28.7.09

Al garete


El equipo que encabeza Felipe Calderón se conformó con el designio de administrar el poder para el grupo oligárquico que lo detenta desde hace varias décadas, pero sin un proyecto específico de gobierno más allá de la perpetuación de las viejas recetas económicas del llamado “Consenso de Washington”, una política de alianzas dictada por la debilidad y el oportunismo y un plan de lucha contra la delincuencia delirante e incoherente, diseñado para ganar puntos de popularidad en las encuestas más que para restaurar la seguridad pública y el estado de derecho. Con ese arranque, incluso si las circunstancias hubiesen sido menos desfavorables, habría resultado inevitable que el calderonato llegara a la mitad del sexenio con directrices agotadas y sin capacidad (la voluntad ya es lo de menos) para renovarlas. El Ejecutivo federal no tiene mejor idea para enfrentar la crisis económica (“presidente del empleo”, ja, o mejor dicho, snif) que minimizar su magnitud y sus impactos; quiso utilizar a los priístas y terminó derrotado por ellos; jugó a ser el paladín contra el crimen y acabó hundiendo al país en un baño de sangre al que no se le ve salida ni término, por más que el discurso gubernamental se empeñe en presentarnos cada nuevo montón de cadáveres como prueba de que está ganando la lucha a la delincuencia.

El encargo gerencial que el calderonato recibió de los grandes capitales, y que constituye su verdadero mandato, no ha tenido un cumplimiento mejor que los rudimentos de programa que se dio a sí mismo. Televisa ha tenido que conformar su propia bancada legislativa para fabricarse a su medida una ley cuya gestión se le atoró en el camino al gobierno; éste no consiguió entregar el petróleo a las transnacionales cuando los precios estaban altos y todo indica que, como se ha pronosticado, esta administración no será capaz de construir una nueva refinería, lo que frustrará a los grupos de poder locales que se la disputan y, sobre todo, a los contratistas urgidos de chamba en tiempos de recesión. Da la impresión de que el calderonato llega tarde a todos lados.

La “guerra contra las drogas” es un ejemplo patético. Mientras la autoridad mexicana sigue empecinada en un enfoque paranoico y simplista que data de los tiempos de Reagan, Gil Kerlikowske, el zar antidrogas del gobierno de Obama, llega a México con una prédica impregnada de sentido común: la tarea no puede reducirse a perseguir narcos y a decomisarles la mercancía, sino que debe incluir el combate a las adicciones y es necesario, por ello, “invertir en prevención y tratamiento tanto como lo hacemos en aplicación de la ley”. Por supuesto, en los trágicos 32 meses que llevamos de calderonato, el secretario de Salud de México no ha desempeñado un papel, ni chico ni grande, en la definición de las estrategias oficiales “antidrogas” ni se ha sabido que el gobierno destine un solo peso a la investigación científica que permita crear nuevos tratamientos contra las dependencias a cosas prohibidas ni se han inaugurado centros de rehabilitación al ritmo que se estrenan aviones, centros de comando y ametralladoras para aniquilar a reales o supuestos traficantes de drogas.

El calderonato perdió las elecciones, pero antes perdió su guerra policial absurda, desperdició las oportunidades para enfrentar la crisis económica global, fue incapaz de arbitrar a los poderes fácticos que lo impusieron justamente para eso, para dotarse de un árbitro, y ahora pierde a sus aliados. No es motivo de júbilo, porque a cada nuevo traspié del grupo que ocupa el gobierno federal, el país, abandonado al garete, alcanza nuevas cotas de postración. Lo peor de todo es que los calderonistas fueron alertados a tiempo de los problemas en los que se estaban metiendo. Se les dijo, se les dijo, se les dijo, pero ellos eran acá muy machines y muy picudos, y no pelaron.

25.7.09

Las elecciones del 5 de julio

Tres años han transcurrido
desde el fraude electoral
que colocara en Los Pinos
al usurpador Fecal.
Una catástrofe ha sido
este tramo sexenal:
más de diez mil homicidios
y devaluación bestial,
el gobierno está dormido
y a Calderón le da igual.

Dicen que ya hay democracia,
pero sabemos que no:
la prueba de esta falacia
es el propio usurpador
que siguió las mismas mañas
del partido tricolor
y cuando ya se acercaba
el tiempo de esta elección,
al pueblo de Iztapalapa
le organizó una traición.

Mandó llamar a sus chuchos,
telefoneó al tribunal,
y con los métodos sucios
de su condición fecal,
ya pretendía hacer suyo
el distrito electoral.

La gente de Iztapalapa
tiene clara su elección
porque por Clara Brugada
la mayoría votó
y quiere que Clara sea
jefa de delegación.
El tribunal mangonea,
manda anular la elección
y una candidata chucha
queda por imposición.

Señores, yo no les miento,
pero los chuchos no son
más que un vulgar instrumento
del espurio Calderón:
están contra el movimiento
que defiende a la Nación.
No dejen pasar su intento
en esta delegación.

La gente de Iztapalapa
se informa y se moviliza,
quienes urdieron la trampa
se llevan una madriza.
La voluntad ciudadana
ha votado por Juanito:
con ello, el triunfo de Clara
ha quedado por escrito;
pronto será delegada,
válgame Dios, qué bonito.

Dicen que los dinosaurios
en el frente nacional
su sitio recuperaron
y que nos puede ir muy mal.
Si se piensa con cuidado,
la cosa no es tan fatal
pues no se han diferenciado
el tricolor y Fecal:
más bien está demostrado
que con los dos nos va igual.

Pelele, ya te jodiste,
Pelele, estás derrotado,
Iztapalapa perdiste
frente al pueblo organizado.
Para colmo de tus males
tendrás por Legislativo
un rebaño de animales
del Jurásico nativo.
Preocúpense, albicelestes,
alármense, tricolores,
porque perderán sus huestes
y vendrán tiempos mejores,
que ya la ciudadanía,
sin presunciones ni pose,
le dice a la oligarquía:
¡nos vemos en 2012!

23.7.09

Sed de autodestrucción

Elaine Davidson

Pasan los días y las semanas y no logro escribir nada sobre Michael Jackson: me tiene apabullado la forma meticulosa, y hasta se diría que programada, en la que el hombre se hizo pedazos. Si quieren un ejemplo sobre esa capacidad de los humanos, no de todos, para destruirse a sí mismos, ahí tienen uno contundente. No hablo de la catástrofe ambiental ni de lo perniciosos que resultamos en tanto que especie, sino de las tendencias individuales a brincar al abismo, a comer vidrio molido, a mutilarse de las maneras más variadas. Hace unas décadas los entomólogos afirmaban que los animales se hacen daño a sí mismos sólo cuando se encuentran en cautiverio; creo que, de entonces a la fecha, el aserto ha sido más que relativizado por los suicidios colectivos de ballenas y por otras actitudes autodestructivas detectadas en toda suerte de amasijos celulares con o sin vértebras. Pero si los autoatentados en cautividad siguiera siendo cierto, estaríamos ante la conclusión aterradora de que los homo sapiens son mascotas de sí mismos, o algo peor: ganado, cobayos, capturas de cacería, bestias del circo de su propia especie. Quién sabe.


