16.12.03

El prisionero


Los invasores fueron a hurgar en un hoyo en los alrededores de Tikrit y de ahí sacaron una deteriorada y deprimente mezcla de pepenador y Santaclós para presentarla, con ademán de triunfo, a sus respectivas sociedades, hartas de victorias sin sentido. Si la invasión a Irak es una manera de propiciar el despegue económico, particularmente el de las corporaciones petroleras, atrapar a un miembro de la familia Hussein es un subsidio de gasolina pura para las cadenas mediáticas y un aliciente para uno que otro familiar despistado de los soldados estadunidenses desplegados en aquel país remoto. Los gobernantes gringos e ingleses pueden cerrar el año e irse a vacacionar con la idea de que por fin empieza a verse la luz en el túnel iraquí.

En efecto, la captura de Saddam Hussein generará un pico reconfortante en las gráficas de popularidad de Bush y Blair, pico que tal vez alcance a convertirse en una meseta de unas cuantas semanas. Pero los soldados de la coalición invasora van a seguir regresando a sus países en bolsas negras y arruinarán los árboles de Navidad que tan primorosamente habrán decorado sus parientes esperanzados. La resistencia iraquí no es mayoritariamente cristiana, le importa un comino la inminente celebración religiosa de los ocupantes y además el desastre final de Saddam es un asunto estrictamente personal que en nada afecta la moral y la decisión de los verdaderos combatientes por la libertad de Irak.

El Pentágono ofrecía varios millones de dólares por la cabeza del dictador derrocado, pero en enero o febrero el despojo obtenido en un pozo de Tikrit no valdrá ni un centavo. El mundo terminará por enterarse de que Saddam no tiene la menor idea sobre el desarrollo de la resistencia contra los invasores y que nunca poseyó más armas de destrucción masiva que las que le facilitaron estadunidenses e ingleses para que gaseara a los iraníes y a los kurdos. Los patriotas de Irak, por su parte, seguramente tienen claro que el viejo tirano capturado tiene un pasado negro y ninguna clase de futuro, salvo, tal vez, servir de modelo académico sobre los procedimientos para realizar un juicio correcto por crímenes de guerra.

Saddam demostró que pertenece a la estirpe de los tiranos menores, como Manuel Antonio Noriega, que alardean mientras están en el poder y que se rinden y se entregan sin pensar en la memoria de los que han enviado inútilmente al matadero. No le sirve a nadie como símbolo de derrota o de victoria. Es, a lo sumo, un espécimen ejemplar de los gerifaltes regionales fabricados por el gobierno estadunidense para servir a sus intereses estratégicos.

9.12.03

Dar la cara


Uno de los efectos colaterales más perniciosos de estos tiempos violentos que vivimos es que crean condiciones propicias para la grandilocuencia: no sólo hay que convivir con la muerte, la represión, las explosiones físicas (provocadas por mártires de la dinamita, humildes asesinos peatonales, pero también por sofisticados criminales de Estado que recurren al helicóptero y al misil inteligente) y sociales, con su humo espeso de incertidumbre, sino que además hay que aderezar la vivencia con frases contundentes, procedentes de todos los bandos, sobre el destino, la libertad, el futuro y demás tonterías. Para hacerse ver y escuchar en este mundo hay que bañar en sangre un país, derribar un gobierno, robarse muchos millones de dólares de algún erario o, por lo menos, causarle un estallamiento de vísceras al representante más próximo del enemigo histórico.

En este entorno de odas sin sustancia y de epopeyas sin literatura, los actos pequeños y simples de resistencia ante la idiotez cobran un valor especial. Es el caso de Shirin Ebadi, la abogada iraní galardonada con el Premio Nobel de la Paz este año, quien mañana asistirá a la ceremonia de entrega del galardón, en Oslo, sin el velo que los machos del Islam prescriben a las mujeres.

