29.5.07

Infalible





En 1870 el Papado había perdido todos sus poderes terrenales (los llamados Estados Pontificios) y Pío IX convocó al Concilio Vaticano I para controlar los daños. El documento más polémico del encuentro fue la Constitución Dogmática sobre la Iglesia de Cristo, Pastor Æternus, aprobado el 18 de julio de aquel año –y ratificada en el siglo siguiente por el Concilio Vaticano II--, en el que se definió la infalibilidad pontificia. Contra lo que pudiera pensarse, el precepto no transforma automáticamente en verdades sacrosantas las imprecisiones, mentiras y tonterías proferidas por los sucesores de Pedro; les otorga a éstos, en cambio, la potestad de recibir asistencia especialísima del Espíritu Santo para que, en ciertas ocasiones, emitan de manera solemne determinaciones últimas e incontrovertibles sobre materias de fe y de moral.

El planteamiento mismo de la infalibilidad generó reacciones adversas de diversos ámbitos del catolicismo. El insigne teólogo alemán Ignaz von Döllinger dijo en el encuentro de 1870: “Usted ha presentado la curiosa petición en la que se ruega al Papa que se digne dar los pasos necesarios para definir su propia infalibilidad como dogma de fe. 180 millones de seres humanos --esto es lo que exigen los obispos que han firmado tal petición-- deberán ser obligados bajo pena de expulsión de la Iglesia, de privación de los sacramentos y de condenación eterna, a creer y confesar lo que la Iglesia hasta ahora no ha creído ni enseñado [...] Hasta ahora el católico decía: Creo en tal o cual doctrina por el testimonio de la entera Iglesia de todos los tiempos, porque ella tiene la promesa de que permanecerá siempre en la continua posesión de la verdad. En el futuro en cambio debería decir el católico: Creo, porque el Papa, declarado infalible, ordena enseñar o creer tal cosa. Que él sea infalible lo creo porque él lo afirma de sí mismo. Porque 400 o 600 obispos reunidos en Roma en el año 1870, han decidido que el Papa fuera infalible. [...] En ultima instancia, todo se reduce a un autotestimonio del Papa, lo cual es desde luego muy sencillo. Sólo que respecto a esto debería recordarse lo que hace 1840 años dijo alguien inconmensurablemente más alto: ‘Si yo testifico en mi favor, entonces ese testimonio no es válido’ (Juan, 5:31).”

Unos meses después de pronunciar estas palabras, Döllinger fue excomulgado y se dedicó a la conformación de grupos disidentes genéricamente conocidos como Iglesia Católica Antigua o Veterocatólica, los cuales reconocen el ministerio del Papa como obispo de Roma pero no le reconocen la infalibilidad. A pesar de su nombre, esta organización es, en diversos temas, mucho más avanzada que El Vaticano: en varias de sus parroquias europeas se acepta la ordenación de mujeres, se admite las uniones matrimoniales entre personas del mismo sexo y se asume que el uso de métodos anticonceptivos es un asunto que debe ser decidido de manera individual por cada creyente.

Otra pieza clave de la resistencia intelectual a la infalibilidad es el famoso discurso apócrifo del obispo croata Josip Strosmajer, documento que, a pesar de su falsedad circunstancial, refutó de manera docta y estructurada la hipótesis de la consultoría divina al jefe de la Iglesia Católica.

La condición establecida por la Pastor Æternus y por el Catecismo para que el Papa ejerza su infalibilidad es que hable “ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de Pastor y Doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia”. Corresponde, pues, al propio pontífice, decidir y decir en qué momento está conectado con el Espíritu Santo y cuándo se da a sí mismo el margen para irse de la lengua. Estos términos plantean el oscuro problema teológico de quién, y en qué momento, ocupa la tribuna: ¿Las obstinaciones homofóbicas, misóginas y antiaborto, son posturas privadas del ciudadano alemán Joseph Ratzinger, o bien designios de Dios? ¿Y qué hay de las burradas que el primero fue a decir a Brasil sobre la conquista y la evangelización de América, tan insostenibles que hubo de rectificarlas días más tarde en la Plaza de San Pedro? ¿Fueron una muestra de su personal ineptitud pastoral o es que el Espíritu Santo ha decidido meterse en problemas?

2 comentarios:

Darío Zetune dijo...

menos mal que Ratzinger puede hablar con personas no tan cerradas en sus propios prejuicios, ideologizadas y poco razonables como usted... ahí está el ejemplo del filósofo liberal y de izquierdas Jurgen Habermas y ese diálogo por demás inédito aquí en México, no digámos en América Latina.

Habermas, mucho más razonable que usted, presuntuoso de ser alguien "racional" y "crítico", porque, pues aunque él se reconoce en la máxima de la Ilustración (Sapere aude), no limita su razón.

Y es que en el tema de la infabilidad, no sólo es una cuestión de fe, es, ante todo, una concepción de lo que es la razón.

Le sugiero leer a John Henry Newman, antes de erigirse todo un especialista en teología para criticar posiciones en la Iglesia.

Sergio Rubén Maldonado.

Pedro Miguel dijo...

Sergio: te agradezco el comentario, aunque lamento que en vez de criticar el post en cuestión, te limites a descalificarme y a prejuzgar sobre lo que he leído y lo que no. Me parece que de tu inteligencia podemos esperar mucho más que eso. Anda, no seas huevón y esfuérzate tantito.

Saludos cordiales.