25.11.03

Por qué lo persiguen


En este último puente de holgazaneo doméstico mi pantalla chica fue tomada por asalto por un no muy antiguo bodrio de honor y guerra denominado Tras las líneas enemigas (Behind Enemy Lines, 1991), que puede aportar algunas claves para entender el sangriento pantano iraquí en el que el genio de George W. Bush ha metido a su gobierno, a sus fuerzas armadas, a su país, al propio Irak y al mundo. Tras las líneas enemigas cuenta la historia de un par de jóvenes tontos que prestan sus servicios como piloto y navegante de un avión F/A-18 estadunidense a bordo de un portaviones anclado en las costas adriáticas, en el marco de la operación preventiva de la OTAN que no pudo impedir la matanza de bosnios musulmanes por paramilitares serbios a mediados de la década pasada. La película es fraudulenta, pues se presenta como una historia real, aunque su único referente de verdad es la aventura del capitán de la fuerza aérea (y no de la Navy) Scott O'Grady, derribado en Bosnia, rescatado seis días después por un comando de fuerzas especiales y convertido en celebridad por Newsweek. En la película, el almirante Leslie Regart (Gene Hackman) decide enviar a los muchachos en una misión de reconocimiento de rutina, sobre una zona segura, simplemente para que tomen un poco de aire, pero los chicos se desvían, por traviesos y juguetones, de la ruta trazada, se internan en territorio bosnio y su avión de 30 millones de dólares es derribado por un misil antiaéreo. Los jóvenes aterrizan en paracaídas, uno de ellos es capturado y ejecutado por un grupo serbio y el otro (Owen Wilson, caracterizando al capitán Chris Burnett) se dedica, durante el resto de la película, a huir de los malvados que se empeñan en perjudicarlo seriamente.

En los momentos posteriores al derribo del cazabombardero, el capitán del portaviones, que es un militar macho, bueno, lineal y bruto, es informado de la situación de su sobreviviente y ordena a la tripulación que averigüe “quiénes lo persiguen y por qué”. Las preguntas del capitán son un indicador del tipo de información que recibe la opinión pública estadunidense en torno a soberanía y derecho internacional. Recuerdan, además, el conmovedor "¿por qué nos odian?" que se formuló Bush unos días después de los atentados del 11 de septiembre. Hasta la fecha, las autoridades de Washington pretenden desconocer las motivaciones de los iraquíes cuando descuartizan a cuanto soldado invasor se les pone al alcance, sin dudar un segundo sobre la corrección política del acto.

Segunda clave: los perseguidores del muchacho extraviado se cuentan por cientos o miles, disponen de francotiradores y están perfectamente armados con armas cortas, largas y larguísimas, además de obuses y tanques, pero parecen desconocer su propio territorio y son incapaces de distinguir entre un aviador gringo vivo y el cadáver en descomposición de un bosnio. La suposición de una torpeza inaudita en todo oponente de las fuerzas militares estadunidenses le sirvió al guionista de la película para construir la fuga de su protagonista y el final feliz a bordo del portaviones. Pero, por culpa de esa misma suposición, los ocupantes de Irak están sufriendo de 30 a 35 ataques diarios con medios bélicos cada vez más sofisticados y el gobierno de Bush asiste a la evaporación, ojalá que irreversible, de su futuro político. Malas noticias, almirante Regart; malas noticias, presidente Bush: nadie, ni siquiera los chicos malos de Milosevic, supera a los Estados Unidos de América en eso de usar la fuerza militar en forma arbitraria, irracional, delirante y torpe, y la subestimación de la capacidad y disposición de combate del enemigo les ha costado a ustedes una buena cantidad de muertos.

La tercera referencia significativa contenida en la película es la percepción que los gringos tienen de sus propios aliados. El almirante no estadunidense que está a cargo de la operación de la OTAN, y que tanto podría ser francés como español, ofrece un permanente contrapunto inteligente al capitán obsesionado con rescatar a su muchacho, y se comporta en forma tan sutil que para el grueso de los espectadores del país vecino resulta un traidor irremediable. En este aspecto, la película tiene el don de la profecía, toda vez que se anticipa a los conflictos surgidos entre Washington y sus reticentes y refinados amigos de París y Bonn a raíz de la invasión brutal del país árabe.

