30.11.07

Breve descanso


Nos conocimos hace 33 años. El tiempo ha pasado sobre nosotros pero la complicidad y la energía siguen intactas, y aquí estamos, hijos, océanos y trabajos después, rememorando cosas pasadas y planeando asuntos para el futuro. Nos tiene sin cuidado que las llamen travesuras o gestas.
Le doy un descanso al teclado este fin de semana. Me lo tomo para estar con el Toro del Sur.

28.11.07

Algo sobre Los Otros


  • Clara y su papá van al museo
  • Los africanos conquistamos Europa

lara fue el viernes al Museo de Antropología en una visita escolar. Regresó cansada pero insatisfecha con lo poco que lograron ver (dos salas: la maya y la mexica) y me pidió que la llevara de nuevo. Me pareció una buena idea y el sábado al mediodía estábamos bajo el paraguas magnífico que se extiende sobre el patio del recinto, sin decidir a qué sala entrar. Optamos por una solución sensata (hay otras): empezar por el principio, ir al espacio que se llama “Introducción a la Antropología” y saludar allí a la entrañable Lucy y ofrecer nuestros respetos al Neandertal difunto. La figura de cera, reclinada sobre su costado, robusta y peluda, me conmovió. En su presencia pensé en lo mismo que ha pensado tanta gente: estos tipos poseían un cilindraje craneal mayor que el nuestro y de seguro tenían un neocórtex espeso; fabricaban herramientas en forma regular; se comunicaban entre ellos por medio de un lenguaje hablado cuya complejidad desconocemos; desarrollaron comportamientos religiosos; tal vez construyeron y habitaron cabañas rústicas; rozaron con sus dedos toscos la creación artística –eso que no sirve para nada más que para distinguirse de la inercia natural— y fueron protagonistas de una cultura, la musteriense, que floreció en Europa, Medio Oriente y Asia Central, durante buena parte del Paleolítico. Pero lo más estremecedor es que rendían homenaje a sus muertos. Eso quiere decir que eran conscientes de la frontera trascendente entre la vida y la muerte y que se concebían a sí mismos como seres singulares e irrepetibles: eran personas y pensaban.

Según el conocimiento moderno, los neandertales no son nuestros ancestros, sino compañeros de viaje de los primeros Homo sapiens. Éstos aparecieron en África, aquellos en Europa, y ambos convivieron en el Viejo Continente hasta fechas relativamente recientes: se han hallado restos de neandertales de 30 mil años de antigüedad e incluso de menos. Al parecer, evolucionaron hace cosa de 250 mil años en tierras europeas a partir de los erectus y del antecessor, mientras que en el actual Continente Negro los sapiens, sucesores de los ergaster, se preparaban para dominar el mundo. Los neandertales vendrían siendo, pues, una especie de primos o tíos nuestros en primer grado. Se ha recuperado los restos de más de 400 y entre ellos hay algunos menores más o menos célebres: el Niño de Engis, descubierto en esa localidad belga en 1829, y los de Dederiyeh, Siria, hallados en 1993 y 1997, en el fondo de lo que fue probablemente una caverna habitada. El primero de estos pequeños, cuyo esqueleto se recuperó casi entero, tenía dos años de edad al momento de su muerte (hace 50 mil), medía unos 80 centímetros y, a pesar de la cabeza grande, los brazos largos y los huesos anchos, habría caminado en forma muy similar a la de un niño contemporáneo. Yacía boca arriba, con los brazos extendidos y las piernas flexionadas. Al momento de su entierro alguien puso una piedra tallada en forma rectangular a un lado de su cabeza y depositó sobre su pecho, a la altura del corazón, un triángulo de sílex.


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Nanas para Selam
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Un debate que parece eterno versa sobre la clase de relaciones que se desarrolló entre las especies neanderthalensis y sapiens, ambas pertenecientes al género Homo. Hoy en día se da prácticamente por descartado que nuestros parientes próximos se hayan extinguido a causa de cambios climáticos. Todo indica, en cambio, que la otra especie de homínidos inteligentes, la nuestra, fue decisiva de alguna manera en su desaparición. Algunos afirman que ambos grupos se mezclaron, que los neandertales fueron absorbidos por nuestra especie y que llevamos su herencia en el fondo de las células: “El reciente estudio del material genético procedente de la muela de un niño neandertal de hace 100 mil años ha concluido que el hombre de Neandertal no es antepasado del Homo sapiens, si bien un reciente estudio aporta datos para creer que los seres humanos contemporáneos tienen genes neandertales y que el cruce entre especies podría haber ocurrido”, posibilidad que otros niegan de manera enfática. En síntesis, está claro que hace medio millón de años los caminos de la evolución separaron a ambas especies, pero es incierto si éstas se reunieron, en los episodios más acendradamente románticos de la historia humana y natural (las diferencias entre los Capuleto y los Montesco serían una bobada en comparación con lo que pudo ocurrir cincuenta mil años antes en cuevas antagónicas), y si en algún momento emparentamos. Se discute incluso si no debemos acortar las distancias y referirnos a estos infortunados primos como Homo sapiens neanderthalensis.


En el presente la creencia mayoritaria indica que nuestros ancestros eliminaron de diversas maneras a sus rechonchos familiares: quitándoles el alimento, despojándolos de su territorio o, más directamente, aplastándoles la cabeza a pedradas. Ya pueden olvidarse de lo que aprendieron en las clases de Historia: la verdad es que la Primera Guerra Mundial empezó hace cincuenta milenios, que duró otros treinta, que en ella los africanos invadimos Europa y Asia, que liquidamos a sus habitantes y que luego, desde los nuevos territorios dominados, emprendimos la conquista de América, en donde no encontramos seres más inteligentes que las llamas y los monos saraguatos.


Oh inteligencia, soledad en llamas
: ya dueños del mundo, los Homo sapiens sapiens nos sentimos solos con nuestra portentosa capacidad mental y empezamos a buscar, en forma cada vez más obsesiva, a otras criaturas dotadas de intelecto y de conciencia: creamos una gran cantidad de dioses, ángeles, demonios, espíritus y santos; imaginamos que compartíamos el planeta con seres como los centauros, los aluxes y las ninfas; hurgamos en los cerebros de chimpancés, delfines y elefantes, con la ilusión inútil de entablar un diálogo; últimamente elaboramos programas de inteligencia artificial, fabricamos máquinas parlantes y escudriñamos el firmamento, esperanzados en hallar inteligencias biológicas con las cuales conversar e intercambiar recuerdos. Pero, como dicen las palabras finales de la novela del Gabo, cuando la soledad cae como condena sobre una estirpe, no hay para ella una segunda oportunidad sobre la Tierra. Tal vez la moraleja, si hay alguna, sea que más vale no exterminar a nadie porque puede ocurrir que un día se le eche de menos.


--¿Ya nos vamos, papá?
–preguntó Clara con un dejo comprensible de impaciencia, y acto seguido pasamos a otra sala del Museo. Salí de allí con una deuda que había que saldar:

Murió tu semejante. Fue el primero
que no quedó tirado en el paisaje
porque en ritos de fúnebre homenaje,
pariente inmemorial, fuiste pionero.

Duermes, pues, Neandertal, en un austero
socavón, entre piedras y follaje,
que otro tosco ejemplar de tu linaje
escarbó con amor y con esmero.

¿Te mató el clima? ¿Fuiste asesinado?
¿Fue mi ancestro Caín, en una guerra
en que tú fuiste Abel? --Nada es seguro,

salvo que tú estás muerto y sepultado,
y el otro inteligente de la Tierra
llora de soledad en el futuro.


