19.10.07

Bienvenida

Cristóbal

No suelo practicar arqueologías de mí mismo. La que sigue no lo es tanto, espero, y prometo que es una de las pocas que se leerán en este blog:

Breton nunca me cayó muy bien que digamos pero casi desde que salí de la infancia me gustó su divisa: “Trasformar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud, y estas dos concepciones para nosotros son una sola”. Tras una historia escolar turbulenta me vi colocado, en el bachillerato, en un colegio excelente, pero poblado por niños ricos y mayoritariamente pendejos. Poco a poco fui hallando correspondencias y afinidades en principio ocultas en aquella masa y logré individualizar a Roberto, a Javier, a Jeanine, a Sophie, a Emilio, a Gail, a Ludmila, a Cristóbal y a un cuate muy ilustrado de quien no recuerdo el nombre, pero sí que vivía por el rumbo de Plateros, era vegetariano y tenía un Renault 10. Ellos me salvaron de la soledad total: de una u otra manera, y con distintas intensidades, compartíamos la cláusula de Breton. Creo que, de no haber sido por esas presencias, mi paso por ese antro educativo habría sido algo muy semejante a la vida de Simeón el Estilita.

Ya iré hablando de cada uno de ellos. Ahora Cristóbal, desde Santiago de Chile, ha tenido a bien o a mal exhumar un texto mío de aquella época, un texto inevitablemente horrible pero que refleja, mal que bien, la fuerza con la que ese Toro del Sur se impactó en mí (dejemos que los otros cuenten sus experiencias respectivas) y me proyectó al mundo. No era necesariamente que supiera más que yo, o que nosotros, sino que se relacionaba con sus saberes de una forma distinta, con el hemisferio derecho agudísimo y tierno, por más que en el círculo de estudios se empeñara en defender ortodoxias y que fuera un alumno mucho más sistemático que yo, que era un desastre. Él podía convertir un piano en una sábana de seda para la ninfa, en una cobija para el mendigo, en una batería antiaérea para el combate. Iba con fluidez de la poesía a la música, de la música al marxismo y de allí a la locura amorosa característica de la edad. Sintonizaba con rapidez el metalenguaje de cada uno, transmitía en doce frecuencias distintas de manera simultánea y ejercía, de esa manera, un liderazgo entrañable que era la suma de sus afectos bilaterales. Se desenvolvía como un príncipe en sociedad, husmeaba con familiaridad de hermano en los frijoles de la cocina, tenía historias de distintos calibres listas para contar a fin de seducir a cualquier enemigo y usaba metáforas esplendentes para referirse, dignificándolas, a las cosas cotidianas.

Cuando el bachillerato terminó y se inició la diáspora por el mundo, aceptamos con resignación dos nociones contradictorias: que la hermandad era para siempre y que existía la posibilidad concreta de que no nos volviéramos a ver nunca.

La vida fluye. En algunos periodos, en efecto, no nos hemos vuelto a ver nunca, pero en otros hemos estado respirando muy cerca el uno del otro, y en todos ellos lo he sabido hermano porque compartimos el sentido de la paradoja, la facilidad para el asombro, el gatillo fácil para reírnos de cosas estúpidas y la complicidad a la hora de evocar nuestras andanzas, nuestros amores, nuetras paternidades, nuestras maneras de ganarnos el pan y el techo. Seguimos siendo, en lo fundamental, los mismos.

En aquella época me dejó la vida llena de sonidos y luego me amplió la colección en envíos ulteriores. Ahora viene a México. Hace más de 30 años, él mismo interpretó los fundamentos de su bienvenida y algo de eso se ha conservado de manera milagrosa en el interior de unos cassettes rotos y manchados. Desde el fondo de los tiempos, Cristóbal:

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Pedro:

No sé por qué a ciertos escritores les da por evitar hablar de sí. Tu blog es muy padre, entre otras cosas, porque no es frío, así es que se te agradece que de cuando en cuando también hables de ti.
Por otro lado, eres un afortunado porque en el fluir de la vida que refieres tienes un amigo que siempre será el mismo contigo. Yo tuve un amigo así también, pero ya no está en la vida, aunque es mi inquilino permanente de conciencia y de inconsciencia; era una promesa del psicoanálisis y la escritura, pero murió cuando apenas tenía 31 años.
Los cassettes, "aquellas pequeñas cosas que dejaron un tiempo de rosas". Qué pena que nunca se me hubiera ocurrido grabar a mi amigo, a quien tanto le gustaba Serrat.
Un abrazo,
La que se dice hallada
PD: Oui, monsieur. El préstamo del atlas tuvo que ser en Petrarca.

Anónimo dijo...

Hola Pedro Miguel.
¿Por qué el cambio de nombre?

Un saludo.

Pedro Miguel dijo...

¿Hallada?: Va. Seguiré contando anécdotas y situaciones de cuando en cuando, sobre todo ahora que ya se viene (en el Hemisferio Norte) el timepo de frío. Lamento el fallecimiento de tu amigo pero refrendo, en lo que dices, que la muerte sí tiene solución, al menos en los que seguimos vivos, porque adoptamos a los idos como "inquilinos permanentes de conciencia y de inconsciencia".
¿Quién serás?
Abrazo.

David: no hay cambio tal de nombre. También así me llamo.