La lógica comercial que impera en el mundo impulsa a la conversión de cualquier ente físico o moral en un producto. Los luchadores sociales y políticos de Occidente han ido sucumbiendo a la mercadotecnia y en número creciente se presentan al público en envases atractivos y sugerentes. Ebadi no es una mujer fotogénica ni demasiado elocuente ni particularmente simpática, y en sus comparecencias televisivas se respira el tedio de las convicciones profundas y sosegadas. La dedicación a la defensa de los derechos humanos, de la equidad de género y de la solución pacífica de los conflictos no da lugar a momentos estelares, a situaciones climáticas y a veces ni siquiera a finales felices. La abogada iraní pareció recibir la noticia del Nobel con una satisfacción meramente pragmática: la recepción del premio simplemente la colocaría en mejores condiciones para proseguir su desgastante lucha de décadas.

La asistencia de Ebadi a Oslo con la cara desprovista del hiyab, ese trapo inmundo que los ayatolas se empecinan en poner sobre la cara de las mujeres para sentirse, ellos, menos inseguros, no es una decisión exenta de riesgos. Hace 12 días la abogada fue agredida en la Universidad de Teherán por un grupo de cegehacheros musulmanes --los equivalentes de la intolerancia-- que le impidieron pronunciar una conferencia y reclamaron que la nueva Premio Nobel sea condenada a muerte. La mujer es considerada, por los entusiastas de la sharia --entre quienes se cuenta el líder supremo de la Revolución Islámica, Ali Jamenei--, empleada de Occidente y traidora a la patria. La hostilidad de los ayatolas hacia Ebadi se ha traducido, de hecho, en cosas más graves que el griterío de unos estudiantes tripulados. En 1979, Año I de la República Islámica, la abogada se vio obligada a renunciar a su plaza de juez --la primera juez de Irán y presidenta, entre 1975 y 1979, de la Audiencia de Teherán--, y de entonces a la fecha ha sido encarcelada varias veces y ha pasado largos periodos en régimen de libertad condicional.

Comparado con la obra de Shirin Ebadi en materia de justicia y derechos humanos, su gesto de ir a recibir el Premio Nobel con la cara descubierta puede parecer insignificante. Pero mañana, cuando sea galardonada, su rostro sin velo será una ventana por la cual habrán de asomarse miles de mujeres, niñas y ancianas iraníes, afganas, saudiárabes y kuwaitíes, entre otras, que a estas alturas, y muchas cruzadas sangrientas después, todavía no pueden ver el mundo sin velos de por medio.

2.12.03

Patear al muerto


En los tiempos que corren hay que ser un poco descarado para aceptar la titularidad del Ministerio de Defensa de un país occidental sin antes exigir que el despacho cambie de nombre y se denomine Ministerio de Ataque. Es el caso de España, cuyos soldados han sido enviados a participar en la agresión contra un pueblo más bien remoto que nunca había causado daño a español alguno. El gobierno de José María Aznar, fascista dentro de España y fascista en el extranjero, no sólo ha convalidado el asesinato de decenas de miles de iraquíes por las fuerzas angloestadunidenses que invadieron ese país, sino que envió tropas propias a ayudar en el avasallamiento colonial para ver qué migajas contractuales recogen: con suerte, en unos años será posible ver los logos de Repsol o de BBVA asociados a los consorcios gringos e ingleses a los que se adjudique el petróleo, el gas, el agua y el efectivo robados a los iraquíes.

En el marco de ese operativo, las autoridades de Madrid han colocado en el territorio de la nación árabe un número no divulgado de espías del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) para que trabajen bajo las órdenes de los ocupantes estadunidenses. No es difícil imaginar las tareas de esos agentes en un país en plena guerra --como es Irak, por más que George Walker Bush desayune, coma y cene pavo con papas en Bagdad--: recabar información sobre las redes de la resistencia nacional, infiltrarlas e identificar a sus combatientes para que los militares invasores puedan asesinarlos o capturarlos. El sábado pasado siete de esos espías españoles murieron cuando el convoy en el que viajaban fue atacado por fuerzas iraquíes cerca de Swaira, al sur de Bagdad. El reportero de Sky News, David Bowden, quien pasó poco después por el lugar, contó que un niño de ocho o nueve años pateaba el cadáver de uno de los agentes españoles.