Mi percepción de Vasconcelos

Momentos de Vasconcelos

Tengo para mí que José Vasconcelos es uno de esos hombres que, como el mariscal Pétain, dedican la segunda parte de su vida a destruir lo bueno que hicieron en la primera. Vasconcelos pasó de partidario ardiente de la democracia a defensor de las dictaduras, de educador liberal a fanático religioso, de forjador de la Universidad a remendador patético de sus propias frases, hasta el punto que en su decadencia pretendió que el lema de la UNAM habría debido decir “Por mi raza blanca hablará el Espíritu Santo”

Escribí unos posts abajo que el personaje era un poquito nazi, y ahora explico el diminutivo. Sí, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial fue partidario de las potencias del eje, pero se retractó cuando se hizo del conocimiento mundial la escala de horror a la que había llegado el Tercer Reich, particularmente con el genocidio de eslavos, judíos, gitanos y otros grupos humanos. En todo caso, un nazi que se respetara no habría sido capaz de escribir lo siguiente:

Ninguna raza contemporánea puede presentarse por sí sola como un modelo acabado que todas las otras hayan de imitar. El mestizo y el indio, aun el negro, superan al blanco en una infinidad de capacidades propiamente espirituales. Ni en la antigüedad, ni en el presente, se ha dado jamás el caso de una raza que se baste a si misma para forjar civilización. Las épocas más ilustres de la Humanidad han sido, precisamente, aquellas en que varios pueblos disímiles se ponen en contacto y se mezclan.

Tal vez Vasconcelos se volvió loco porque no fue capaz de procesar el resultado final de la insurrección democrática de 1910, que acabó en un régimen progresista y justiciero, pero no democrático, y que lo convirtió en la primera víctima memorable de un fraude electoral escandaloso.

A diferencia de los fascistas italianos y de los nazis alemanes, Vasconcelos nunca hizo un intento serio de tomar por asalto el poder político, al cual mostró, después de su exilio, sumisión de funcionario.

Creo que, más que nazi, era un hombre sumamente contradictorio. Posiblemente su contradicción principal no fue entre el ideario democrático y la fascinación por los regímenes totalitarios, sino entre su condición de educador, maestro, impulsor del conocimiento, y su vasta ignorancia. Un ejemplo: Vasconcelos no tenía una noción ni siquiera aproximativa de conceptos como raza, etnia y cultura, que ya en su tiempo estaban bien asentados en el logos antropológico y filosófico. Munido con ese escandaloso desconocimiento, cometió la hazaña de escribir un ensayo sobre un tema del que no tenía la más puta idea. Que conste: con una alarmante frecuencia, los periodistas emulamos esa empresa.

27.11.07

Amarren a sus perros

La tarde del domingo 23 de octubre de 2005, cuando empezaban a conocerse los resultados de la elección interna de Acción Nacional en Michoacán para designar al candidato presidencial de ese partido, llegaron a los teléfonos celulares de los principales colaboradores de Santiago Creel mensajes de texto sin firma que decían: “¿Así o más?”, en clara referencia a la abrumadora derrota sufrida por el ex secretario de Gobernación. En efecto, su rival, Felipe Calderón, había logrado en su estado natal el 72 por ciento de los votos en esos comicios realizados bajo un cúmulo de sospechas cuyos fundamentos fueron popularmente bautizados “el cochinero azul”: “acarreo de votantes, coacción y compra del voto con mecanismos como la operación cochinita y el reparto de despensas” que, a la postre, la dirigencia panista minimizó como “problemas de coordinación y negligencia”. Unos días antes, Juan Camilo Mouriño, a la sazón coordinador de la campaña del michoacano, descartó que su jefe fuera a pagar factura alguna porque “no nos hemos unido a la maestra”.

El estilo es el hombre. Esos tres detalles tempranos dan el tono de lo ocurrido en el curso del año siguiente y de lo que ha venido ocurriendo desde entonces. Unos meses después de que Calderón amarrara, en el comicio michoacano, la nominación presidencial de su partido, el mezquino mensaje “¿Así o más?” se transformó en un bombardeo de mentiras, insultos, desinformación y difamación contra su rival, y buena parte de esa campaña sucia se llevó a cabo por medio de mensajes de correo electrónico, presentaciones de Power Point y comentarios en páginas y blogs. Como se documentó en su momento, no poco de esa basura salió de computadoras ubicadas en oficinas públicas del gobierno federal. “El cochinero azul” fue precedente de un “haiga sido como haiga sido”, reconocido motu proprio, que muchos sabemos cómo fue: el documental de Luis Mandoki, Fraude México 2006, todavía en cartelera a pesar de las conjuras contra la cinta, explica con nitidez ese “cómo”. La negación de lo cierto y la afirmación de lo falso se han mantenido, corregidas y aumentadas con respecto al foxismo, como pilares del discurso oficial.

En días recientes, a raíz de la incursión del 18 de noviembre a Catedral por parte de un grupo de exaltados vociferantes, algunos de los que opinaron en público que tal episodio se había originado en una provocación no muy ajena a los estilos del calderonismo ahora gobernante, recibieron en su correo electrónico y/o en sus blogs –es el caso del que firma--, además de divergencias y coincidencias razonadas, una catarata de mensajes y comentarios anónimos sin ningún sustento conceptual, que parecen fabricados en serie y que van del insulto a secas a exhortaciones al linchamiento, aderezadas, en algunos casos, con vivas al fascismo y otras lindezas.

Sin duda, es muy improbable que el jefe del Ejecutivo federal se ponga a aporrear teclados y a urdir seudónimos internéticos para hostigar a detractores, pero es posible que ahora, como ocurrió hace dos años, y como sucedió antes de los comicios de 2006, alguien en el círculo presidencial instigue esa clase de andanadas.

Parece del todo inútil presentar denuncias penales por estas acciones, entre otras razones porque desde el sexenio pasado la Procuraduría General de la República está convertida en instrumento de los caprichos presidenciales y en tapadera de las pifias del poder federal. Si algo faltaba para perder cualquier vestigio de confianza en ese dependencia, basta con leer la reacción de José Luis Santiago Vasconcelos ante la denuncia presentada recientemente por Andrés Manuel López Obrador contra Calderón, Fox, Zedillo y Salinas por el pésimo manejo del sistema hidroeléctrico en el sureste de México: la querella interpuesta fue, dijo Santiago, “extremadamente amoral (sic), políticamente reprobable” y “socialmente muy desagradable”.

Tripulados o no, concertados o no, algunos exaltados de la derecha nacional envenenan la vida pública del país más de lo que ya está, y con ello le hacen un flaco favor a su liderazgo, el cual se enfrenta, desde una presidencia impugnada y atrás de las vallas del Estado Mayor Presidencial, a un país fracturado y polarizado. Por eso, si el calderonismo quiere evitar una descomposición política mayor y seguir haciendo como que gobierna de aquí a 2012, no estaría mal que amarrara a sus perros.


26.11.07

20 de noviembre: de los
plomazos a los chiflidos

María Petrona Mori, madre de Porfirio Díaz, hacia 1854 (Wikipedia)

Las palabras “Revolución Mexicana” traen a la mente imágenes gloriosas, libros de texto, nombres de calles, fotos oxidadas de Casasola, museos, trenes rellenos de Adelitas, películas y corridos. Uno piensa en lejanos momentos que fueron luminosos para el país, tras la larga noche del Porfiriato. Uno recuerda los artículos 3°, 27 y 123 constitucionales, el reparto agrario, el Seguro Social, los murales de Bellas Artes, las bases de una política exterior soberana.

La memoria organiza una ensalada de nombres: Madero, Zapata, Villa, Obregón, los Flores Magón, Genovevo de la O, Felipe Ángeles... Rara vez, en cambio, se piensa que los máximos y verdaderos instigadores de la Revolución Mexicana fueron José Yves Limantour y Porfirio Díaz.

Este último empezó como héroe de la República, en tiempos de la Intervención Francesa, pasó por una época de político chillón (lloró de vergüenza en la tribuna del Congreso a fines de 1874 cuando no pudo pronunciar decentemente un discurso y volvió a llorar dos años más tarde, cuando, rebelado contra el presidente Lerdo de Tejada, fue derrotado por Mariano Escobedo en Icamole, Nuevo León) y acabó de dictador entreguista y asesino. Todo (su facilidad para las lágrimas y su carácter despiadado) se explica por la expresión facial de su mamá, doña María Petrona Mori, una mujer que de seguro era admirable (cuando murió su marido, ella sola sacó adelante a sus hijos) pero cuya mirada podía hacer que hasta un adulto se cagara del susto, y cuantimás un escuincle oaxaqueño al que le faltaba mucho para llegar a general.

Por mucho que haya permeado en nosotros la imagen de los hombres alborozados que decidían irse a “la bola”, no habría que olvidar que los revolucionarios no fueron a ponerse en el camino de las balas sólo por ganas de echar desmadre, sino porque no les dejaron otro camino. No se lo dejó Díaz a Madero, no se lo dejó Madero a Zapata, no se lo dejaron a Villa Carranza y Obregón.

