te das cuenta, compañera, de lo que esto significa? Internet ha puesto en manos de nosotros la posibilidad de comunicarnos con el mundo. Con nada de esto contábamos antes (…) Estamos ante el arma más poderosa que haya existido, que es la comunicación.”

En la entrevista organizada por Telesur, el comandante retirado opinó que gracias al poder de la comunicación y la transmisión “no harán falta las revoluciones” (armadas, se entiende) y consideró que a WikiLeaks “habría que hacerle una estatua”.

En octubre siguiente WikiLeaks hizo públicos 400 mil documentos del Pentágono relativos a la guerra de Irak (Iraq War Logs). Con ellos es posible confirmar que las torturas de Abu Ghraib no fueron excepción sino botón de muestra, que Estados Unidos ocultó en sus informas públicos la muerte de unas 15 mil personas y que los asesinatos de civiles a manos de los invasores  y de sus aliados locales fueron más frecuentes de lo que se admitía.

Un mes más tarde, el año el grupo de ciberactivistas reveló 250 mil cables enviados al Departamento de Estado por representaciones diplomáticas de Washington en el mundo. En un principio, la información fue entregada a cinco diarios (The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y El País). La Jornada fue la sexta publicación del grupo y en febrero de 2011 empezó a publicar lo más relevante de la información contenida en los cables enviados en años anteriores a Washington por la embajada y los consulados estadunidenses en territorio mexicano.

–Ustedes le han propinado al poder estadunidense el mayor golpe que ha recibido desde el 11 de septiembre de 2001 –se le comentó a Assange por esas fechas.

–Sí –respondió con orgullo–. Pero en nuestro caso no hubo ni un solo muerto.

Para entonces, sin embargo, WikiLeaks y su fundador ya se habían ganado el odio implacable de la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono y algunos personajes característicos de la actual derecha esadunidense, como la inefable Sarah Palin, quien no tuvo empacho en exhortar al asesinato de Assange.

Exhibido en toda su criminalidad y corrupción, el poder público de Washington no encontró otro argumento contra los ciberactivistas que el supuesto riesgo en el que habían colocado a militares, empleados e informantes. Fue como si un violador filmado en flagrancia se quejara por la  invasión de su intimidad.

En forma paralela a la acusación insostenible contra el australiano por supuestas agresiones sexuales perpetradas en Suecia, y que lo mantienen virtualmente encadenado en Gran Bretaña, desde diciembre de 2010 el poder político-económico del imperio movió sus piezas y estableció un verdadero cártel entre las más influyentes instituciones financieras del mundo con el propósito de imponer un bloqueo económico al portal incómodo. En la medida en que ese cártel controla el sistema global de pagos electrónicos, condiciona también a quienes emplean tales servicios, independientemente de su nacionalidad, y vulnera el derecho a la información y la libertad económica de quienes desean conrtibuir al sostenimiento de Wikileaks con donativos. Es una cruzada ilegal y una censura indirecta que distosiona severamente los principios de los que se jactan las democracias liberales.

La debilidad de WikiLeaks reside en su carácter de organización no lucrativa, independiente de cualquier gobierno o fundación: salvo por los pagos de conferencias, la totalidad de sus finanzas depende de donaciones del público –la donación promedio es de 25 dólares, y las más numerosas provienen de Estados Unidos, la Unión Europea, Suiza y Australia– y la mayoría de éstas se realizaba por medio de tarjeta de crédito. Pay Pal, Visa, Master Card, Bank of America y Western Union, que en conjunto controlan la mayor parte de las transacciones electrónicas en el mundo, se unieron al bloqueo contra la organización de ciberactivistas.

Esa misma independencia explica, paradójicamente, la fuerza de la organización, por cuanto da fe de su independencia y cimienta su credibilidad, la cual descansa en un hecho adicional: ninguno de los documentos hasta ahora por WikiLeaks ha resultado falso. En medio de las amenazas, el bloqueo financiero y el acoso judicial contra su fundador, en estos 14 meses el grupo ha seguido dando a conocer una gran cantidad de documentos sobre los aspectos más sórdidos e impresentables del poder político y económico.

Es significativo que a Washington le haya sido más fácil deshacerse del régimen de Muamar Kadafi, armado con aviones y misiles, que de un grupo de personas dispuestas a dar a conocer las entrañas podridas del poder mundial y que no disponen de otro medio de defensa que unas computadoras portátiles y la corrección ética de su causa, la cual genera una simpatía difusa –o no tanto– en un número incalculable de personas de muchos países.

La diferencia entre los enemigos tradicionales de la superpotencia –Saddam Hussein, Osama o el propio Kadafi– y WikiLeaks no reside en el tamaño del odio que la Casa Blanca profesa a unos y al otro, sino en la catadura moral. Los miles de páginas y de horas de televisión destinadas a desacreditar a Assange y a su organización suenan a mentira, y no es fácil vender la especie de que los ciberactivistas ponen en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos ni siquiera entre los sectores más atrasados y patrioteros de las sociedades del Primer Mundo. Por el contrario, mientras más se afanan Washington y sus aliados en demonizar a WikiLeaks, más nítido resulta que los gobiernos y las grandes corporaciones de Occidente –y de otras partes– tienen mucho que esconder. Para los poderes políticos y económicos del mundo la organización es un espejo odioso en el que se refleja lo peor de sí mismos. Para las sociedades, en cambio, es una ventana inapreciable que permite asomarse a la inmundicia de quienes actúan en su nombre. El que esa ventana siga abierta depende, en buena medida, de todas las personas interesadas en que se conozca la verdad.

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