La hipocresía de los poderosos llevó a acuñar la expresión “baja colateral” para referirse a los civiles asesinados por las fuerzas amigas. Ahora, con el abuso de prefijos que está tan de moda, su ignorancia, su arrogancia y su ineptitud los obligarán a inventar otra: “baja posbélica” ¿Cuántas de esas ocurrirán en Irak esta semana? 

18.11.03

Optimismo


En el otoño del hemisferio norte la bóveda celeste se hace más alta y límpida, incluso en la ciudad de México. Los equilibrios del mundo son más poderosos de lo que supone nuestra arrogancia al revés, que pretende capaz a la especie humana de arruinar en unas cuantas décadas los roces y los vínculos entre masas de trillones de toneladas de nitrógeno, silicio, carbono, hierro, hidrógeno y oxígeno.

Arriba de estos cielos despejados de noviembre crece una incomprensible y ominosa tonsura en la cabellera planetaria de ozono, y el oriente de Europa se ha vuelto un horizonte de bombazos diarios y helicópteros gringos infartados que vomitan a sus ocupantes antes de derrumbarse sobre suelo enemigo. Y la economía es, hoy más que nunca, un barco tan borracho como sus pilotos (perdón, amigos borrachos, por compararlos con gobernantes tecnócratas) que amenaza con matarnos a todos cuando encalle en los dientes de sierra de las gráficas.

Pero si uno voltea al cielo azul, toma prestado un poco de aire frío y hasta limpio de este otoño, recuerda que las necedades ideológicas y estratégicas de los Reagan y los Chernenko estuvieron cerca de borrarnos del mundo hace unos lustros y que se logró, pese a todo, evitar la pesadilla del holocausto atómico; que el colapso soviético no tuvo las consecuencias apocalípticas que se pensaba y que la Revolución Conservadora terminó mucho antes de lo que se pensaba y de lo que habrían querido sus impulsores.

Cuando se observa las nubes altas y aborregadas de este noviembre es inevitable descubrir, en ese signo, que la presencia humana en este planeta no es ni buena ni mala sino todo lo contrario y que la digestión cósmica --tan lenta que apenas nos incumbe-- no va a turbarse por un poco más o un poco menos de monóxido de carbono emitido por unos micos un tanto extraños que aprendieron, por accidente de la evolución, a comerciar entre ellos, a matarse mutuamente a distancia, a aparearse fuera de sus periodos de celo, a fabricar dioses y motores de combustión interna, a ser virtuosos del violoncelo y a escudriñar el cosmos.

La aventura humana no va a terminarse abruptamente porque una transnacional se empecine en hacernos tragar productos transgénicos y producir fluorocarbonos, o porque haya mandatarios desoladoramente brutos, porque una potencia planetaria aviente de golpe todo su arsenal sobre las cabezas enturbantadas de los iraquíes o porque un espíritu enfermo de odio resuelva despedazar de un bombazo a dos decenas de judíos turcos a todas luces inocentes y ajenos a cualquier conflicto.

Cosas como esas seguirán pasando, por mucho que los vientos estacionales pasen un trapo húmedo sobre el azul del cielo.

Y al revés: la más emponzoñada de las atmósferas puede ser cuna de actos de piedad y creación, y hasta en las inversiones térmicas, que ya están próximas, seguirán naciendo cachorros humanos de mirada limpia.

4.11.03

Cuento de hadas


Dice El Mundo en su edición del domingo: “Desde que la Casa Real anunciara ayer el compromiso del Príncipe Felipe con la periodista Letizia Ortiz, las reacciones y muestras de apoyo se han sucedido. Todas las fuerzas políticas han expresado su felicitación a la pareja, los editoriales de la prensa del país han subrayado el acierto de la elección del Heredero y la sociedad española también se ha manifestado en su mayoría a favor del enlace de Don Felipe”. La noticia ocupó también las primeras planas de El País, La Vanguardia, La Razón, ABC y El Periódico, además, por supuesto, de la del diario asturiano La Nueva España, donde la protagonista de esta historia hizo sus pininos periodísticos.