Orlan, en una de sus cirugías


Jackson adoraba o necesitaba causarse destrozos físicos pero a otros les da por reducir a talco su individualidad en términos emotivos o intelectuales o políticos: en cualquiera de esos casos, las actitudes autodestructivas nos son tan familiares como andar a pie y las tragedias de la Grecia clásica aportan un montón de situaciones en las que el héroe o la heroína avanzan derechito hasta meterse en la trituradora de carne: “La tragedia monta una experiencia humana a partir de personajes famosos, pero los instala y los hace conducirse de tal manera que la catástrofe aparecerá en su totalidad como probable o necesaria”. Algunos consideran que con el autor trágico Eurípides es pionero en la exploración de los ¿instintos? ¿impulsos? ¿designios? autodestructivos de los humanos, empujados a hacerse pedazos (junto con su entorno, a veces) ya fuera porque así lo determinó un destino (Hado), sellado a su vez en una transgresión originaria, o por su propio desencanto ante la ausencia de valores positivos entre sus semejantes.


Dennis Avner

El factor autodestrucción introduce torceduras en todo intento de análisis del acontecer humano. Por ejemplo, durante mucho tiempo tuve la certeza de que Salinas no había ordenado el asesinato de Colosio, y no necesariamente porque le faltara la maldad para hacerlo, sino porque el balazo fatal en el cráneo del candidato presidencial sonorense conllevaba una alta probabilidad de aniquilación política de su mentor, quien de seguro es (y era) lo suficientemente listo como para saberlo. Pero ese argumento, del todo ajeno a las (in)conclusiones legales de las numerosas investigaciones en torno al crimen de Lomas Taurinas, se me vino abajo cuando una amiga me cuestionó: “¿Y qué tal si Salinas se odiaba a sí mismo?” Su pregunta me hizo poner en una perspectiva distinta algo más que la muerte de Colosio: el proyecto de destrucción sistemática que arrasó al país a lo largo de seis años (1988-1994) en los ámbitos político, económico, social y ético, proyecto que no sólo dio al traste con vidas y bienestares innumerables sino que convirtió a un político joven, talentoso y megalómano que acabó convertido en máscara burlesca, en caricatura de la maldad hecha gobierno y en escala de complicidad irremediable, aunque públicamente execrado, para las trapacerías de sus sucesores (constitucionales o espurios) en el cargo y de numerosos miembros ilustres de todos los colores de la clase política. En términos simbólicos, la conversión moral de aquel “licenciado Salinas” —que danzaba entre reflectores— en el actual chupacabras —que opera en las tinieblas— podría equipararse con la transformación estética sufrida por el cantante recientemente fallecido, que tuvo por punto de partida el rostro de un niño negro agradable y simpático y culminó en un amasijo de cartílagos que servían como soporte para una espesa capa de maquillaje blanco.



Lo que los griegos consideraban una cruel travesura del sino fue llamado maldad o posesión por la moral cristiana, y posteriormente fue interpretado por el psicoanálisis ya fuera como la codificación, en clave de neurosis, de afectos imperativos marcados por las figuras materna y paterna o sus equivalentes, o como expresión de un “instinto de muerte”. Nadie podía escapar de las determinaciones de las diosas hijas de la noche, o Moiras: Cloto, la que hila destinos; Laquesis, la que los asigna, y Átropos, la que vigila su cumplimiento. La lógica cristiana apuntaba dos vías de salvación: la puerta estrechísima de la voluntad, que conduce del vicio y la perversión hacia el bien —con la desventaja de que antes pasa un camello por el ojo de una aguja— y el exorcismo, de éxito tan improbable antaño como hoy en día. La actual proliferación de psicoterapias, en cambio, pone al alcance de muchos la posibilidad real de superar tendencias autodestructivas, ya sea por la vía profunda (y tediosa, y cara) del diván freudiano, con los condicionamientos de circo del infame Skinner, en el desbordado optimismo de la terapia Gestalt o por medio de las prácticas un tanto místicas que preconizó Milton Erickson, o por otras (Fromm, Adler, Jung, Reich, Lacan...) o mediante una combinación de varias de ellas, o de todas. Muchos destinos personales y tal vez uno que otro país se salvarían de la destrucción si los afectados de comportamiento autodestructivo se dieran una vueltecita por el consultorio de un terapeuta.


Erik Sprague


Destrozarse la cara en visitas compulsivas al quirófano; desgobernar un país hasta dejarlo irreconocible; fumar, chupar o drogarse en exceso; permanecer vinculado a gente que le hace daño a uno; dar al traste en un santiamén con la credibilidad propia; romperse los riñones en la consecución de un éxito siempre esquivo; fabricarse una úlcera o un tumor con obsesiones que no vienen al caso; arruinarse la existencia con remordimientos sin sustento en hechos reales o con rencores exagerados; conducir con sueño o prisa por llegar a un sanitario o, simplemente, apurar una copita de veneno para ratas: pensándolo bien, las semillas de la autodestrucción han sido generosamente repartidas entre los individuos de nuestra especie.

Pensándolo bien, la percepción pública de la tragedia de Michael Jackson acaso sería radicalmente distinta si éste, en vez de adoptar una actitud vergonzante y esquiva ante su transformación, la hubiese asumido y presentado como producto de un impulso creativo. Creo que no son menos monstruosas las cosas que se han hecho la francesa Orlan, quien se implantó un par extra de pómulos en las sienes y ofrece como performances cargadas de significado sus cirugías plásticas en vivo o, en un plano menos glamoroso, el cantante texano Paul Laurence, El Enigma, quien se implantó cuernos, se alteró las orejas y se tatuó un rompecabezas en la mayor parte del cuerpo, o Elaine Davidson, la que hacia 2002 ostentaba 192 implantes metálicos en la cara y otros 270 en el resto del cuerpo, o Erik Sprague, El Hombre Lagarto, quien se sacó punta en los dientes y se construyó una lengua bífida, o Dennis Avner, quien se deformó toda la cara para parecerse a un felino. Frente a esos casos extremos de autodestrucción (y construcción) del rostro, el de Michael Jackson, que sólo aspiraba a parecerse a Peter Pan, podría haber pasado por modesto, si no es que casi inadvertido. Tal vez su error más grande no haya sido, entonces, el autodestruirse, sino el negar que aspirara a ello.