Evocamos el bronce, los avances logrados, el desquite del pueblo, pero olvidamos con frecuencia que eso que llamamos La Revolución Mexicana fue una larga y espantosa pesadilla para quienes la vivieron: muerte, destrucción, desplazamientos, hambre, inestabilidad, incertidumbre. Tampoco habría que olvidar que el júbilo de una dictadura derrumbada fue previo a los largos años de violencia en que se vio sumido el país, primero por efecto de la contrarrevolución del espurio Victoriano Huerta, y después porque los caudillos menos revolucionarios se dedicaron a matar a los que lo eran más.

En realidad, lo que festejamos el 20 de noviembre no es la sustitución de un autócrata (Díaz) por un incauto (Madero), ni la carnicería que siguió tras el asesinato vil del segundo, sino el final de todo ese horror y su legado bueno. El régimen posrevolucionario se colgó de esa fecha porque no hay ninguna precisa para el término de la Revolución: ésta no tuvo ceremonia de clausura ni cierre definido (hay que recordar que cuando Zapata y Villa fueron asesinados ya estaba vigente la Constitución actual) y la violencia armada se perpetuó hasta bien entrado el Siglo XX en forma de alzamientos esporádicos de caudillos insumisos y bajo el manto o la sotana de la Guerra Cristera.

Carranza, Obregón, Calles y demás caciques norteños que triunfaron sobre las huestes populares de Villa y de Zapata, se robaron algunas banderas de los derrotados porque, después de siete (o diez, o doce) años de combates, pillajes y paredones de fusilamiento, y con el país hecho pedazos, éste no habría aceptado un simple regreso a la vieja paz porfiriana. Los nuevos jefes necesitaban agregar legitimidad (por más que en aquellos tiempos la palabreja no estuviera de moda) a su poderío militar y, así fuera en medio de traiciones, intrigas, corruptelas y chingaderas mayúsculas, dieron paso a la construcción de un régimen más justo, más moderno y, con todo y todo, menos antidemocrático y excluyente que la dictadura porfiriana. Al término de la lucha armada, la vida política de la República dio márgenes de acción a constructores de la Nación como Narciso Bassols, Francisco J. Múgica, Heriberto Jara y, desde luego, el general Lázaro Cárdenas del Río, y también a figuras tan contrastantes como el jacobino Tomás Garrido Canabal, asesino de curas nomás porque sí, y el brillante José Vasconcelos, quien al paso de los años se volvió un poquito nazi, y a quien se atribuye la frase “en Sonora termina la civilización y comienza la carne asada”.

Nuestra noción de la Revolución Mexicana se confunde también con los frutos –algunos muy tardíos— de las luchas armadas que tuvieron lugar entre 1910 y 1918, por lo menos: garantías individuales, obra educativa y cultural, derechos colectivos de las comunidades, ejidos, conquistas laborales, seguro social, expropiación petrolera, diplomacia independiente, carreteras, aeropuertos, refinerías, hidroeléctricas, es decir, todo lo que se desarrolló a partir de los acuerdos que permitieron poner fin, poco a poco, a las confrontaciones violentas.

Todo eso empezó a terminarse a partir de 1982, cuando llegó a la Presidencia Miguel de la Madrid, el primer tecnócrata desde tiempos de los “científicos” de Porfirio Díaz, y la regresión se aceleró y tomó rumbo definido cuando Carlos Salinas de Gortari fue impuesto como jefe del Ejecutivo federal, en 1988, mediante un fraude electoral tan escandaloso como el de 2006. De Salinas a Zedillo, de Zedillo a Fox, de Fox a Calderón, el descuartizamiento de la Nación ha mantenido un rumbo firme, claro y coherente: el país se mueve hacia un porfiriato con Internet y satélites, la sociedad vuelve a ser chusma a ojos de los poderosos, se reinstala el poder de las sotanas y las casacas militares, el país pierde su soberanía y las hordas policiales vuelven a romperles la cabeza a los disidentes, a los inconformes, a los obreros en huelga, a las comunidades rebeldes. Los inversionistas (extranjeros o mexicanos, pero preferiblemente extranjeros) se reparten la zalea de la propiedad otrora pública y uno se pregunta cuánto falta para que el grupo en el poder acabe instigando una nueva Revolución Mexicana.

El proceso parece indetenible, y quién sabe si sea más fácil contener al grupo gobernante que tumbarlo. Felipe Calderón tiene aspiraciones de Porfirio, pero las tragedias de la historia se repiten como farsa y nadie en su sano juicio pensaría, hoy, en procurar una repetición del ciclo de violencia que tuvo lugar en la segunda década del siglo pasado; el desafío actual es conseguir que los neoporfiristas que desgobiernan se larguen del poder, y lograrlo no con plomazos sino con chiflidos.

Ma. del Carmen Hinojosa Rodríguez, mamá de Felipe Calderón, en 2007

24.11.07

Homenaje a unos gringos maravillosos



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H
ace setenta años, los voluntarios de la Brigada Lincoln enfrentaron al fascismo, armas en mano, en la España desolada por la sublevación militar, y muchos de ellos quedaron en el Valle del Jarama. Hoy, cuando la Casa Blanca se gasta el dinero de los contribuyentes en enviar mercenarios a Irak para que asesinen a mujeres y niños, los brigadistas que todavía viven se sacuden los achaques y salen a las calles, codo a codo con veteranos de otras guerras, a exigir la paz. La gente de buena voluntad en el mundo tiene una deuda enorme con ellos, los vivos y los muertos. Viejos y queridos hermanos, los tengo siempre en el corazón.



“Durante la guerra, el Batallón Lincoln participó en la Batalla del Jarama, defendiendo las comunicaciones entre Valencia y Madrid. También estuvieron presentes en las batallas de Brunete, Belchite y Teruel.
En España el Batallón Lincoln fue apreciado como uno más, pero en Estados Unidos fue considerado como un símbolo romántico de la lucha contra la desigualdad y la opresión fascista, y catalizó buena parte de la campaña a favor de la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, al final de la guerra civil fueron acusados de «simpatizantes de la Unión Soviética» y, durante la Caza de Brujas tras la Segunda Guerra Mundial en la que se persiguió a cualquier sospechoso de ser simpatizante del marxismo, fueron considerados un «peligro» para la seguridad nacional por parte del gobierno estadunidense.”

Wikipedia

Disculpen las molestias


Lamento haber tenido que habilitar de nuevo la moderación de comentarios. En este blog se aceptan muchas cosas, como queda claro por los comentarios de posts recientes, y se seguirán aceptando, pero los nazis se van a pintarrajear sus consignas a otro lado.

23.11.07

Campana sobre campana

A cinco días sigo convencido que el escándalo del campanario catedralicio del domingo pasado fue una provocación muy bien urdida contra la Convención Nacional Democrática. Posiblemente no sólo se pretendiera sepultar en los medios el discurso del Peje sino también desviar la atención de Fraude 2006, que ha sido un éxito y que contiene unas escenas casi pornográficas de Norberto con los mafiosos prianistas. Dejo aquí datos que he ido recopilando sobre el campaneo provocador:

LLAMADAS ORDINARIAS A MISA

La primera se da media hora antes de la celebración, con la campana mayor o la campana destinada a la Misa. Primero se da una campanada y se deja un espacio de tiempo; luego se dan quince golpes seguidos, y se deja otra pausa; y se termina con una campanada.

La segunda llamada se da quince minutos antes de la celebración, con la campana mayor o la campana destinada a la Misa. Primero se dan dos campanadas pausadas y se deja un espacio de tiempo; enseguida se dan veinte golpes seguidos, y se deja otra pausa; y se termina con otras dos campanadas. La última se da al sonar la hora de la celebración, con la misma campana. Primero se dan tres campanadas pausadas y se deja un espacio de tiempo; luego se dan veinticinco golpes seguidos, se deja al final otra pausa; se repiten luego las tres campanadas pausadas y acompasadas; y se termina con cuatro toques seguidos, ni tan juntos que no se puedan distinguir, ni tan dilatados que se olviden.”