Hay que reconocer que la agresión a un despojo fúnebre denota una grave falta de contención y de civilidad, pero también una cólera exacerbada por muchos agravios. Héctor mató en combate a Patroclo, el gran amor de Aquiles. Poco más tarde éste hizo pasar la punta de una lanza por el cogote del culpable de su desgracia, ató las muñecas de su cuerpo inerte a las colas de sus caballos y arrastró el cadáver de Héctor frente a las murallas de Troya, ante los ojos desesperados de sus padres, Príamo y Hécuba.

Unos milenios después, y no demasiado lejos de la ubicación arqueológica de Troya --en el pueblo turco de Truva--, los modales no han cambiado mucho. El pequeño y furibundo transgresor de Swaira no es, por cierto, el único en Irak que se solaza haciendo maldades a los cuerpos inertes de adversarios. A fines de la semana antepasada, cerca de Mosul, tres soldados gringos que quedaron atrapados en un embotellamiento, fueron muertos a tiros, y sus cadáveres apuñalados, degollados y machacados con ladrillos. Sí. Y antes de eso, a mediados de julio, los ocupantes se divirtieron durante varios días con los cuerpos descuartizados de Uday y Qusay Hussein. Tras su asesinato, los hijos del depuesto dictador fueron afeitados, ensamblados como rompecabezas, pintados de color rosa solferino, estirados de la boca para que salieran sonrientes en la foto y expuestos al escarnio mediático universal en una carpa refrigerada, especialmente dispuesta para el espectáculo, en el aeropuerto de Bagdad. El responsable de esa profanación de mal gusto no fue, por cierto, un niño de primaria, sino el presidente del país más poderoso del mundo.

Pero el bombardeo y el allanamiento de un país independiente expresa una falta de modales mucho más grave y condenable que las canalladas que puedan hacerse mutuamente los invasores y los invadidos en el terreno fácil de los cadáveres de sus enemigos. Ahora el ministro de “Defensa” de España, un buenazo llamado Federico Trillo, viene con voz muy enojada a decirle al mundo que los siete cadáveres profanados en Swaira corresponden a otros tantos ciudadanos españoles “que trabajaban por la paz y la seguridad en Irak”. Flaco favor les hace a sus espías este funcionario. Creo que a ningún agente de seguridad le gustaría que disfrazaran su cadáver y que, por razones propagandísticas de Estado, le pusieran, a guisa de sudario, un hábito de monja.

25.11.03

Por qué lo persiguen


En este último puente de holgazaneo doméstico mi pantalla chica fue tomada por asalto por un no muy antiguo bodrio de honor y guerra denominado Tras las líneas enemigas (Behind Enemy Lines, 1991), que puede aportar algunas claves para entender el sangriento pantano iraquí en el que el genio de George W. Bush ha metido a su gobierno, a sus fuerzas armadas, a su país, al propio Irak y al mundo. Tras las líneas enemigas cuenta la historia de un par de jóvenes tontos que prestan sus servicios como piloto y navegante de un avión F/A-18 estadunidense a bordo de un portaviones anclado en las costas adriáticas, en el marco de la operación preventiva de la OTAN que no pudo impedir la matanza de bosnios musulmanes por paramilitares serbios a mediados de la década pasada. La película es fraudulenta, pues se presenta como una historia real, aunque su único referente de verdad es la aventura del capitán de la fuerza aérea (y no de la Navy) Scott O'Grady, derribado en Bosnia, rescatado seis días después por un comando de fuerzas especiales y convertido en celebridad por Newsweek. En la película, el almirante Leslie Regart (Gene Hackman) decide enviar a los muchachos en una misión de reconocimiento de rutina, sobre una zona segura, simplemente para que tomen un poco de aire, pero los chicos se desvían, por traviesos y juguetones, de la ruta trazada, se internan en territorio bosnio y su avión de 30 millones de dólares es derribado por un misil antiaéreo. Los jóvenes aterrizan en paracaídas, uno de ellos es capturado y ejecutado por un grupo serbio y el otro (Owen Wilson, caracterizando al capitán Chris Burnett) se dedica, durante el resto de la película, a huir de los malvados que se empeñan en perjudicarlo seriamente.