* * *

Sobre lo contrario: el pasado 17 de julio la queridísima Aralia López González fue apapachada por sus alumnos de la UAM Iztapalapa por su trayectoria como maestra, formadora, gestora de conciencias y de descontentos. Iba a poner aquí que yo también soy discípulo suyo y que ella es una de mis mamás favoritas, pero como se trata de homenajear, no de desprestigiar, mejor digo otra cosa: que de ella aprendí que el afecto podrá ser sujeto de conocimiento pero que, antes que eso, el conocimiento es un suceso afectivo y que las ideas son sujetos amorosos, tanto como el abrazo que le mando.

Querida Aralia



21.7.09

Déjenlas en paz

Jacinta Francisco Marcial, en la cárcel

Si se miran las cosas con una actitud optimista y positiva, habría que concluir que el país se encuentra estancado porque sus funcionarios públicos —policías, ministerios públicos, jueces, procuradores, embajadores en Washington, presidentes de la República— son tan, pero tan tontos, que se tragan la historia de agentes judiciales secuestrados por mujeres indígenas desarmadas: érase una vez, en el pueblo queretano de Santiago Mexquititlán, un tianguis al que asistían tres malvadas vendedoras de aguas frescas; cuando vieron llegar al sitio a seis heroicos pero ingenuos integrantes de la Agencia Federal de Investigaciones, concibieron la idea de privar de la libertad a uno de ellos para exigir rescate, pusieron manos a la obra y en menos de un día habían logrado su avieso propósito; un mes más tarde, las crueles comerciantes fueron capturadas con pleno respeto a sus derechos y a sus garantías individuales, confesaron su delito y un juez honorabilísimo y perspicaz condenó a una de ellas a 21 años de cárcel, como castigo ejemplar que sirviera de escarmiento a todas las vendedoras de aguas frescas del país. De ser así las cosas, algún día, y siempre y cuando se observen los principios de disciplina fiscal, libre mercado y mano firme, lograremos elevar el coeficiente intelectual promedio de nuestros gobernantes, éstos caerán en la cuenta de su error y pedirán perdón con honesto arrepentimiento.

Por desgracia, hay razones para el pesimismo, es decir, para suponer que la complacencia de las autoridades ante los numerosos atropellos sufridos por Jacinta Francisco Marcial, Alberta Alcántara y Teresa González no es producto de la estupidez crédula, sino parte de un patrón general de violaciones a los derechos humanos, de un designio para amedrentar de antemano a una población potencialmente levantisca y de un pacto de impunidad para beneficio de las verdaderas y auténticas bases sociales del calderonato: los contingentes militares y las corporaciones policiales.

Vicente Fox terminó su sexenio en medio de síntomas agudos de ingobernabilidad y en esa circunstancia no se le ocurrió nada mejor que estrenar con anticipación la “mano firme” de la promesa calderoniana. En Lázaro Cárdenas, en Texcoco-Atenco y en Oaxaca, el gobierno foxista, aliado con los poderes priístas o perredistas locales, reprimió, torturó, violó, secuestró y criminalizó las luchas sociales; en paralelo, convirtió a la Procuraduría General de la República, sucesivamente administrada por Rafael Macedo de la Concha y por Daniel Cabeza de Vaca, en un instrumento para golpear a adversarios políticos y en una fábrica de culpables, cuyas indagatorias atropellantes y abusivas hubieron de terminar, en muchas ocasiones, disueltas en la torpeza exasperante de un “usted disculpe”, o peor, ni siquiera en eso.

Calderón llegó al cargo sin el capital político ni la legitimidad que tuvo Fox —éste sí ganó las elecciones— y ha sido mucho más patente, y patética, su dependencia de los aparatos de fuerza coercitiva del Estado, hasta el punto en que pretendió convertir los operativos policiaco-militares en herramientas de propaganda electoral para hacer frente a unos comicios de medio término que mucho tuvieron de referendo sobre su gestión. Crecientemente alejada del empresariado mafioso que lo impuso en el cargo, la presidencia calderonista exhibe una debilidad política que da grima y difícilmente podría subsistir sin tanquetas, regimientos, puestos de mando, centros de arraigo, patrullas y demás emblemas de la fuerza bruta.

Miente Arturo Sarukhán: la violación a los derechos humanos no es cuestión de casos aislados sino una constante porque, en su circunstancia, el grupo gobernante no puede darse el lujo —aunque quisiera— de castigar los excesos y atropellos de guardaespaldas, protectores, carceleros, informantes, comandantes, sargentos y demás ángeles de la guarda, su dulce compañía: el calderonato hará lo posible por no sancionar de manera alguna las violaciones a los derechos humanos cometidas por policías y militares y por no corregir aberraciones de la justicia como las acusaciones inverosímiles, los abusos manifiestos y las sentencias injustas contra Jacinta Francisco Marcial, Alberta Alcántara y Teresa González. Pero si no hay margen para esperar de este régimen respeto la legalidad, cabe al menos exigirle que no ofenda a la inteligencia de los mexicanos y que no pretenda hacernos creer el cuento del secuestro de un pobre policía judicial por unas malévolas vendedoras de aguas frescas. Tengan un poquito de vergüenza, retiren las acusaciones contra ellas y ya déjenlas en paz.

Jacinta Francisco Marcial, Alberta Alcántara y
Teresa González, presentadas como delincuentes

16.7.09

De la vieja manía
de molestar al bicho


Acabaron los sanfermines con un saldo de un muerto, no sé cuántos hospitalizados y una generosa derrama económica para el ayuntamiento de Pamplona. La insensatez de esa celebración ancestral hace pensar en las innumerables maneras que hemos desarrollado de arriesgar el pellejo por mera diversión o por crear espectáculos en los que la exposición de de vísceras sea una posibilidad real y siempre presente. Provocar la furia de alguien o de algo por el mero gusto de ver qué pasa, e incluso a riesgo del pellejo propio, es un pasatiempo inmemorial. En algún momento incierto del tránsito de cazadores nómadas a agricultores sedentarios, algunos sintieron nostalgia por la adrenalina de perseguir a la bestia —o de ser perseguido por ella— y de los peligros que eso implica, y se dieron a la tarea de recrear la cacería con animales ya cautivos o recién capturados.

De los registros más viejos destacan los que dejó la civilización Minoica en Creta. Allí, hace cosa de treinta o cuarenta siglos, algunos intrépidos dieron por ponerse frente a un toro salvaje; cuando embestía, se agarraban de los cuernos para tomar impulso, daban una pirueta en el aire, caían sentados en la grupa, se bajaban y corrían a ponerse a salvo antes de que el cuadrúpedo se diera la vuelta. Uno supone que no pretendían más que burlarse del animal y hacerlo rabiar; en todo caso, es seguro que la idea no consistía en agotarlo con el propósito de reducirlo a chuletas, que para eso ya existían en esa época métodos más sencillos y, sobre todo, menos riesgosos. Tampoco se trataba de neutralizar —así fuera mediante la humillación y el ridículo— a un ser que amenazara a la gente. Eso ya le había tocado a Hércules en una de sus doce chambas: la primera fue matar al célebre león de Nemea, que aterrorizaba a los habitantes de la región; el semidiós hubo de eliminar al felino a mano limpia, y en el empeño (a juzgar por las representaciones en vasijas antiguas), el león no anduvo lejos de arrancar de un mordisco los tompiates de su rival.