DATA DE SIGLOS EL REPIQUE DE CAMPANAS

El campanero de la Catedral Metropolitana, Rafael Parra Castañeda, afirmó que el sonido de las campanas que llaman a la misa mayor desde las torres de la Catedral Metropolitana es normal y se ha realizado desde hace siglos cada domingo cerca del mediodía. El responsable de realizar este llamado desde el recinto, sostuvo que las campanadas previas a la misa en todo el mundo desde hace siglos sólo se tañen para gloria de Dios. ‘Las campanas tocan según el tiempo litúrgico que vivimos, en este caso el domingo pasado se repicó como Domingo Ordinario, tal y como corresponde al calendario litúrgico’, señaló el Diácono Permanente. El religioso afirmó que de acuerdo con el manual de procedimientos de la Catedral Metropolitana, el domingo pasado se hicieron tocar las campanas desde las 11:28 de la mañana en el primer llamado: ‘Consiste en el toque de una campana y 25 repiques; esto dura un minuto’. Los repiques se realizan ordinariamente con las esquilas o campanas giratorias, explicó.

Para las 11:43 se hace la segunda llamada con dos toques de campana con 25 repiques cada uno y dura un minuto y medio aproximadamente. Es el último llamado el más prolongado: A las 11:50 se toca la Campana Mayor, la Santa María de Guadalupe, de 12.8 toneladas con un sonido de Fa Mayor; posteriormente se reza el Ángelus con los repiques del Ave María que dura 6 ó 7 minutos, justo antes de dejar que suenen las campanillas del reloj de Catedral (recientemente restauradas) anunciando el mediodía. Después la campanadas vuelven a sonar con la Plegaria o Rogativa, donde en la torre oriente se tocan 13 campanas de diferente nota musical para emular la plegaria: ‘Ruego al Señor por ti, y te rogamos Señor’. Esta plegaria se repite 3 veces y el repique finaliza con el tañido de las campanas de mayor tamaño; esto se realiza una vez que ya ha iniciado la procesión hacia el altar para la celebración eucarística dominical. Rafael Parra asegura que no han sido pocas las ocasiones en que justo al mediodía los políticos y candidatos que presiden concentraciones en el Zócalo capitalino suelen decir: ‘escuchen cómo las campanas de la Catedral nos reciben, ahora pasó justo lo contrario’.”


A todos los Fieles de este nuestro Arzobispado salud en nuestro Señor Jesu Christo.

Así como es verdad inegable que nadie tendria razon para reprobar el moderado uso de las Campanas atendidos los santos fines, el cuidado, i solemnidad, conque las bendice i consagra nuestra Santa Madre la Iglesia, i la comodidad que traen á todos, á lo menos para saber la hora en que se celebran en los Templos los Divinos Oficios, asi tambien es cierto que no habrá fundamento racional para aprobar el intolerable exceso, que se ha introducido, de los toques, por las molestias i vexaciones que causan.

De esto se sigue claramente no ser justo el abusar i hacer odioso ó ridiculo lo que tiene tan santo destino, pues segun varias leyes puede cualquiera empleado en estudios i en ministerios publicos embarazar que toquen inmoderadamente las Campanas contra su debido uso i necesidad, é igual privilegio se concede á los enfermos, porque aquel estrepito desarreglado les es perjudicial imponderablemente, lo qual es punto decidido en la Rota Romana, porque tenemos obligacion de mirar por los que estando con graves accidentes padecen mucho con los toques continuos i pesados; Para evitar estos inconvenientes debe haber reglas fijas en el modo de tocarlas, i no dexarlo al arbitrio i voluntariedad de los que hacen diversion ó de otras personas inconsideradas, i establecer como se deben tocar prohibiendo los toques nocturnos, extraordinarios, largos, i á deshora.

Mucho más quando ha llegado al estremo de no haber mas regla que tocar á el que mas puede, i tocar con las mas grandes i con el mayor numero de Campanas que se puede de suerte que si se tirára de intento a échar de las torres abaxo las lenguas de las Campanas, ó á romper las mismas campanas i desquiciarlas de sus Espigas para que cayeran con fatal riesgo de muchas personas, no parece que se podria echar mano de medios mas eficaces que los que algunos practican haciendo ver la justicia de aquel dictamen dado muchos años há de que : por la publica utilidad pueden ser expelidos los immoderados tocadores de las Campanas porque dañan á los habitantes con el importuno i no necesario ruido aturdidor de ellas; pudiendose afirmar asimismo Que esto no es culto divino, sino estrepito humano, Que se confunden asi las festividades i clases, i Que se trastorna desde los fundamentos el intento discreto i santo de la Iglesia.

A fin pues de cortar de raiz este abuso tan reprobado é insufrible, despues de encargar, como encargamos por este Edicto que en todos los Campanarios se pongan en el modo posible unas tablas como las que hai en el de nuestra Santa Iglesia Metropolitana, para precaver las mortales caidas de las personas que tocan, i otras desgracias por desprenderse las Lenguas ó Campanas mismas, i para detener en mucha parte lo ingrato que tenga su sonido.

Despues de esto, declaramos i mandamos pena de Excomunion Mayor que no se pueda tocar á vuelo aun en las Festividades mas solemnes sino en las visperas de ellas, á las primeras Oraciones de la noche, el dia siguiente antes de comenzar el Oficio, i á medio dia; pero estos vuelos no han de ser con todas las Campanas, i sí con tanta moderacion que no llegue á molestar este toque i solo dure cinco minutos, i á la media hora otros cinco, i parar las Campanas; pues de este modo se anuncia i se hace notoria suficientemente la Festividad. Quando sale una Procesion General, i quando vuelve á la Iglesia, i en las Iglesias por donde pasa, al tiempo mismo de pasar, podrán tocar las Campanas pero con la limitacion dicha. En todas las Festividades partículares de todas las Iglesias, sin excepcion, pues todas están sugetas á la Disciplina general que ordenen los respectivos Arzobispos ú Obispos, solo se tocarán breves repiques sin vuelos en las horas mismas que quedan dichas.

Dobles, primeras, i segundas clases. I con solo estos repiques se debe hacer señal para los Oficios en los dias dobles, primeras, i segundas clases, pero sin ser tan largos que lleguen á ser enfadosos, pues solo se deben hacer dos, uno para llamar y otro para empezar, de modo que el toque no debe pasar de la hora establecida para dar principio á los Divinos Oficios, pero con tal que ninguno de ellos pase de cinco minutos, y no se volverán despues á tocar las Campanas con motivo alguno. En los dias Feriales, Simples, y Semidobles, deben tocarse con mas brevedad i menos solemnidad.

Dado para todo este nuestro Arzobispado de Valencia á treinta dias del mes de Septiembre de mil setecientos noventa años.

Francisco Arzobispo de Valencia”


Toque de misa mayor: normalmente es el toque de gloria, se toca los días festivos (incluidos los domingos) y en las procesiones. Este es el toque por excelencia dónde se oye y se aprecia la calidad del campanero, un buen campanero es aquel que le saca música a las campanas, consigue acariciar el badajo y la campana, con suavidad, cuanto más suave sea la caricia mejor sonará. Cada campanero tiene su propio estilo. Se usan las dos campanas, se inicia con un pequeño intercambio de golpeos con ambas campanas simultáneamente, y alternativamente como afinándolas y tanteando su peso, los golpeos son casi seguidos, como precalentamiento, luego ya empieza el concierto en sí, alternando y combinando golpeos seguidos, rápidos y acompasados, cambiando el ritmo segÚn el repertorio de cada campanero, puede durar varios minutos. El sonido resultante no puede ser molesto, todo lo contrario.


Medio minuto agudo y penetrante de campana a las 5:30 de la mañana hace en un instante poner en conmoción a todos los habitantes de San José de la Montaña.”





Y justo a las cero horas, con el nacimiento del 2000 las campanas de Catedral fueron nuevamente protagonistas de la fiesta: un minuto de repique para gritar a los cuatro vientos: "¡Bienvenido milenio!", en una fiesta mexicana llena de color en la que no pudo faltar la música de mariachi al gran festejado de la noche: el año nuevo, aunque antes, con un poco de nostalgia se despidiera a 1999 entre los acordes de "Las Golondrinas" y la voz del tenor De la Mora.”