En los momentos posteriores al derribo del cazabombardero, el capitán del portaviones, que es un militar macho, bueno, lineal y bruto, es informado de la situación de su sobreviviente y ordena a la tripulación que averigüe “quiénes lo persiguen y por qué”. Las preguntas del capitán son un indicador del tipo de información que recibe la opinión pública estadunidense en torno a soberanía y derecho internacional. Recuerdan, además, el conmovedor "¿por qué nos odian?" que se formuló Bush unos días después de los atentados del 11 de septiembre. Hasta la fecha, las autoridades de Washington pretenden desconocer las motivaciones de los iraquíes cuando descuartizan a cuanto soldado invasor se les pone al alcance, sin dudar un segundo sobre la corrección política del acto.

Segunda clave: los perseguidores del muchacho extraviado se cuentan por cientos o miles, disponen de francotiradores y están perfectamente armados con armas cortas, largas y larguísimas, además de obuses y tanques, pero parecen desconocer su propio territorio y son incapaces de distinguir entre un aviador gringo vivo y el cadáver en descomposición de un bosnio. La suposición de una torpeza inaudita en todo oponente de las fuerzas militares estadunidenses le sirvió al guionista de la película para construir la fuga de su protagonista y el final feliz a bordo del portaviones. Pero, por culpa de esa misma suposición, los ocupantes de Irak están sufriendo de 30 a 35 ataques diarios con medios bélicos cada vez más sofisticados y el gobierno de Bush asiste a la evaporación, ojalá que irreversible, de su futuro político. Malas noticias, almirante Regart; malas noticias, presidente Bush: nadie, ni siquiera los chicos malos de Milosevic, supera a los Estados Unidos de América en eso de usar la fuerza militar en forma arbitraria, irracional, delirante y torpe, y la subestimación de la capacidad y disposición de combate del enemigo les ha costado a ustedes una buena cantidad de muertos.

La tercera referencia significativa contenida en la película es la percepción que los gringos tienen de sus propios aliados. El almirante no estadunidense que está a cargo de la operación de la OTAN, y que tanto podría ser francés como español, ofrece un permanente contrapunto inteligente al capitán obsesionado con rescatar a su muchacho, y se comporta en forma tan sutil que para el grueso de los espectadores del país vecino resulta un traidor irremediable. En este aspecto, la película tiene el don de la profecía, toda vez que se anticipa a los conflictos surgidos entre Washington y sus reticentes y refinados amigos de París y Bonn a raíz de la invasión brutal del país árabe.

La hipocresía de los poderosos llevó a acuñar la expresión “baja colateral” para referirse a los civiles asesinados por las fuerzas amigas. Ahora, con el abuso de prefijos que está tan de moda, su ignorancia, su arrogancia y su ineptitud los obligarán a inventar otra: “baja posbélica” ¿Cuántas de esas ocurrirán en Irak esta semana? 

18.11.03

Optimismo


En el otoño del hemisferio norte la bóveda celeste se hace más alta y límpida, incluso en la ciudad de México. Los equilibrios del mundo son más poderosos de lo que supone nuestra arrogancia al revés, que pretende capaz a la especie humana de arruinar en unas cuantas décadas los roces y los vínculos entre masas de trillones de toneladas de nitrógeno, silicio, carbono, hierro, hidrógeno y oxígeno.