De cualquier manera, es razonable pensar que en la vieja Creta unos cuantos practicantes del salto del toro murieron corneados o pisoteados por el animal, aunque de ello no haya quedado constancia en los frescos del mal llamado Palacio del rey Minos, en Cnosos. Es posible que la peligrosa actividad prefigure los rodeos que se llevan a cabo en el norte de México, Estados Unidos y Sudamérica, en los que la idea no es derramar la sangre del bicho sino su bilis. Por los mismos tiempos del brinco de astados en la isla griega, en China e India, otros ponían en riesgo sus posesiones o su honra en peleas de gallos criados especialmente para ese efecto. A los romanos les dio por enfrentar, en las arenas de sus circos, a animales diversos o similares, y puede que haya sido en esos establecimientos de grato solaz, sano esparcimiento y diversión moral, donde se originaron las peleas de perros en su forma actual. Igual pudo ser allí que hayan surgido los antecedentes de las actuales suertes circenses en las que un domador mete la cabeza en la boca de un león y procura sacarla aún pegada al tronco.

Muchos niños de la antigüedad y de la actualidad han gozado (en acto y/o en espectáculo) el arrancarle las patas, una a una, a una araña, o la cabeza a un grillo, o el experimento de meter un alacrán a un hormiguero, o la travesura de rociar con un líquido inflamable a una rata viva, prenderle fuego y ver cómo corre. Una vez, en mi infancia, unos conocidos me invitaron a una práctica que prometían divertidísima: pretendían capturar a un perro callejero, llevarlo a una gasolinera, meterle en el culo la manguera de la bomba de aire e inflarlo a una presión de 22 libras por pulgada cuadrada para ver si rebotaba y podía ser usado como pelota. Decliné la invitación, ya no supe si lograron su cometido y poco tiempo después les perdí la pista, pero me imagino que hoy en día bien podrían ser unos prósperos empresarios taurinos o promotores de palenques o bien truhanes expertos en la organización de peleas de perros.

Esto no es un alegato contra la crueldad humana hacia los animales. En lo personal, como sin remordimiento carne de cerdo, res, pollo y pescado, y cuando los fragmentos de esas criaturas llegan a mi plato no me atormento imaginando el degüello, la electrocución, el martillazo en el cráneo o el anzuelo angustioso en la garganta. Es de celebrar que se organicen gestas civiles para defender el bienestar de las focas descuartizadas por placer, las martas despellejadas por avaricia y los patos que entregan su hígado para que uno coma un paté delicioso sobre pancito recién horneado. Sólo apunto que tal vez sea más urgente —o prioritario— luchar por la verdadera abolición de la esclavitud, que sigue existiendo, o de la tortura, o de la pena de muerte aplicada a los homo sapiens.



Disculpen la frivolidad, pero acaso esta molestia no sea ética, sino meramente estética: las tripas, tanto las del toro como las del torero, suelen ir ocultas en un lugar preciso y necesario dentro del organismo, y sacarlas de ahí, como no sea con propósitos alimentarios o médicos, resulta casi siempre en un esperpento y una sandez. Los partidarios de las diversas clases de tauromaquia aducen que, sin ésta, nuestra cultura estaría llena de huecos y no habría grabados de Goya y de Picasso ni poemas enteros de García Lorca; otros alegan que juguetear con 500 kilos de carne furiosa para luego sacrificarla constituye un arquetipo de la civilización y hasta el triunfo de la línea vertical sobre la horizontal. Tal vez tengan razón, pero a estas alturas la civilización bien podría prescindir de esos espectáculos que empiezan con una paupérrima exhibición de arrogancia macha vestida de lentejuelas y acaban en charcos de sangre y vómito bajo una nube de moscas. A fin de cuentas, hoy en día a nadie se le ocurre pregonar la pertinencia de las decapitaciones con el argumento de que qué bonitas les quedaron sus composiciones a los numerosos pintores —de Donatello a Klimt, de Meister a Caravaggio— que representaron las cabezas de Holofernes y del Bautista: está bien, ya pasó, los cuadros están puestos en los museos, y ya olviden el afán de seguir relacionando los cuchillos con los pescuezos.

¿Y qué se hace? Los partidarios y fanáticos del toreo, de las pamplonadas, de los palenques y de los morideros clandestinos donde ponen a dos perros a despedazarse, e incluso algunos detractores de esas actividades que en algunos sitios son clasificadas como “deportes”, esgrimirán que están en su derecho, que la defensa de las tradiciones y que bla, bla, bla. Un dato esperanzador es que, según cifras españolas, las corridas de toros tienen una mayoría de defensores en individuos mayores de 40, y una minoría de partidarios entre los de 39 para abajo. Eso habla bien del desarrollo civilizatorio y la tendencia no sólo indica que los chavos pueden ser mucho más razonables y sensatos que los rucos, sino también que tal vez en un par de generaciones las plazas de toros vayan a la quiebra por ausencia de demanda. Lo único que no debiera hacerse, en mi humilde opinión, es declarar ilegales esas actividades: sería tan impracticable, tan absurdo y, en una de esas, tan contraproducente, como prohibir el mal gusto.


14.7.09

El gobierno del miedo

Si el conjunto de los temores de la población pudiera reunirse en un indicador macroeconómico, el gobierno de Felipe Calderón podría exhibir urbi et orbi su gran logro –el único en tres años– en foros internacionales, spots televisivos y anuncios espectaculares: la multiplicación del miedo.
En las zonas del país que han tenido la desgracia de ser seleccionadas por el régimen espurio para exhibir músculo y determinación, la gente vive aterrorizada por el poderío de los càrteles, pero también por un “estado de derecho” que se expresa en cateos, arrestos, torturas y hechos peores, perpetrados sin orden judicial alguna, las más de las veces, en retenes y “controles” en los que no es fácil distinguir si el enemigo a vencer es el narco o la población civil, en un aparato policial y militar que actúa libre de escrúpulos legales y humanitarios.

En el devastado territorio de la economía se vive en la zozobra de perder del empleo, de enfrentar incrementos súbitos e imprevistos de precios, de padecer acosos hacendarios sin sentido ni justificación, de sufrir –bien lo saben los empresarios– peticiones de diezmos que se llaman mordidas en el recodo menos pensado de un trámite o autorización, de amanecer con la noticia de un nuevo endeudamiento colosal, de una devaluación sorpresiva.

Sobrellevamos el temor a que cualquier día nos roben la cartera, el coche, los recursos naturales de la nación, el derecho al libre tránsito, las conquistas laborales, la playa pública, el sentido de nuestro voto. Padecemos la presencia de un gobierno que se las da de honesto pero que, siempre que encuentra la oportunidad, echa un pedacito de país a los bolsillos de sus integrantes o a los de sus socios nacionales o foráneos.