Los domingos se realiza un desordenado toque de la práctica totalidad de las campanas, sin otro motivo que una posible orden del Papa Juan Pablo II, dictada en 1983, y de la que no tenemos conocimiento. Así como la recuperación de diversas señales del culto divino de cada día nos parece excelente (aunque todavía incompleta), el toque desaforado de los domingos nos parece un exceso sin justificación. Debiera estudiarse los toques antiguos (de los que, sin duda, hay una buena relación o varias en los ricos archivos capitulares), así como entrevistar cuidadosamente a Don Polo y sus ayudantes, e incluso grabarles en vídeo (si fuera posible), para recoger y fijar técnicas y ritmos de los toques. En cuanto a los toques de los domingos, seguramente recogidos por la tradición, deben establecerse según una necesaria jerarquía, utilizando de menos a más campanas, para diferenciar y reconocer las festividades: domingo ordinario: alguna esquila, alguna campana fija.”

Francesc Llop I Bayo, México, a 29 de septiembre de 1997.


“La pregunta no es por qué repicaron las campanas de la Catedral, sino por qué lo hicieron durante 12 minutos. Desde el pontificado de Paulo VI se estableció que las catedrales del mundo darían un repique (es decir, campanas a vuelo) todos los sábados para rogar por la paz en el mundo. Luego, el repique se hizo extensivo a dos días (sábado y domingo). Y ahora es diario. Sin embargo, ese repique siempre ha sido de cinco minutos, de 11:55 a 12:00 horas, lo que puedo jurar ya que vivo dos calles detrás, exactamente, de la Catedral. ¿Por qué ese día fue de 12 minutos? Es algo que deberá explicar la Arquidiócesis.

Salvador Ávila Beltrán

22.11.07

El mundo se acaba en mayo

  • Kuznetsov, discípulo del capitán Araña
  • Las predicciones de Batra

s oficial: el mundo llegará a su término a fines de mayo del año entrante y más vale encerrarse en una cueva o catacumba bien acondicionada para resistir el suceso. Se recomienda almacenar mucha agua potable, gasolina en abundancia, gas embotellado, una buena cantidad de alimentos enlatados y deshidratados (la eternidad es larga) y, por supuesto, unos 30 kilómetros de papel higiénico por persona. El aposento ha de disponerse de manera que existan en él espacios separados para hombres y para mujeres y áreas privadas dotadas de un sistema eficaz de eliminación de desechos. Esto último es crucial pues, en caso de no haberlo, el Apocalipsis les llegará a los habitantes del refugio mucho antes que a los incautos que permanecen al aire libre. Esto piensan los integrantes de una “Auténtica Iglesia Ortodoxa Rusa” que desde fines del mes pasado se atrincheraron en una caverna cavada por ellos mismos en los alrededores de Nikólskoye, región de Penza, medio millar de kilómetros al sureste de Moscú. Los bienaventurados escucharon el exhorto de Piotr Kuznetsov, un individuo incierto de 43 años a quien sus seguidores llaman “padre Piotr”, académico, reciente huésped de un hospital siquiátrico, y quien hace poco fue deportado de Bielorrusia por “posesión de literatura prohibida” y por realizar “actividades misioneras ilegales”.

Las autoridades rusas han montado un dispositivo de seguridad en torno a la entrada de la caverna y tratan de convencer a sus 29 ocupantes –en su mayoría, mujeres ucranianas y bielorrusas— de que dejen salir a los cuatro menores de edad (se habla incluso de un niño de año y medio) que tienen con ellos. la situación es preocupante porque las temperaturas de la región andan ya por los cero grados y descienden día con día. Al parecer, hasta ahora no se ha adoptado ninguna medida de fuerza y la punta de lanza gubernamental no está compuesta por tropas de asalto sino por médicos y sicólogos que se empeñan en rescatar a los apocalípticos por las buenas. Pero hay datos ominosos: se ha prohibido a los periodistas acercarse a los alrededores de la cueva y los ocupantes de ésta amenazan, por su parte, con prenderse fuego si intentan sacarlos por las malas. Kuznetsov, por su parte, en imitación de aquel portugués Aranha que en el siglo XVIII reclutaba marineros para las Indias Occidentales sin arriesgarse él mismo a pisar la cubierta de las embarcaciones, está fuera del recinto y asegura que se unirá a su gente en mayo próximo. Se sabe también que originalmente el líder espiritual leyó en los astros que el Anticristo llegaría en marzo, pero que decidió posponer un poco el acontecimiento para evitar que coincidiera con las elecciones presidenciales rusas y atajar cualquier posibilidad de que el Fin del Mundo se politizara.



Anticristo es todo un enredo. Catholic.net asegura, en nombre de “nosotros, los católicos”, que los textos bíblicos que se refieren a él no deben ser tomados al pie de la letra y que “el anticristo y los anticristos son una realidad misteriosa muy profunda en la historia humana; es el poder del mal en toda la humanidad; es la realidad del pecado y de la maldad que se ha manifestado y sigue manifestándose en personajes históricos, en grupos de personas, en tendencias anticristianas, en sistemas políticos y económicos que quieren aplastar los grandes valores del Reino de Dios: el amor entre los hombres, la justicia en el mundo, la verdadera paz, la fraternidad y la solidaridad”; que “se encarnan en instituciones humanas, en intereses mundiales que proclaman sutilmente, y a veces abiertamente, la guerra a la Iglesia de Cristo, el atropello a los derechos humanos, la idolatría del dinero, del sexo y del poder”, y que su acción se percibe “en los cultos satánicos, en los suicidios colectivos, en las ideologías que han llevado a algunas personas a cometer verdaderos genocidios”. La Enciclopedia Católica, en cambio, propone que “será una persona humana, tal vez de extracción judía”, o bien que fue alguien del pasado (Nerón, Dioclesiano, Julián, Calígula, Tito, Simón Magus, Simón el hijo de Giora, El gran Sacerdote Ananás, Vitellius...). Ambas fuentes coinciden en que son el papado en general, o un Papa en particular, las entidades más frecuentemente identificadas con el Anticristo, lo que, aclaran con rapidez, no quiere decir que lo sean.

El Fin del Mundo es un tema buenísimo y da para muchas variantes. Una muy socorrida es la de los survavilists gringos que en décadas recientes, cuando parecía que Estados Unidos y la URSS (quepd) se iban a agarrar a coscorrones nucleares, reforzaban sus sótanos, hacían acopio de latas de atún, agua embotellada, pilas desechables, monedas de oro, toallas higiénicas y cartuchos de escopeta, y se enterraban a esperar que el mundo entero quedara convertido, tras el holocausto atómico, en una escenografía de la película Mad Max. La perspectiva dio margen a una copiosa lista de manuales, novelas y alegatos impresos sobre el inminente final y la mejor manera de enfrentarlo, y varias dependencias oficiales de Washington se encargaron de alimentar la paranoia imprimiendo y distribuyendo manuales de sobrevivencia para la tercera guerra mundial. Otras variedades de La Gran Amenaza, advocación laica del Anticristo, han sido una hecatombe financiera, el fallo generalizado de las computadoras en el año 2000 o las catastróficas consecuencias del cambio climático, un cambio que pasó del invierno nuclear, tan de moda en los años ochenta al actual calentamiento global por culpa del dióxido de carbono. Algunos masoquistas impenitentes hacen listas de todas esas amenazas, más otras: el asteroide que chocará con la tierra, el establecimiento de una feroz dictadura planetaria (como si no hubiera ya una: la de los capitales financieros) o el surgimiento de algún virus verdaderamente desalmado.



Entre la mucha basura divertida (guácala, qué rico) que hay en mi biblioteca destaca La gran depresión de 1990 (The Great Depression of 1990), del economista gringo-paquistaní Ravi Batra, quien en los años previos al del título resolvió su crisis financiera personal augurando una de dimensiones planetarias que, por supuesto, no ocurrió nunca. Durante cinco semanas consecutivas, el librito estuvo en la lista de los bestsellers de The New York Times y se vendía a 17.95 dólares, lo que presumiblemente dejó al doctor Batra en una posición muy sólida para enfrentar la debacle económica pronosticada en el volumen, más otras que pudieran venir después. Hoy en día un ejemplar de esta traducción, publicada por Grijalbo, alcanza en Internet el asombroso precio de tres mil pesos colombianos (un dólar con 48 centavos) y me congratulo de poseer semejante tesoro bibliográfico.