Arriba de estos cielos despejados de noviembre crece una incomprensible y ominosa tonsura en la cabellera planetaria de ozono, y el oriente de Europa se ha vuelto un horizonte de bombazos diarios y helicópteros gringos infartados que vomitan a sus ocupantes antes de derrumbarse sobre suelo enemigo. Y la economía es, hoy más que nunca, un barco tan borracho como sus pilotos (perdón, amigos borrachos, por compararlos con gobernantes tecnócratas) que amenaza con matarnos a todos cuando encalle en los dientes de sierra de las gráficas.

Pero si uno voltea al cielo azul, toma prestado un poco de aire frío y hasta limpio de este otoño, recuerda que las necedades ideológicas y estratégicas de los Reagan y los Chernenko estuvieron cerca de borrarnos del mundo hace unos lustros y que se logró, pese a todo, evitar la pesadilla del holocausto atómico; que el colapso soviético no tuvo las consecuencias apocalípticas que se pensaba y que la Revolución Conservadora terminó mucho antes de lo que se pensaba y de lo que habrían querido sus impulsores.

Cuando se observa las nubes altas y aborregadas de este noviembre es inevitable descubrir, en ese signo, que la presencia humana en este planeta no es ni buena ni mala sino todo lo contrario y que la digestión cósmica --tan lenta que apenas nos incumbe-- no va a turbarse por un poco más o un poco menos de monóxido de carbono emitido por unos micos un tanto extraños que aprendieron, por accidente de la evolución, a comerciar entre ellos, a matarse mutuamente a distancia, a aparearse fuera de sus periodos de celo, a fabricar dioses y motores de combustión interna, a ser virtuosos del violoncelo y a escudriñar el cosmos.

La aventura humana no va a terminarse abruptamente porque una transnacional se empecine en hacernos tragar productos transgénicos y producir fluorocarbonos, o porque haya mandatarios desoladoramente brutos, porque una potencia planetaria aviente de golpe todo su arsenal sobre las cabezas enturbantadas de los iraquíes o porque un espíritu enfermo de odio resuelva despedazar de un bombazo a dos decenas de judíos turcos a todas luces inocentes y ajenos a cualquier conflicto.

Cosas como esas seguirán pasando, por mucho que los vientos estacionales pasen un trapo húmedo sobre el azul del cielo.

Y al revés: la más emponzoñada de las atmósferas puede ser cuna de actos de piedad y creación, y hasta en las inversiones térmicas, que ya están próximas, seguirán naciendo cachorros humanos de mirada limpia.

4.11.03

Cuento de hadas


Dice El Mundo en su edición del domingo: “Desde que la Casa Real anunciara ayer el compromiso del Príncipe Felipe con la periodista Letizia Ortiz, las reacciones y muestras de apoyo se han sucedido. Todas las fuerzas políticas han expresado su felicitación a la pareja, los editoriales de la prensa del país han subrayado el acierto de la elección del Heredero y la sociedad española también se ha manifestado en su mayoría a favor del enlace de Don Felipe”. La noticia ocupó también las primeras planas de El País, La Vanguardia, La Razón, ABC y El Periódico, además, por supuesto, de la del diario asturiano La Nueva España, donde la protagonista de esta historia hizo sus pininos periodísticos.

En su memorial de la guerra civil española Hombres en guerra, Alvah Bessie, integrante de la Brigada Lincoln, consignó algunos ataques de la aviación fascista ocurridos a mediados de 1938: “En Granollers mataron a 300 personas, entre mujeres, niños y ancianos; en Alicante hicieron volar en pedazos sangrantes a 250 e hirieron a 300 más. En Roma, el Papa deploró nuevamente el bombardeo de poblaciones civiles; pero demostraba ingenuidad: los civiles, en nuestra época, son objetivos militares”.