El miedo principal, el que compartimos todos, es que llegue un momento en el que la realidad pase la factura a las autoridades que fabulan una nación tan plácida como inexistente, cuando el país se salga del cauce de funcionalidad mínima en el que se ha mantenido no gracias al gobierno sino a pesar de él, y en el que todo el catálogo de recursos coercitivos se vuelva insuficiente incluso para aparenta una normalidad televisiva.

Las actitudes oficiales indican que los más apanicados de todos son los que ocupan el aparato gubernamental. Sólo el miedo –el de los funcionarios, en este caso– puede explicar esa obsesión por sembrar el terror en el resto del país, entre amigos y enemigos, entre subordinados e insumisos. Quienes conforman el calderonato viven con miedo a su propia torpeza, con temor al ridículo, con pánico al futuro, con terror a la cólera del pueblo.

El sentido común indica que lo peor que se puede hacer ante un grupo de sujetos tan medrosos es dejarse intimidar por ellos. “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”, formuló Liliana Felipe en una canción que es consigna y que ha resultado ser, además y sobre todo, un certero diagnóstico psicológico y político del gobierno espurio.

9.7.09

Espirales en acción


El universo tiene una marcada vocación de cochinilla: se enrosca a la menor provocación, cuando se le toca con el pétalo de una fuerza gravitacional, cuando debe evacuarse a sí mismo en el abismo teórico de un agujero negro, cuando se encuentran dos elementos o dos temperaturas, cuando un bicho inicia su crecimiento. Y allí, en galaxias que parecen rehiletes o en conchas de crustáceo filosas y absurdas, o en el vórtice execrable que forma el agua de un inodoro, deja plasmada una oración logarítmica precisa para que los humanos nos devanemos los sesos tratando de entender qué mensaje quiso enviarnos Dios con esas formas que parecen una flor torcida hacia adentro. Así lo intentó en 1509 Luca Pacioli (De Divina Proportione), quien creyó descubrir en el número áureo (algo así como la suma de 1 más la raíz cuadrada de 5, dividida entre 2, y que da una serie irracional de 1.6180...) la unicidad, la trinidad, la inconmensurabilidad, la autosimilaridad y la omnipresencia del Altísimo. Muchos han salido en búsqueda de la huella divina en la secuencia, al parecer infinita, que arroja la relación entre la longitud y el diámetro de una circunferencia (3.1415...) Qué intriga.

Una posibilidad insoslayable es que el Supremo Arquitecto del Universo sea fanático de las cochinillas (que no son insectos ni diplópodos sino crustáceos, miren ustedes de lo que se viene uno a enterar por andar hurgando en misterios insondables) y que haya optado por rendir homenaje a esas Sus criaturas favoritas modelando a su imagen y semejanza sistemas estelares, huracanes, desarrollos germinales y remolinos de escusado; y no sólo eso, sino que también haya dejado caer en los cerebros de Pitágoras, Euclides, Arquímedes, Hemachandra, Fibonacci, Pacioli, Leonardo, Bernoulli, Euler, Coriolis (tan listos que se creían ellos, ja) el gusano, espiral o no, de investigar qué madre pasa con esas formas.

Pero, para infortunio de los creyentes, las semejanzas entre un tornado y la concha de un calamar parecen ser superficiales e incidentales y las leyes físicas son bastantes para explicar cada fenómeno espiral por separado: los brazos de una galaxia se curvan ante la atracción de la almendra gravitacional que el Big Bang colocó en su centro; los huracanes son modelados por el efecto Coriolis que les imprime la rotación de la Tierra, y los seres vivientes construyen sus formas espirales en función de necesidades específicas. El otro día, mientras le ayudaba a Clara a preparar su conferencia escolar, descubrimos que los huevos de tiburón poseen una cubierta espiral que los zoólogos no explican, oh, como manifestación del número de oro ni como expresión de divinidad entre los escualos, sino como un ardid de la biología para que los frutos del vientre de mamá tiburcia queden sujetos a las rocas del lecho marino y no anden de aquí para allá, como la célebre carreola en la escena de las escaleras del Acorazado Potemkin. Y ahorita me refiero a los remolinos que se forman en cualquier desagüe.

También la dinámica de fluidos responde por la formación de ciclones y tornados, y no tiene gran cosa que ver con las lentas coreografías galácticas. En cuanto a los seres vivientes que se enroscan y desenroscan, tal proceder está determinado por las columnas helicoidales (¿mera coincidencia?) del material genético, no por fenómenos gravitacionales ni por complicadas fórmulas hidráulicas.

Desde este punto de vista, el de la soberanía de la hermosa materia, la repetición de formas espirales en diversas escalas y ámbitos es una mera casualidad, y no la única: por ejemplo, la naturaleza también es una proliferación de esferas, forma geométrica que lo mismo encarna en estrellas y planetas que en melones y mandarinas, sin que ello lleve a (casi) nadie a pensar en un Dios obsesionado por las pelotas. Tampoco guardarían relación entre sí los huevos de la gallina (ni los de nadie más) con las órbitas elípticas que trazan los cometas alrededor del Sol.


La mayor parte de la gente, por cierto, sostiene que, como consecuencia del mentado efecto Coriolis, en el hemisferio norte los remolinos del agua que se va por una cañería se mueven en el sentido de las manecillas del reloj, en tanto que, al sur del Ecuador, el fenómeno ocurre en la dirección inversa, y que si te sitúas en la rechoncha cintura planetaria, el agua bajará sin rotar y sin hacer aspavientos. Otros dicen que eso es una patraña, porque hay diversos factores locales (el movimiento molecular del líquido, las partículas y objetos que hay en él, los movimientos iniciales, la forma del recipiente) mucho más poderosos que el débil llamado de la rotación, y que, en consecuencia, un vórtice se mueve más bien en el sentido que le da la gana o en el que le indican el azar y el caos, independientemente del hemisferio en el que transcurra su existencia, casi siempre fugaz.

Atormentado por la duda de quiénes tienen razón, marqué el número de una amiga que anduvo recientemente en Buenos Aires y le solté la pregunta a boca de jarro: “¿Es cierto que allá, al tirar el agua por el escusado, el líquido y las cosas peores giran en sentido retrógrado?” "Claro --me respondió, después del desconcierto inicial-- y en las regiones ecuatoriales, el agua baja derecho, sin hacer remolinos”. Como horas más tarde no lograba decantarme en favor de una u otra posición, me resigné al clásico método empírico. Empecé por el inodoro del baño de visitas y en dos ocasiones --aclaro que sin carga alguna más que el agua cristalina--, el giro fue a la izquierda, es decir, en sentido contrario a las manecillas del reloj. Fui al lavadero de la cocina, llené de agua el mueble y puse residuos de café para apreciar mejor el movimiento. Claramente, giró hacia la izquierda. Repetí el experimento y el agua fluyó en el sentido que debería ser, es decir, a la derecha. Ante resultados tan poco concluyentes, hice un tercer intento y en esa ocasión no hubo remolino ni aspavientos espirales: el agua descendió como se supone que debe hacerlo en Quito. En mi baño, el escusado pertenece al hemisferio norte, pero el lavamanos habita en el sur.

