10.6.03

Anacronismos


Colin Powell fue a Santiago de Chile a decir, en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, que la Cuba de Fidel Castro es “un anacronismo en nuestro hemisferio”. Tiene razón. El régimen de La Habana está tan envejecido como su líder máximo, se sostiene en prácticas políticas de museo --de museo del horror, en muchos casos-- y en una ideología que parece más decimonónica que vigesimónica: ahora resulta que a Castro y a los suyos el colapso del leninismo los tiene sin cuidado porque en realidad su revolución era martiana. Si logra sobrevivir unas siete décadas más, el castrismo terminará descubriendo una gran fuente de inspiración ideológica en los Reyes Católicos. Powell tiene razón. A estas alturas, la Revolución Cubana suena a himno nacional --cualquiera de los latinoamericanos es bueno para el ejemplo-- convertido en programa político y los dilemas de la cúpula gobernante en la isla --maldición común a los socialismos reales-- se desplaza en forma sostenida del ámbito de la sociología del poder al de la geriatría clínica.

El único problema con la apreciación del secretario de Estado es que Powell la emite en representación de otro gran anacronismo, que es el actual conservadurismo estadunidense. Es cierto que, en términos ideológicos, Castro permanece anclado en la década de los 60, pero el presidente George W. Bush se empeña en devolver a Estados Unidos a la década de los 40, cuando Washington hizo reventar bombas atómicas sobre civiles japoneses que, por el simple hecho de serlo, se encontraban en el bando de los malvados, según la teología civil de Harry Truman. Sesenta años después, Bush ordenó el descuartizamiento de iraquíes --hombres, mujeres, niños y ancianos-- con base en el razonamiento lógico de que formaban parte del eje del mal.

Hay mucho de atroz, sin duda, en el hecho de que la gloriosa revolución cubana forme criminales a los que después fusila, como ocurrió con los secuestradores de un lanchón, todos los cuales nacieron, fueron a la escuela y aprendieron valores bajo el régimen de Castro. El sueño americano prescinde de los pelotones de fusilamiento, pero dispone de procedimientos mucho más sádicos y enfermos para ajusticiar a los delincuentes que genera. Por lo demás, en materia de fabricar cadáveres con apego a derecho, Texas, la Texas que gobernara el actual presidente de Estados Unidos, no compite con Cuba --un practicante modesto de la pena de muerte--, sino más bien con China, el otro adalid de las dictaduras del proletariado en tiempos de globalización y competitividad.

En la isla caribeña hay una vieja y oprobiosa intolerancia ideológica, una impresentable negación de libertades políticas fundamentales y un totalitarismo de partido que huele, ciertamente, a naftalina. Pero en Estados Unidos se sigue jurando el cargo de Presidente sobre una Biblia, en las escuelas públicas Bush ha puesto a competir la teoría evolucionista con el dogma creacionista, el primer mandatario no es electo por la ciudadanía sino por un puñado de electores, no existe alternancia en el poder fuera del duopolio demócrata-republicano y el actual jefe del Ejecutivo ocupa la Casa Blanca en contra del deseo de la mayoría de los votantes, la cual dio su sufragio a Al Gore.

Cuba es gobernada por un mesiánico cuya genialidad ha sido minada en forma lenta pero implacable por la esclerosis. A Estados Unidos lo dirige --formalmente, al menos-- un hombre mediocre y de limitaciones intelectuales evidentes, pero igualmente mesiánico e iluminado. Y ambos, cada cual a su manera, están convencidos de que las discordancias ante sus respectivos idearios pueden resumirse como “maldad” y que pueden y deben ser erradicadas mediante la destrucción física de sus adversarios. No hay más rutas que las suyas y no hay otra forma de encuentro que la colisión. A Bush le encanta amenazar con sus facultades para administrar la muerte a poblaciones remotas y Castro disfruta exhibiendo disposición al martirio: la suya (qué más le da, después de la vida que se ha dado y con su entrada a perpetuidad garantizada en las enciclopedias) y la del conjunto de los cubanos, mucho más incierta. El anacronismo histórico de Castro y el anacronismo coyuntural de Bush se han encontrado para complementarse mutuamente; de hecho, se necesitan el uno al otro. Tal vez Powell lo sepa y se comporte en forma hipócrita, o tal vez lo ignore honestamente y esté, simplemente, diciendo tonterías. Ojalá que en unos pocos años estemos hablando de otros asuntos.

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