Ciertamente, en 1978 Batra había predicho la crisis final del comunismo, pero con dos fallas importantes: auguró que ésta vendría acompañada por la bancarrota final del capitalismo y anunció el advenimiento, en Rusia, de una era dorada para los intelectuales, académicos y sacerdotes. A la postre, la realidad decidió instaurar en la Rusia postsoviética una edad de oro de los mafiosos. En 1980, Batra “predijo” la caída del Sha de Irán (ocurrida un año antes) y la guerra entre ese país e Irak (ya en curso, para entonces), y en 1999 volvió a la carga con augurios estremecedores sobre “el crack del milenio”. No entiendo cómo es que los directivos de la Universidad Metodista del Dallas, en donde Batra “enseña” economía, no lo han echado a patadas, pese a que en 1993 el tal profesor fue distinguido con el Premio Ig Nobel. Va una súplica para los apocalípticos de Rusia: suelten a los niños, manden pedir cobijas adicionales para el invierno y quédense tranquilos en su caverna a esperar el fin del mundo.

19.11.07

Las campanas violentas

El arzobispo Perverto Rivera, retratado por Helguera

Desde el año 312, los amasiatos de los jerarcas cristianos con el poder terrenal han quedado sellados por el signo de la violencia. En esa fecha, el implacable Constantino ganó batallas inspirado por un célebre delirio en el que se le apareció una cruz en el cielo y una leyenda: Hoc signum vinces, “con este signo vencerás”. Desde entonces, obispos y arzobispos urdieron y acompañaron guerras en las que muchos millones de infelices marchaban a la muerte guiados por el Crismón, un estandarte inspirado en el nombre de un pobre judío crucificado tres siglos antes por predicar la paz y la bondad entre los prójimos.

A diferencia de él, una buena parte de la nómina en el santoral católico está compuesta por guerreros: hagan cuentas de los que hay sólo entre Juana de Arco e Ignacio de Loyola, y cuántas canonizaciones produjeron las cruzadas.

Los amos de la Iglesia son pioneros en la conformación de un discurso oficial hipócrita y orwelliano, muchos siglos antes de que el gran escritor inglés publicara 1984: hacen la guerra en nombre de la paz, predican castidad en el púlpito y fornican o violan atrás del altar mayor, alaban la generosidad y practican la codicia extrema, hablan de comprensión y piedad mientras persiguen con saña a quienes no piensan como ellos.

Pero esa hipocresía no alcanza para tapar el deseo de violencia que cunde entre buena parte de los máximos funcionarios del catolicismo mexicano. Hace ya tiempo que andan en el negocio de la provocación y no dudan en convocar a cruzadas contra las campañas de prevención del sida, contra las sociedades de convivencia, contra la despenalización del aborto. En todos esos casos se han quedado con las ganas, porque los fieles no son tontos: saben, por memoria histórica, que cardenales y arzobispos azuzaron a los laicos y al bajo clero para que emprendieran la Cristiada y que luego los dejaron colgados de la brocha, tienen claras las diferencias entre un confesor y un ginecólogo, entre un cardenal y un dirigente político, y entre una conferencia episcopal y un órgano legislativo, y hacen muy poco caso, o ninguno, a las arengas de sus mentores espirituales. El deseo revanchista de los dirigentes católicos y su afán de confrontar ha sido frustrado, además, por la coherencia institucional de los actos de modernización social emprendidos en la capital de la República y por la vocación pacifista de un movimiento social de resistencia que no quiere ahorcar curas, sino justicia y esclarecimiento legal ante la impunidad judicial que disfruta el alto clero, parte integrante de la oligarquía en el poder.

La provocación más reciente fue lanzada el domingo pasado, desde el campanario de Catedral, sobre la concentración lopezobradorista que tenía lugar en el Zócalo capitalino. En tiempos recientes, las autoridades del templo han cancelado varias veces el culto dominical. En ocasión de un mitin de la coalición Por el Bien de Todos, en julio de 2006, la Arquidiócesis “tomó la decisión de suspender la misa ante la concentración prevista, porque era necesario garantizar la seguridad de las familias que cada domingo asisten a la celebración eucarística”, precisó que la medida no tenía tintes políticos sino que se adoptaba para evitar que las “muchas personas discapacitadas que asisten a misa de mediodía” se metieran en el tumulto, y “resaltó que ésta no es la primera vez que se suspende dicha celebración religiosa ya que en otras ocasiones, en las que ha coincidido con algunos festejos como la celebración de las Fiestas Patrias, se ha llegado a no oficiar misa”. El domingo ni siquiera era necesario cancelar nada: habría bastado con hacer sonar las campanas en forma mínimamente respetuosa. Pero lo que se escuchó en la plaza no fue “el repique ordinario de la celebración del domingo” sino una irrupción bravucona; no fue un llamado a misa, sino una exhortación a la madriza.

¿Por qué ese afán de opacar a golpes de badajo, durante doce minutos, la voz más íntegra, valerosa y humanitaria que hay en el país, que es la de doña Rosario Ibarra de Piedra? Da la impresión de que algún jerarca soñaba con que la resistencia civil incendiara el templo o, cuando menos, descuartizara a algún monaguillo, no para dar carne de cañón a las beatificaciones sino para conseguir la deseada evidencia de que la Convención Nacional Democrática es una horda de peligrosos delincuentes. Pero al interior del recinto no hubo linchamientos ni violencia ni mucho menos “terrorismo”, como afirmaron los administradores catedralicios, sino un breve intercambio de mentadas de madre entre la escasa feligresía y el grupito de exaltados (o de infiltrados) que se metió a la iglesia para exigir que se pusiera fin al ruido.

De todos modos, el guión siguió su marcha y de inmediato la jauría de “comunicadores” del oficialismo se rasgó las vestiduras y dio curso, ante micrófonos y cámaras y en primeras planas, al escándalo: profanación, sacrilegio, intolerancia, violación de la libertad de culto. El llamado lopezobradorista a defender la industria petrolera de las gulas privatizadoras del régimen fue desplazado como nota central y en su lugar se ofreció al público el espectáculo inexistente de una grave agresión anticlerical.

El incidente obliga a recordar la guerra de decibeles que la presidencia espuria lanzó el 15 de septiembre contra la celebración del Grito de los Libres y el hostigamiento verbal sistemático del gobierno federal contra las autoridades capitalinas: paradoja o no, quien salió parecido a Hugo Chávez en lo pendenciero y picapleitos, no fue Andrés Manuel sino Felipe de Jesús, acompañado ahora en sus tácticas provocadoras por el grupo dominante de la jerarquía católica.

Ojalá que no se sigan equivocando el uno y los otros. Este domingo la plancha del Zócalo se pobló de gente representativa de la sociedad mexicana que es, en su mayoría, creyente, y en su mayor parte, católica. Y así como Calderón no va a lograr la legitimidad que le falta con modales de sácalepunta, los ensotanados que lo acompañan en el poder no conseguirán arrastrar a la violencia y a la división a una feligresía mucho más fiel que ellos a los valores cristianos, empezando por el del apego a la paz.


Los "terroristas", captados por la cámara de Cristina Rodríguez

18.11.07

Nueve días

Las primeras horas uno está como zombi. Conforme transcurren, uno se va rompiendo en pedazos, y llega al fondo. Al tercer o cuarto día surge de adentro la ilusión del olvido. Luego, conforme avanzan los días, uno va cayendo en la cuenta de que no habrá tal olvido, y que la resignación es el acto de acostumbrarse a vivir con el dolor de la pérdida, e incluso la determinación de tomarle cariño a ese dolor, como si transfiriera el afecto que se le tenía al difunto al afecto por una ausencia que duele y que hay que hacer compatible, de alguna pinche manera, con la vida que sigue. Nunca he rezado novenarios ni creo en esas cosas, pero a los nueve días de que Miguel Luna colgó los tenis, asumo que está presente, así sea en esa forma misteriosa, y que lo seguirá estando. Salud, tocayo, y aquí está tu hija en la línea.