Como no llevé a cabo los experimentos en forma rigurosa ni llamé a un notario para que diera fe de los resultados desconcertantes, éstos carecen de toda validez científica y del más remoto asomo de legalidad. Háganlos ustedes en sus inodoros, en sus lavabos y en sus alcantarillas, y saquen sus propias conclusiones.

Por mi parte, obtuve tres hipótesis posibles: a) o bien el impacto diferenciado del efecto Coriolis y eso de los vórtices orientados a contentillo del hemisferio es una patraña, o bien la humilde casa de ustedes está situada en un túnel de la cuarta dimensión que a cada rato la hace transitar de Johannesburgo al Ajusco, pasando por Putumayo, o bien Dios es mucho más travieso de lo que admiten los teólogos y no le es posible estarse sosiego.

En una ocasión hice contacto con una mujer aguda y hermosísima, y tan etérea e inasible que no se le podía regalar flores; me dio por enviarle espirales de diversas clases. Como no me peló ni poquito ni mucho, perdí el interés en esa grácil forma de la naturaleza, del arte y de las matemáticas, y no fue sino hasta ahora, que daba vueltas en espiral hacia el pasmo porque no se me ocurría ningún tema, que la recordé (la forma, quiero decir) con su banalidad y su misterio. Tal vez no se deba a una mera coincidencia el que el signo de interrogación sea un principio de espiral; es posible que el desconocido genio tipográfico (y semiótico) que lo inventó haya tenido en mente la figuración de lo desconocido y el principio y el fin de todas las cosas.

8.7.09

Consejos a los
gorilas hondureños


Quién iba a suponer que a estas alturas,
del muladar de las castrenses filas,
un grupo detestable de gorilas
iba a salir, y secuestrar a Honduras:
una tal pesadilla no cabía
en el pensar de la ciudadanía.

Pues hete aquí que —vaya precedente—
diez gatos de fusil y un comandante
lograron de manera fulminante
arrestar y exiliar al presidente
y, en lo que constituye un mal augurio,
luego impusieron un gobierno espurio.

Tomándose el asunto muy en serio,
los organismos internacionales
y presidentes constitucionales
alertaron a todo el hemisferio
(quién sabe si haya alguno que les crea
más que al libro de cuentos de la OEA).

Ante el impresentable desenlace
pasaron a rasgar sus vestiduras:
“Señores, por favor, que travesuras
como ésta, no van más; eso no se hace;
sabed también que la aventura toda
hace ya tiempo que pasó de moda.

“No debéis recurrir a los trancazos
para poder saber lo que se siente
que lo llamen a uno presidente
ni promover sangrientos cuartelazos;
por supuesto, tampoco habrá razones
para perder el tiempo en elecciones:

Haced como Salinas, el funesto
que llevó a su país al precipicio:
primero se robó todo un comicio
y ya pudo robarse el presupuesto;
la oposición le hacía los mandados
y fueron cientos los asesinados.

O Fujimori, a quien llamaban “chino”
aunque fuera nipón; un tipo grueso
que por sus bolas disolvió el Congreso
y era ladrón, corrupto y asesino;
o Menem, un sujeto descarado
que a su país dejó todo saqueado.

Y si queréis ejemplos más actuales,
uno bastante atroz tenéis a mano:
el diminuto Atila michoacano
de actitudes más bien dictatoriales
y quien, como seguro ya sabéis,
se robó la elección de 2006.”


7.7.09

Precedente


No es que el dinosaurio regresara, sino que nunca se ha ido. Por las buenas (1994 y 2000) o por las malas (1988 y 2006), con rostro tricolor o cara blanquiazul, en el último cuarto de siglo el grupo gobernante ha mantenido el control de Los Pinos, San Lázaro y Xicoténcatl y se ha conservado idéntico a sí mismo, tan corrupto, insensible, autoritario y delictivo como siempre. La derrota de Calderón & Co. frente a Manlio Corp. es resultado de un pleito de familia que no altera el rumbo de regresión que se ha impuesto al país desde las cúpulas institucionales y la mayoría de la sociedad no tiene, en consecuencia, motivos para la celebración ni para el duelo.

La derrota sufrida por las causas populares ocurrió mucho antes de las elecciones del domingo y fue la defección de la corriente que controla el aparato perredista nacional y su incorporación plena al proyecto oligárquico de preservación del poder.

Sin embargo, en la capital de la República, bastión de las izquierdas, la ciudadanía organizada que resiste los empeños privatizadores y corruptores logró colocar en puestos de elección a la mayor parte de sus candidatos afines, por fuera o por dentro del PRD. No se pudo en la Benito Juárez ni en la Miguel Hidalgo, y es de lamentar, pero en Iztapalapa se logró un triunfo sin precedentes: impedir que los partidos siguieran utilizando a la ciudadanía para los intereses de sus respectivos aparatos burocráticos y colocarlos al servicio de los ciudadanos.

El enjuague inmundo ensayado días antes de los comicios por los chuchos iztapalapenses, en connivencia con priístas, funcionarios del calderonato y magistrados sin gota de credibilidad ni de honradez, parecía inexpugnable: buscaban presentar el nombre de una candidata como anzuelo en la boleta electoral para que los votantes lo marcaran y endosaran su triunfo, sin saberlo, a la candidatura rival. La respuesta a esa trampa de manipulación de la voluntad ciudadana tenía que ser necesariamente alambicada: explicar casa por casa que Clara Brugada no era la candidata perredista y que sufragar por ella era darle el triunfo a una señora chucha inventada en el tribunal electoral; al mismo tiempo, volcar al movimiento en apoyo al aspirante de otro partido, éste sí comprometido con la ciudadanía, y con el compromiso de su dimisión posterior al triunfo, abrir la posibilidad de que la mayoría de los iztapalapenses tengan a la jefa delegacional que querían tener. Ladren lo que ladren, en esa demarcación del oriente capitalino se llevó a cabo una restauración de la democracia.

Y se hizo algo más: se estableció un precedente para que, en lo sucesivo, partidos y candidatos aprendan a obedecer a sus jefes legítimos, que son los ciudadanos. Se demostró que la lealtad de los votantes no tiene porqué estar amarrada a siglas, sino que está anclada en causas y, con ello, se abrió la posibilidad de disuadir a los grupos de interés, las capillas empresariales y otras mafias de que sigan traficando con candidaturas e intercambiándoselas, como si fueran estampitas de álbum, en función de sus negociaciones inconfesables.

