16.3.12

Prefacio

Empieza hoy esta serie de apuntes, que irán apareciendo en #PulsoCiudadano, y que se escriben con la esperanza de su difusión en las redes sociales, sobre personajes, circunstancias y cifras de la catástrofe regresiva en la que se encuentra México.

Los cuerpos descuartizados son la otra cara de la moneda de los truhanes respetables que se pasean, sin sombra de sospecha que les nuble la vida, en Audi blindado o en helicóptero. El desmantelamiento sistemático de todo lo que huela a pueblo es el correlato de los rascacielos impecables. Hay vasos comunicantes inocultables entre la pulcritud de las oficinas públicas y la hediondez que brota de las fosas comunes, los lamentos que escapan de los explotaderos de carne humana, el aire tóxico que se instala sobre los socavones a cielo abierto de las mineras transnacionales.

La persistencia de un régimen político podrido es posible por un ejercicio orweliano –vía los medios y el discurso oficial– de adulteración de lo real. Y lo más impactante, como dijo la entrañable Lillian Hellman acerca de la era negra del macartismo, no era el senador McCarthy con sus maneras de inquisidor medieval, sino “toda la gente que no se manifestó”: los tiempos de canallas requieren del acanallamiento generalizado, un requisito sine qua non para que este régimen oligárquico inicie –El Cielo no lo quiera, no lo permitamos nosotros– un nuevo ciclo con el concurso de cualquiera de sus franquicias electorales: la blanquiazul o la tricolor.

No vaya a recordarnos alguien, en un futuro cercano, que no fuimos capaces de alzar la voz ante el saqueo, la corrupción, las violaciones a los derechos humanos, la frivolidad, la insensibilidad y la ignorancia que caracterizan a este nuestro propio tiempo de canallas.

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