Me apoyaba y defendía en las malas y las muy malas

Muchos me han dicho que era el papá que a uno le encantaría haber tenido. Yo tuve la inmensa suerte de que fuera el mío y por eso se me parte el alma en mil pedazos por su partida.

Mi papá, en inquebrantable equipo con mi mamá, me enseñó todo en esta vida.

Con él cada día era diferente y me sorprendía cada vez que hablaba con él, a veces llamándolo a las 3 de la mañana para platicarle una anécdota, un chiste, preguntarle algo o nada más recodarle cuánto lo quería… aunque eso lo hiciera refunfuñar.

Mi papá, que siempre me llamó Morbo o Alimaña con todo el cariño del mundo.

Mi papá que me ayudaba con las tareas, así como me apoyaba y defendía en las malas y las muy malas, entre el reconfortante humo de sus Delincuentes.

Mi papá que hace años quería conseguir una silla de ruedas eléctrica para andar por la ciudad, mientras los padres de mis compañeros corrían inútiles maratones.

Mi papá que me dijo, la primera vez que salí maquillada, “no te preocupes te ves muy bien, pareces cabaretera”.

Mi papá que como consuelo en mis desamores me hacía ver cuánta película de vampiros hubiera a nuestra disposición.

Mi pá que me traía varitas mágicas de Estados Unidos cuando viajaba contigo.

Mi papá a quien vi por última vez este mes de agosto, en esos días que fueron una despedida…y ahora me doy cuenta de que ambos lo sabíamos.

Mi papá que con el ejemplo me enseñó la integridad, el no venderse, el ser libre, la generosidad sin límites, el defender los principios de uno sin nunca ofender y tanto tanto más que si sigo no podré parar.

¡Oh qué la canción!, ya se me salen las lágrimas de nuevo en lo que trato de vivir en este mundo en el que desde hace una semana Miguel Luna ya no está.

Lo único que me queda es agradecerles una vez más todo su cariño y disfrutar de la vida tratando de estar a su altura, pues esa es la lección más importante que aprendí de Miguel Luna.

Valeria Luna

Reporte


Siempre sí posteo. A las 10:30, cuando ingresé al Zócalo, los claros y las zonas ralas me alarmaron. La plaza distaba mucho de estar llena, y eso que su espacio utilizable se encuentra reducido en un tercio por la instalación de un pabellón de no sé qué. "Ahora sí ya nos quedamos solos", pensé, con un poquito de amargura, aunque viéndole el lado bueno a la perspectiva: si para la próxima venimos sólo unos 300 gatos, habrá espacio de sobra para extender catres y escuchar al Peje tumbados en ellos, bronceándonos al sol, para desquitar tantísimas horas de pie y apretujados que hemos vivido en este espacio.
Sin ninguna dificultad pude dar una vuelta completa al espacio disponible de la plaza, pero cuando volví a mi punto de partida (frente al Ayuntamiento) ya costaba moverse. Tal vez es que en estos años hemos ganado experiencia y habilidad para entrar con rapidez a la plaza y llenar los claros. En todo caso, no hubo esas angustiosas solidificaciones de carne humana que presencié el año pasado, cuando la asistencia era tal que uno quedaba prácticamente ensamblado con las personas a su alrededor, pero el Zócalo se llenó.
Esta vez prácticamente no hubo zumbido de helicópteros. Sólo uno de la Policía, ya bien empezado el mitin, y el aburrimiento de los ocupantes de la aeronave se percibía desde el suelo: un vuelo rutinario para informar a la superioridad que no pasó nada, que esto no es la toma del Palacio de Invierno --por más que los chicos del "Partido Comunista de México" hayan colgado unas enormes caras de Marx, Engels, Lenin y Stalin en un rincón de la plaza-- y que muchos comercios del Primer Cuadro abrieron sus cortinas metálicas y apostaron por el mercadeo de muchedumbres. Ya avanzado el discurso del orador principal otro pájaro rotatorio se dio un par de vueltas rutinarias por encima de nuestras cabezas: morralla para alguno de esos noticieros radiales o televisivos que por norma dicen mentiras.
Los diez minutos o más de campanazos desde Catedral fueron una ostensible provocación de ese alto clero que cogobierna y que, por ello, goza de impunidad total para sus canalladas.
Yo estaba del otro lado del Zócalo y no alcancé a ver la incursión de manifestantes en la iglesia, pero sí percibí la indignación causada por el barullo eclesiástico. Estaba en uso de la palabra doña Rosario Ibarra, y cuando se dio cuenta que el escándalo no era una piadosa llamada a misa sino desatadas ganas de joder, se preguntó: "Esas campanas, ¿estarán saludando a la Convención Nacional Democrática o pretenderán que nos callemos?" La admirable mujer se desgañitó y logró imponer su voz --al menos, la que le llegaba al sector sur del Zócalo, en el que yo me encontraba-- al griterío de bronce procedente del campanario.
El Peje habló bien y con mucha sustancia, cargó las baterías de la multitud y recibió de ésta la energía para seguir haciéndola de presidente legítimo (chamba ingrata y dura si las hay) de aquí al 18 de marzo, y lo que dijo rebasa el sentido de este post. No percibí euforia, pero tampoco tristeza en la multitud. Tengo la impresión de que este movimiento ha empezado a establecer su propia normalidad y sus propias rutinas (aunque la CND sea un caos) y que los asistentes acudimos al Zócalo con la tranquilidad de estar haciendo lo que nos toca para cambiar al país, y que salimos de allí con la actitud cotidiana de quien abandona la sala de juntas tras una reunión profesional. A fin de cuentas, Calderón se ostenta como el Presidente del empleo y vaya que nos ha dado a todos un montón de trabajo: el trabajo de echarlo del cargo a punta de expresiones de repudio.

17.11.07

Perdón.

Hoy, domingo, este blog no registrará movimientos por causa de fuerza mayor. Ocurre que me da mucha vergüenza dejarle a mi hija un México tan hecho pedazos, desigual y corrupto, como el que están implantando la oligarquía y su gobierno fraudulento. Por eso, y aunque estoy hasta la madre de marchas, plantones y multitudes, voy a estar en la

en el

16.11.07

Cosas de Pepe


Otro personaje centroamericano curiosito, por decir lo menos, es José Batres Montúfar, nacido en San Salvador en 1809 y muerto en Guatemala 35 años después. En ese lapso a nuestros ojos breve, fue militar, fue político, fue ingeniero agrimensor y fue poeta, y sobre su desempeño de este último oficio existen opiniones encontradas. Lo alabaron Menéndez y Pelayo, Juan Valera y el crítico francés Boris de Tannenberg, y lo execró Leopoldo Alas, Clarín.

Lo cierto es que, del multicitado Bécquer a Espronceda, el romanticismo no fue precisamente el mejor momento de la poesía iberoamericana, y Pepe Batres estaba por época y por temperamento inexorablemente afiliado a tal corriente.

Pero vayamos al chisme: nuestro personaje participó en la expedición a Nicaragua que organizó y dirigió el inglés John Baily para realizar un reconocimiento previo a la apertura de un canal interoceánico que, a la postré acabó siendo construido en Panamá. En el viaje murió el hermano de Pepe, Juan, lo que dio motivo a unos versos más raros que buenos, escritos en dodecasílabos (cito de memoria, y tal vez mal, porque Google casi no conoce a Batres Montúfar):

De fieras poblado, de selvas cubierto
que han visto serenas cien siglos pasar,
allá en Nicaragua se extiende un desierto.
¿Su historia? ¡Ninguna! ¿Su límite? ¡El mar!

Para colmo de males, a su retorno a Guatemala, Pepe se encontró con una noticia horrible (al menos, para él): Luisa Meany, su novia de toda la vida, se había casado con otro cabrón. Eso lo llevó a perpetrar su cosa más conocida, el Yo pienso en ti:

Yo pienso en ti, tú vives en mi mente
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.

En mi lóbrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a través de una bóveda sombría
al roto marmol de una sepultura.

Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena,
y allá en su centro brilla moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de tu nombre suena.

Sin luchas, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un sólo, un leve acento,
las largas horas de la noche cuento
¡y pienso en ti!