El corolario inevitable es que los movimientos ciudadanos progresistas no tienen partido, y eso no es una buena noticia en ninguna circunstancia, tanto si hay comicios presidenciales en 2012 como si no: a juzgar por precedentes, Calderón y sus amigos tienen, de aquí a entonces, tiempo sobrado para acabar de descuadernar al país. Pero ojalá que no lo consigan.

5.7.09

Tengan, chuchos


¡Ja!


A pesar de todas sus inmundicias, la resistencia ciudadana les ganó Iztapalapa.
¿Alguien andaba con déficit de esperanza?

Adiós al subversivo


Jorge Enrique Adoum, gran fabulador y subversivo de las letras, fue despedido hoy en su Ecuador natal. Sigue siendo entrañable.

Despiertas casi cadáver cuando el reloj lo ordena,
El día no te espera, hay tanto capataz que mide
El milímetro del centavo que se atrasa por ti,
Bebes el café que te quedó de ayer y sales
Consuetudinario PROHIBIDO VOLTEAR A LA IZQUIERDA
Y casi PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED pisas el césped
Porque ibas a caerte, luego avanzas, ciudadano
Y durable, PROHIBIDO CRUZAR sin saber para qué lado ir ni para qué
PROHIBIDO ESTACIONARSE porque no puedes
Parar la maquinaria infatigable con tu dedo
Sólo porque te entró una astilla en el alma,
OBEDEZCA AL POLICÍA así es más fácil, saluda,
Di que sí, que bueno PROHIBIDO HABLAR CON EL CONDUCTOR
Y quitándote dócilmente el sombrero estupefacto
PÓNGASE EN LA COLA anuncia tu hereje necesidad
De trabajar en lo que fuese NO HAY VACANTES,
Tal vez el año próximo por la tarde, pero no te dejan
Dejar para mañana y volverás cuando te llamen
PROHIBIDO USAR EL ASCENSOR PARA BAJAR con tus piernas, para eso
Las tienes gratis desde el último accidente
NO SE ACEPTAN RECLAMOS para que vayas a la guerra
En guerra con tu himno nacional SONRÍA, tu banderita,
La patria a la que le debes tanto, como todos,
Pero ten cuidado, imbécil: por ir pensando en tu metafísica
Descosida ibas a entrar en el parque público
PROHIBIDA LA ENTRADA, zona estratégica, tú, negro
Humano, perro cívico, civil, SILENCIO, y tú sabes
Que no debes PROHIBIDO PORTAR ARMAS, eso también
Se sabe y tampoco los proyectos de amor, los aromas
Futuros, no suena todavía la sirena de las seis
PROHIBIDAS LAS HUELGAS que es cuando puedes pensar
LEA SELECCIONES TOME COCA COLA PROHIBIDO ESCUPIR
Hombre libre de este país libre del mundo libre,
Y acatas las yuntas formidables de los diarios
Y agradeces: otros piensan por ti y les cuesta
Para que sigas libre, no te llames PROHIBIDO
USAR EL TELÉFONO sólo para tener quién pregunte
Por ti PROHIBIDAS LAS VISITAS EN LAS HABITACIONES
Vaya a creer que estás enfermo. PROHIBIDO FORMAR GRUPOS,
Porque tú, individuo, aislado, alicaído, con el vientre
Pegado al paladar que te sabe a medalla, eres inofensivo;
Mejor apágate la luz, deja para algún día los rencores,
Ponte en toque de queda, métete en ti, prolóngate
Durmiendo para que vuelvas a amanecer, heroico
De puro testarudo, a leer las nuevas instrucciones
Para hoy como un estado de sitio: prohibido tener
Libros de Marx y otros libros prohibidos llevar los cabellos
Como te dé la gana, prohibido ir a China, prohibido
Besarse en los parques, prohibido tener fotografías
Del Che, nombrar al Che, leer al Che y otros autores,
Prohibidas las faldas cortas, las películas suecas,
Las canciones de Bob Dylan, los dibujos de Siné,
Prohibido hablar mal del gobierno, prohibida
La información sobre los grupos subversivos, prohibidas
Todas las manifestaciones, queda prohibida la lucha
De clases ha dicho el Presidente, y sigues, aguantón
Y cobarde, sólo porque el instinto, él también,
Quién lo creyera, te colgó su letrero: SE PROHIBE MORIR.

Listo



Sea, pues. Ahora viene la parte más importante.

Con música de La
hierba de los caminos

“quiera este cinco de julio
que la tortilla se vuelva
que la tortilla se vuelva
que AMLO se coma al PAN
y a los Chuchos haga mierda”


Theo Beutel
(11 años)

4.7.09

El menos peor de los mundos


Mañana votaré por los candidatos más próximos (o menos lejanos) al movimiento lopezobradorista.

Claro que a nadie le gusta zarpar con tiempo nublado.

2.7.09

El enigma, o no

Imitar al Rey

Retrato realista del "Kaiser Karl V",
realizado por Christoph Amberger


Es una leyenda infame, de una mala leche verdaderamente latinoamericana, aunque divertida: refiere que los españoles de España hablaban bien el español, hasta que apareció en escena Carlos I (o V de Alemania), quien pronunciaba en forma muy defectuosa; los cortesanos dieron en imitar al Rey, de ahí se extendió el ceceo por buena parte de la Península, y el idioma se preservó mejor mientras más lejos se hallaban de la Corte sus hablantes.

Es cierto que el soberano tenía un prognatismo muy marcado —distintivo, por lo demás, de la dinastía de los Habsburgo, muy cogelones (o jodedores, dirían por allá) entre ellos y tendientes, en consecuencia, a sufrir defectos genéticos—. El pobre hombre no podía ni cerrar la boca ni masticar bien, lo que le provocaba variados trastornos digestivos, y por supuesto, hablar le costaba un mundo. Un diplomático veneciano describió así la prominente mandíbula real: “Su faz interior es tan ancha y tan larga, que no parece natural de aquel cuerpo; pero parece postiza, donde ocurre que no puede, cerrando la boca, unir los dientes inferiores con los superiores; pero los separa un espacio del grosor de un diente, donde en el hablar, máxime en el acabar de la claúsula, balbucea alguna palabra, la cual por eso no se entiende muy bien.”

La imitación desmesurada y servil de los defectos de un monarca o gobernante es un lugar común en la cultura. En el siglo antepasado, el compositor Gustave Nadaud, comprometido con las causas del pueblo, se burló de los lambiscones que adoptaban cualquier pose mameluca de Boanaparte el Pequeño en la canción “El Rey cojo”:

Un rey de España o bien de Francia
tenía un callo en el pie;
creo que era en el izquierdo
y cojeaba que daba lástima.