En su memorial de la guerra civil española Hombres en guerra, Alvah Bessie, integrante de la Brigada Lincoln, consignó algunos ataques de la aviación fascista ocurridos a mediados de 1938: “En Granollers mataron a 300 personas, entre mujeres, niños y ancianos; en Alicante hicieron volar en pedazos sangrantes a 250 e hirieron a 300 más. En Roma, el Papa deploró nuevamente el bombardeo de poblaciones civiles; pero demostraba ingenuidad: los civiles, en nuestra época, son objetivos militares”.

Con masacres como ésas, con papas como ésos y con la ayuda de Hitler y Mussolini, Franco destruyó la república, impuso su larga dictadura, dejó bien pegado en el trono a Juan Carlos I de Borbón --legitimado en su momento como jefe del Estado español por todas las fuerzas políticas-- y ahora, felizmente, el vástago del soberano anuncia su enlace matrimonial con una plebeya ilustrada que algún día llevará la digna representación de la sociedad civil en el Palacio de La Zarzuela. La vida monárquica y sus episodios rosas actúan como caramelo seductor que no sólo anestesia los malos recuerdos, sino también alivia las noticias infortunadas, los escándalos de corrupción, las traiciones políticas, los indicadores económicos desfavorables, las inquietudes separatistas, las derrotas anunciadas en las guerras contra el terrorismo, los informes sobre cuerpos de inmigrantes reventados por el sol en playas mediterráneas. Hoy, todos los medios informativos de la península esperan, babeantes y arrobados, a que el príncipe acuda a pedir formalmente la mano de la periodista.

Sería injusto desconocer que este cuento de hadas está aderezado con una abundante salsa de modernidad: a fin de cuentas, como recuerda la avalancha noticiosa de menudencias nupciales, la novia trabajó en las coberturas de los atentados del 11 de septiembre, la más reciente guerra contra Irak y el naufragio del Prestige, que llenó de chapopote las costas gallegas; el novio, por su parte, se dejó fotografiar en un barco de guerra español --anclado, como es razonable, a prudente distancia de los combates-- durante la guerra de 1991 en el golfo Pérsico y hace poco más de un año posó cautelosamente sus patas reales en Bosnia-Herzegovina “para conocer sobre el terreno la labor de pacificación”. Además, Felipe Juan Pablo Alfonso de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos de Borbón, príncipe de Asturias, de Gerona y de Viana, duque de Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer, contra lo que su nombre indica, es un hombre moderno, licenciado en derecho por la Autónoma de Madrid y con un master en Georgetown.

No hay nada de vergonzante y ni siquiera de frívolo, pues, en el epitalamio mediático con que hoy se emborracha España: “Antes de hacer oficial el compromiso, el Rey comunicó la noticia personalmente a la presidenta del Congreso, al presidente del gobierno y a los líderes de PP y PSOE. Inmediatamente, se sucedieron las felicitaciones.

“El secretario general del PP, Mariano Rajoy, envió un telegrama a don Felipe para transmitirle su 'más sincera y cordial felicitación' por el compromiso. El PSOE expresó a los prometidos sus 'mejores deseos tanto en lo personal como en las altas responsabilidades que asumirán en el futuro'. Lo mismo hizo IU, que como 'organización de carácter republicano y al mismo tiempo respetuosa con lo prefijado en nuestra Constitución' quiso transmitir sus 'respetos y felicitación a la pareja'.”

Franco le ganó la guerra a la república. Muchos años después, la revista Hola demostró que tiene un proyecto periodístico infinitamente más coherente, realista y sólido que el de El País. Me pregunto si en algún lugar quedaron consignados los nombres de los 550 españoles que la aviación fascista descuartizó en Granollers y en Alicante en el verano de 1938. 65 años ya. Qué rápido se pasa el tiempo. Un parpadeo, y estaremos en el bautizo de los nietos del príncipe Felipe.