Después se reivindicó con el ejercicio del género jocoserio y, en particular, con Las falsas apariencias, en donde, a lo que puede verse, tomó el asunto por el lado divertido:

Si me dicen que el sol, que por el cielo
describir un gran círculo se mira,
camina en torno de él con raudo vuelo,
como sé que la tierra es la que gira
sobre sus mismos polos, sin recelo,
digo que lo que dicen es mentira,
aunque la vista así lo represente.
¿Por qué? –Porque el discurso lo desmiente.
Si sumerjo en un líquido una caña,
y la veo quebrada desde afuera,
entonces digo que la vista engaña,
porque sé que la caña estaba entera.
Si encuentro al regresar de la campaña
a mi mujer con un galán cualquiera
en alguna no lícita entrevista,
digo también que me engañó la vista.

Muere la muerte


Este es el texto que te mencioné el otro día, Y. Lo pongo aquí porque algo puede decirle a alguien que no haya participado en esa charla:


(Citado por Ernesto Cardenal en el prólogo a Poemas de un joven, FCE, México, 1982)

15.11.07

El olfato del guía


  • Los saharuis no dicen mentiras
No recuerdo si la historia me la contó Alí, que está en el paraíso de Mahoma, o Malainin, que vive, o ambos. Ocurrió en tiempos en que la guerra de resistencia contra las tropas del sangriento Hassán II se libraba en caliente, hace cosa de treinta años. Las patrullas guerrilleras del Frente Polisario recibían asignaciones para golpear al enemigo en sus líneas de aprovisionamiento y debían recorrer muchos kilómetros, a pie o en camello, para cumplir su misión, en trayectos extenuantes de varios días en los que había que cargar con lo indispensable, que era todo: armas y municiones, las jaimas para pernoctar y para guarecerse en las horas de mayor inclemencia solar, la sémola para preparar un cus-cus austero, las infaltables hojas machacadas de té, para dar un poco de dulzura a la aridez, y el agua necesaria para esos efectos. ¿Mapas? No, no llevaban mapas porque una representación a escala del desierto es, además de monótona, del todo inútil. El sistema de geoposicionamiento global de tales patrullas iba en el cerebro de los guías, viejos individuos curtidos en las travesías de la arena, amantes de su patria seca y de su libertad de nómadas ancestrales. En esos entornos la vista no es muy útil porque el desierto es dinámico en la creación de paisajes, no hay muchos signos perdurables que faciliten la orientación y los valles y las colinas son más bien provisionales. Uno podría imaginarse lo más obvio, que es la observación de los astros para definir la posición y la ruta. Pero los saharauis son originales y recurren al olfato: esos viejos guías podían reconocer en qué punto preciso de su universo se encontraban mediante el método inverosímil de oler la arena en un ceremonial preciso: por la noche, el guía, acuclillado en la jaima, mandaba a uno de los efectivos de la patrulla a que recogiera un puñado de arena del exterior, y al recibirlo lo olfateaba para saber cuánto se había avanzado, y en qué dirección.


La patrulla salió de algún campamento del sur con dirección al noreste y estaba integrada, además del guía, por un puñado de combatientes jóvenes y fogosos, con educación moderna y conocimiento aún escaso de las tradiciones. Tres de ellos, escépticos, dudaron de facultades nasales tan portentosas, supusieron que eran un truco y complotaron para tomarle el pelo al viejo y descubrir cómo era que éste conseguía, en verdad, orientarse en el desierto. Antes de partir, llenaron un frasco con arena recolectada de los alrededores de la base y lo echaron en la mochila de uno de ellos.

Nada ocurrió tras la primera jornada de marcha: al caer la tarde, los integrantes del pequeño grupo de combate se dispusieron a descansar, levantaron un par de jaimas y se introdujeron en ellas para disfrutar de las tres cargas de té espumoso (ese es otro misterio: ¿cómo carajos le sacan espuma a esa bebida? ¿Le pondrán una pizca de detergente o una gota de clara de huevo sin que uno se dé cuenta?): la primera es amarga como la vida; la segunda, dulce como el sueño; la tercera, suave como la muerte. El viejo se mostró confiado en su sentido de la orientación, juzgó innecesario comprobar la ubicación geográfica y los jóvenes conjurados tuvieron que dormirse sobre su propia frustración.


En la tarde del segundo día, el responsable de llevar la columna a su destino dio muestras de inquietud: escudriñaba el horizonte planísimo, vacilaba por momentos, se detenía y miraba el suelo. Ordenó un alto en hora aún temprana y los hombres armaron las dos tiendas --una para los hombres y las armas, otra para el resto de la carga-- y vertieron sobre la sémola un poco de agua inapreciable para preparar el alimento. Comieron conforme caía la noche y al terminar desempacaron la pequeña hornilla de alcohol y los vasos reglamentarios -más pequeños que un vaso de un cuarto de litro, más grandes que un caballito de tequila-, vertieron un puñado de hojas aromáticas en el agua de la tetera, le agregaron azúcar y se dispusieron a paladear la primera ronda, que después de pasar varias veces de la tetera al vaso y del vaso a la tetera, en cascadas altas, delgadas y precisas, sale espumosa, y amarga como la vida. Tal vez se dieron tiempo para relatar historias de familia, de amor y de muerte, o evocaron episodios de la recién terminada invasión mauritana, o comentaron las huelgas del sindicato Solidaridad en Polonia, o analizaron la visita del entonces jefe del gobierno español, Adolfo Suárez, a Irak y a Jordania, o debatieron sobre las repercusiones que podría tener para su pequeña patria ocupada la elección del siniestro y remoto Ronald Reagan: los saharauis, desde su rincón de de-sierto, y sin tele ni periódicos, están al tanto del mundo.

Quién sabe de qué hablaron, pero de seguro lo hicieron en forma animada y alegre, a pesar de la incertidumbre del combate próximo, de la devastación perpetrada en el Sahara Occidental por el genocida marroquí, de la precariedad de medios desde la que estos hijos del desierto se enfrentaban a una potencia regional armada por Estados Unidos. Con esos temas o con otros apuraron la segunda carga de té, que es dulce como el sueño, y la tercera, que es suave como la muerte, y luego se hizo el silencio. Entonces el viejo guía señaló a uno de los combatientes y le dijo: “Ve afuera y tráeme un poco de arena”.



El designado, reprimiendo los nervios, salió de la jaima en la que se encontraban, entró a la otra, en la que almacenaban las provisiones, hurgó en su mochila, sacó el frasco de arena, la echó en la palma de su mano y caminó de regreso hasta donde estaba el guía. Éste adelantó el cuenco de sus manos para recibir el puñado, inclinó la cabeza, aspiró profundamente y cerró los ojos. Pasado un instante, los abrió como platos. Miró a sus compañeros uno por uno, dejó caer la arena y se derrumbó a punto del llanto, mientras exclamaba: “¡Soy un estúpido! ¡Hemos vuelto al punto de donde salimos!”

Tengo muchos motivos para dudar de la veracidad de esta historia pero todos ellos se desvanecen ante una consideración que, por mi experiencia, tiene la condición de axioma: los saharuis no mienten. Son alegres, juguetones, pobres de solemnidad y tercos; en ocasiones pueden ser sombríos y retraídos, aunque casi siempre se conducen con una calidez que enchufa de inmediato en la fraternidad. Pero la glándula de la mentira no existe en sus organismos.


Eso lo saben bien los gobiernos de España y Estados Unidos --responsables máximos del sufrimiento del pueblo saharaui-- y los babeantes funcionarios de la ONU que se limitan a alzar los hombros y a mirar al cielo con resignación ante la canallada en curso contra un pueblo despojado; y lo saben, por supuesto, el actual reyezuelo marroquí y su corte de aduladores. Hace 30 años, Occidente habría podido dar crédito a los habitantes indómitos del Sahara occidental, evitar la masacre de civiles saharuis que perpetró la aviación marroquí y la anexión de facto de buena parte de las viejas provincias de Saguia el Hamra y Río de Oro. Pero Hassán II implantó a 350 mil marroquíes en el desierto --la pobreza es dura-- y construyó unas murallas que dividen al país en dos, y tan ignominiosas e ilegales como la gran jaula que Israel erige en Cisjordania para robarse tierras palestinas. La solución para los saharuis sigue sin llegar. República Árabe Saharui Democrática, as salaam aleikum; conserva tu dignidad, tu apego a la verdad y tu alegría.