Con masacres como ésas, con papas como ésos y con la ayuda de Hitler y Mussolini, Franco destruyó la república, impuso su larga dictadura, dejó bien pegado en el trono a Juan Carlos I de Borbón --legitimado en su momento como jefe del Estado español por todas las fuerzas políticas-- y ahora, felizmente, el vástago del soberano anuncia su enlace matrimonial con una plebeya ilustrada que algún día llevará la digna representación de la sociedad civil en el Palacio de La Zarzuela. La vida monárquica y sus episodios rosas actúan como caramelo seductor que no sólo anestesia los malos recuerdos, sino también alivia las noticias infortunadas, los escándalos de corrupción, las traiciones políticas, los indicadores económicos desfavorables, las inquietudes separatistas, las derrotas anunciadas en las guerras contra el terrorismo, los informes sobre cuerpos de inmigrantes reventados por el sol en playas mediterráneas. Hoy, todos los medios informativos de la península esperan, babeantes y arrobados, a que el príncipe acuda a pedir formalmente la mano de la periodista.

Sería injusto desconocer que este cuento de hadas está aderezado con una abundante salsa de modernidad: a fin de cuentas, como recuerda la avalancha noticiosa de menudencias nupciales, la novia trabajó en las coberturas de los atentados del 11 de septiembre, la más reciente guerra contra Irak y el naufragio del Prestige, que llenó de chapopote las costas gallegas; el novio, por su parte, se dejó fotografiar en un barco de guerra español --anclado, como es razonable, a prudente distancia de los combates-- durante la guerra de 1991 en el golfo Pérsico y hace poco más de un año posó cautelosamente sus patas reales en Bosnia-Herzegovina “para conocer sobre el terreno la labor de pacificación”. Además, Felipe Juan Pablo Alfonso de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos de Borbón, príncipe de Asturias, de Gerona y de Viana, duque de Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer, contra lo que su nombre indica, es un hombre moderno, licenciado en derecho por la Autónoma de Madrid y con un master en Georgetown.

No hay nada de vergonzante y ni siquiera de frívolo, pues, en el epitalamio mediático con que hoy se emborracha España: “Antes de hacer oficial el compromiso, el Rey comunicó la noticia personalmente a la presidenta del Congreso, al presidente del gobierno y a los líderes de PP y PSOE. Inmediatamente, se sucedieron las felicitaciones.

“El secretario general del PP, Mariano Rajoy, envió un telegrama a don Felipe para transmitirle su 'más sincera y cordial felicitación' por el compromiso. El PSOE expresó a los prometidos sus 'mejores deseos tanto en lo personal como en las altas responsabilidades que asumirán en el futuro'. Lo mismo hizo IU, que como 'organización de carácter republicano y al mismo tiempo respetuosa con lo prefijado en nuestra Constitución' quiso transmitir sus 'respetos y felicitación a la pareja'.”

Franco le ganó la guerra a la república. Muchos años después, la revista Hola demostró que tiene un proyecto periodístico infinitamente más coherente, realista y sólido que el de El País. Me pregunto si en algún lugar quedaron consignados los nombres de los 550 españoles que la aviación fascista descuartizó en Granollers y en Alicante en el verano de 1938. 65 años ya. Qué rápido se pasa el tiempo. Un parpadeo, y estaremos en el bautizo de los nietos del príncipe Felipe.

28.10.03

El castigo de Bush


La popularidad de George Walker Bush va en caída libre y ha pasado de 80 por ciento, en mayo, cuando proclamó el fin de la guerra contra Irak, a 56 la semana pasada. Tal vez sufra un nuevo resbalón cuando la opinión pública estadunidense caiga en la cuenta de lo que significa la serenata mortífera con misiles tierra-tierra que la resistencia iraquí ofreció, la madrugada del domingo, al subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, quien se paseaba por Bagdad con la arrogancia equívoca de los vencedores. El ataque, en el que murió el soldado estadunidense número 109 desde que “terminó la guerra”, es una prueba de que el largo conflicto armado entre la presidencia de Estados Unidos y el pueblo de Irak, que en enero próximo cumplirá 13 años, está muy lejos de haber terminado. De hecho, el actual presidente de la máxima superpotencia planetaria no sólo mintió sobre el fin de la confrontación, sino que se adjudicó, en falso, su comienzo.