Los cortesanos, especie hábil,
se pusieron a imitarlo
y quien de la izquierda, quien de la derecha,
aprendieron todos a cojear.
Pronto vieron el beneficio
que esa moda significaba
y del antecámara al funcionario
todo el mundo cojeaba, cojeaba.

Un día, un señor de provincia,
olvidando su nueva habilidad,
fue a pasar ante el príncipe
erguido y recto como un árbol.

Todo el mundo se puso a reír
excepto el rey, quien en voz baja,
murmuró: “Señor, ¿qué significa esto?
Veo que vos no cojeais”.

“¡Señor, os equivocais!
Estoy plagado de callos, mirad:
si camino más derecho que los demás
es porque cojeo de ambos pies”.

Pero eso de que el ceceo fue introducido en la Península por el rey y su mandíbula hipertrofiada es una mentira podrida y calumniosa: se trata, en cambio, de un complicado fenómeno lingüístico que consistió en la aparición del sonido interdental fricativo sordo (la Θ,“theta”, en el alfabeto griego) equivalente a la th anglosajona. La explicación histórica más clara que encontré es la de Luis Carlos Díaz Salgado en su “Elogio del ceceo”:

Hacia el siglo X “nuestro idioma poseía cuatro sonidos sibilantes: uno era dental sordo, sonaba /ts/ y se representaba en la ortografía por medio de la letra ç: ‘plaça’ /platsa/. Otro era dental sonoro, sonaba /dz/ y era representado por la grafía z: ‘dezir’ /dedzir/. Luego había dos sonidos alveolares, uno sordo, representado por ss que sonaba parecido a nuestra s actual: ‘passar’ /pasar/ y otro sonoro representado por la letra s: ‘rosa’ /roza/ que sonaba parecido a la z inglesa de ‘zip’ o a la s francesa de ‘chose’. [...] Con el tiempo este sistema se derrumbó, y en la Castilla del siglo XVI desaparecieron las sibilantes sonoras, y se comenzó a utilizar solo dos, ambas sordas. Así, las grafías ç-z pasaron a representar el mismo sonido dental sordo. Y las grafías ss-s el mismo sonido alveolar sordo. Actualmente, en el castellano del centro norte peninsular tenemos una situación muy parecida a la del siglo XVI, con un sonido interdental sordo representado por las grafías z y c: ‘decir’, ‘plaza’. Y un sonido alveolar sordo representado por la grafía s: ‘pasar’, ‘rosa’. Sin embargo, en la Andalucía de los siglos XV al XVI --y esto es muy importante en la historia lingüística del español de América-- la transformación de las sibilantes no iba a ser la misma que la que estaba ocurriendo en Castilla en esa misma época. En el sur de España se siguió distinguiendo entre sibilantes sordas y sonoras, y las que desaparecieron fueron las alveolares. Así, se pasó a tener un sonido dental sordo representado por las grafías ç-ss: ‘plaç’, ‘passar’. Y otras dos, z-s, para representar un sonido dental sonoro: ‘dezir’, ‘rosa’. Con el paso de los años la diferencia entre sordas y sonoras también desapareció y todas pasaron a ser sordas. Así, de los cuatro fonemas sibilantes primitivos del castellano se pasó a tener uno solo. Por eso, hoy en día, hay andaluces que utilizan un único sonido dental ese representado por las grafías s-z-c. O un único sonido interdental zeta representado igualmente por las grafías s-z-c. A los primeros se les llama seseantes y a los segundos, ceceantes. Las tres formas de pronunciación actuales de las sibilantes del español (distinción s-z, seseo y ceceo) tienen el mismo origen: el castellano medieval. No se puede decir que ninguna de ellas sea mejor o más hispana que otras.

Los españoles dicen que cecean quienes pronuncian la ce suave (antes de e o de i), la ese y la zeta como zeta (o zea, loz que hablan azí), pero en Latinoamérica le llamamos cecear a lo que del otro lado del Atlántico se denomina distinción, es decir, homologar la c y la z con la Θ y pronunciar la ese y la ce en estilo apicoalveolar (con una como vibracioncita que la asemeja a un sonido intermedio entre la sh y la zeta anglosajona), esh dezir, lo que shuena másh bien ashí, que es como se quedaron hablando los habitantes de regiones sepentrionales castellanas, de donde el estilo se expandió a la mayor parte de la Península, con la clara excepción de Andalucía, en donde cecean (en el sentido peninsular) o bien pronuncian la ce suave, la ese y la zeta (cuando no se las comen) igual, y de la misma forma que en Latinoamérica: allí y en el poniente del Atlántico, la pronunsiasión no hase distingos entre la se, la ese y la seta.

Doctos, destácenme o destásenme. Clavados en el tema, vayan a consultar (links, en el blog) la wikientradaEl seseo y el ceceo”, o llamen de urgencia a su lingüista de cabecera. Pido perdón a los peninsulares por el chistorete del inicio y concluyo con una frase del propio Díaz Salgado: “En esto de la lengua, si hay bandos, no son el americano y el español, o el andaluz y el castellano, sino el de los que pretenden que el idioma sea un ente inamovible y los que entendemos que para mantener la unidad hay que conservar la diversidad.” “Reajuste de las sibilantes del idioma español”, el trabajo de Mirta Muñoz “

* * *

Ante la catástrofe que se abate sobre Honduras por culpa de los oligarcas y los gorilas vernáculos (y que serán derrotados por la resistencia del pueblo y las presiones de la comunidad internacional), recuerdo con escalofrío lo que contó hace unas semanas, en la vecina Guatemala, la valiosa periodista Marielos Monzón: un día se encontró en un restaurante en una mesa cercana a la que ocupaba Giovanni Fratti, uno de esos que organizan “manifestaciones blancas” supuestamente contra la violencia delictiva y la impunidad, y que realmente apuntan a desestabilizar al de por sí balbuceante gobierno de Álvaro Colom. La informadora escuchó de boca de Fratti —porque éste, con su volumen de voz, quería que todos los presentes lo escucharan— amenazas de este corte: “Vamos a cambiar este país a sangre y fuego” y “vamos a revivir a la 'Mano Blanca’ y a ‘Jaguar justiciero’”, en referencia a dos de los escuadrones de la muerte que en décadas pasadas, y al servicio de dictaduras militares, secuestraron, torturaron, desaparecieron y asesinaron a cientos de miles de guatemaltecos. Cuando Monzón se retiraba del lugar, el conspirador gritó: “¡Esa, que es de la guerrilla...!”

Estas amenazas resultan mucho más alarmantes tras lo ocurrido en Honduras, pues indica que la ultraderecha guatemalteca no ha prescindido de sus tendencias asesinas y genocidas. En una réplica vergonzosa, el tal Fratti chilló porque, según él, la periodista no habría debido publicar algo que había sido dicho en un ámbito privado. La eterna coartada de quienes profieren o cometen canalladas es alegar, una vez que éstas son descubiertas, que su privacidad ha sido violentada.