15.7.07

Una lamentable pérdida


  • Advertencias idiotas y consumidores aún más
  • Plaga de abogados en EU
Nada nuevo bajo el Sol: si googleas muerte o fallecimiento del sentido común hallarás miles de resultados de lo más diverso, y pensándolo bien, el hecho de que haya tanta gente preocupada por la defunción de la sensatez tal vez sea indicio de que ésta no está tan frita como podría parecer a primera vista. La mayor parte de las entradas llevan a una gracejada reaccionaria que ha circulado ad nauseam por los rebotes del correo electrónico y que empieza así: “Hoy lamentamos la muerte de un querido amigo: Sentido común”, etc., y concluye: “No hubo mucha gente en su funeral porque muy pocos se enteraron de que se había ido; si aún lo recuerdas, reenvía este mail; en caso contrario, únete a la mayoría y no hagas nada”. El chiste prolifera en sitios web en los que las derechas políticas e intelectuales se reúnen a digerir los resultados de sus propias catástrofes, como Libertad digital y otros. Tiene la virtud, ese mensaje, de haber dado pie a una exploración cuidadosa del tema básico:

“El término sentido común
describe las creencias o proposiciones que parecen, para la mayoría de la gente, como prudentes, sin depender de un conocimiento esotérico, dice la Wikipedia. El sentido común es el primero de los sentidos internos. Según la doctrina clásica con respecto a éstos, que los clasifica en sentido común, imaginación, memoria y estimativa-cogitativa en el hombre. El sentido común no es el «buen sentido», «común» a todos los hombres, es decir, la inteligencia en su actividad espontánea, o la razón en el sentido cartesiano de poder distinguir lo verdadero de lo falso. Su objeto no es abstracto y, por tanto, no es una función intelectual. Tampoco es un sentido que tenga como única misión el captar los sensibles comunes, pues éstos son objetos exteriores, captados por los sentidos externos con su propio objeto, mientras el sentido común es un sentido interno. Dada la estrecha conexión e interdependencia dentro de la que actúan los sentidos, el sentido común cumple una función clave: por una parte unifica y regula la multiplicidad sensorial de los sentidos externos; y, por otra, sirve de enlace entre éstos y los sentidos internos. Viene a ser como la raíz y principio de la sensibilidad externa, radix et principium sensuum externorum.”



La proliferación de emails como el que da inicio a este rollo da pie a Saúl Buzeta Dhighiam a proponer la proliferación de las idioteces en formato Power Point que nos saturan la cuenta de correo como uno de los momentos mortales para el sentido común.

Otra posibilidad de la expresión es la que desarrolló Philip K. Howard (The death of common sense, 1994) quien descubrió que en Estados Unidos la multiplicación de abogados y juicios absurdos es un cáncer social que, de no ser controlado, terminará de hundir en el absurdo a la nación más poderosa del planeta: en 2005, Roy L. Pearson Jr., juez en Washington D.C., demandó a una tintorería que le perdió unos pantalones, exigió una indemnización de 65 millones de dólares y pidió la presencia de 63 testigos en el juicio. “¿Cómo llega a juicio un caso así?”, se preguntaba el columnista de The Washington Post Marc Fisher. “¿Cómo logra un hombre convertir al sistema en un motivo de risa?” Su triste respuesta es que el terrorismo legal de Pearson es sólo “una versión exagerada de lo que está sucediendo en prácticamente todas las instituciones de la vida estadunidense, donde se rechaza adoptar un comportamiento razonable y humano al recordar que posiblemente alguien podría terminar siendo demandado”.

Una expresión particularmente graciosa de este fenómeno social e institucional devastador es el crecimiento exponencial de advertencias catastróficas en los productos comerciales corrientes, inducida por el temor de los fabricantes a eventuales demandas de los consumidores. Existe una organización dedicada a recopilar, reseñar y premiar las advertencias más ridículas contenidas en manuales, embalajes y etiquetas, y aquí van algunos ejemplos de su trabajo: En un frasco de pastillas para dormir se advierte que el producto “puede causar somnolencia”; “quite al niño antes de plegar”, se recomienda en una etiqueta adherida a un bambineto; “no utilizar mientras duerme”, se aconseja en la leyenda de un secador de pelo; “no comer el tóner”, reza un letrero en un cartucho de impresora láser; “no use oralmente este termómetro después de emplearlo en el recto”, previene el instructivo de un termómetro digital; “puede irritar los ojos”, se advierte en el empaque de un aerosol para defensa personal; “este producto no debe usarse como instrumento de odontología”, indica una etiqueta pegada a un taladro eléctrico casero; “si usted no entiende o no puede leer las indicaciones, no utilice este producto”, dice el empaque de un limpiador líquido.



Tal vez sea de justicia repartir la estupidez monumental de estas leyendas y otras similares entre productores y consumidores, si he de creer a un amigo, técnico de mantenimiento de computadoras, que un día se quejó amargamente porque una alta funcionaria de la dependencia en la que trabajaba llegó a él, cargando su CPU, y se quejó que el portavasos de su equipo de cómputo había dejado de funcionar. “¿Su computadora tiene portavasos?” se sorprendió el profesionista. “Mírelo”, le replicó ella, y le señaló la unidad lectora de CD roms.

Ya alguna vez me referí a Carlo Cipolla, Charles Richet, Walter Pitkin y otros estudiosos de la estupidez, a quienes posiblemente habría que agregar a Robert Musil, quien la toma como uno de los ejes de su portentosa novela El hombre sin atributos. Habrá que retomar el tema, pero esta entrega es sobre algo así como lo contrario, aunque no tanto, porque en más de una ocasión a la estupidez y al sentido común se les ha visto actuar aliados: acuérdense que hubo un tiempo en el que la mayoría de la gente tenía como axioma que la Tierra era plana.


Y ahora acabemos con este tema antes de que él acabe con nosotros. Encuentro que los gobernantes y los poderosos tendrían que desempeñar una función muy importante en el desarrollo del sentido común de sus respectivas sociedades, aunque en los tiempos que corren es más frecuente que promuevan el fortalecimiento y la consolidación de la irracionalidad. Así salió:

Aunque haya sido dicho y reiterado
que no es nada común, este sentido,
por causa criminal ha fallecido
y en un lugar común está enterrado.

Olmert y Bush y Blair lo han bombardeado,
Putin piensa que fue su merecido,
Felipe Calderón lo ha corrompido,
Hugo Chávez lo tuvo censurado.

Lo matan la maldad y la codicia,
la mala voluntad, el desparpajo,
el afán de poder y la sevicia.

¿Un digno funeral? --Ni de relajo:
el pontífice Ratzinger le oficia
en latín una misa, y al carajo.




1 comentario:

Chamirú dijo...

Gracias por tu comentario, Pedro. El texto está bastante en bruto dada la hora y el estado en el que olo escribí, pero agradezco que te hayas tomado la molestia de leerlo.

Por cierto, soy fan de tu columna. Gusto en saberte por la blogósfera.