Esa guerra la inició Bush padre en enero de 1991 y, aunque cesó formalmente con el alto el fuego del 3 de marzo de ese año, prosiguió, con bajo perfil, a lo largo del gobierno de Bill Clinton, y fue heredada, intacta, por Bush junior, quien la derivó a una nueva masacre de iraquíes y al derrocamiento de Saddam Hussein. Pero ni el colapso político-militar del gastado dictador ni la ocupación de Irak se han traducido en el fin de la guerra; simplemente, ésta ha dejado de ser un juego electrónico entre radares iraquíes y aviones estadunidenses, y se ha convertido en un matadero que ha diversificado sus insumos: ya no son sólo iraquíes, sino también estadunidenses.

Alguna conciencia de eso se percibe ya entre los ciudadanos comunes, como se vio en la manifestación del sábado en Washington, a la que acudieron familiares de los caídos a decir a su presidente que nadie le dio nunca la atribución de jugar con la vida de los muchachos.

Ojalá que esa lucidez se extienda y se multiplique, y fructifique en un descenso de la imagen presidencial que tenga como consecuencia, a su vez, la derrota de George W. Bush en las elecciones presidenciales del año entrante. Un fracaso semejante implicaría un revés para la asociación mafiosa y genocida entre halcones militares y corporaciones empresariales y para las corrientes conservadoras que orientan los medios, los programas escolares, las mentes y hasta los genitales de los estadunidenses. La negativa ciudadana a concederle a Bush un segundo mandato --si es que las instituciones la respetaran-- se traduciría también en un mundo más seguro, más apegado a la legalidad y menos violento; en un descalabro para los criminales que gobiernan en Israel; en el aislamiento de gerifaltes de gobierno como Aznar, Blair y Berlusconi, si es que siguen políticamente vivos para entonces; en una brusca reducción del alimento ideológico de los terroristas fundamentalistas, y hasta en un debilitamiento de reliquias dictatoriales como Fidel Castro, sempiternamente alimentado en su discurso apocalíptico por la hostilidad de Washington.

Por otra parte, en el ámbito personal, sería lógico que la pérdida de la Presidencia le provocara a George Walker Bush un intenso y grave sufrimiento. Confieso abiertamente mi deseo de que el presidente de Estados Unidos sufra. Que sufra mucho, si es posible. No el sufrimiento discursivo, abstracto y muy posiblemente hipócrita por los caídos el 11 de septiembre de 2001, sino el dolor del fracaso personal, la zozobra del rechazo mayoritario, la desgarradora pérdida del protagonismo y los reflectores, el sofocante síndrome de abstinencia del poder.

No le deseo mal alguno por sus lastimosas limitaciones intelectuales, su patente carencia de cultura general o sus orígenes familiares en la mafia petrolera. A fin de cuentas, él no escogió esos defectos. Pero además de ser tonto, ignorante y apellidarse Bush, este hombre ha cometido faltas que caen plenamente en el terreno de su albedrío y que debieran, en consecuencia, ser punibles: es mentiroso, despiadado, corrupto, inescrupuloso, hipócrita, arrogante e indiferente ante el sufrimiento ajeno. El presidente de Estados Unidos tendría que pagar de alguna forma algunas de sus responsabilidades por las infames ejecuciones en Texas, cuando era gobernador; por la muerte de civiles y de soldados --locales y estadunidenses-- en Afganistán e Irak y por la terrible devastación material en esos países; por las humillaciones a que se somete a los inmigrantes; por el desamparo de millones de estadunidenses ante el recorte de programas sociales, y por las fortunas mal habidas en la corrupción cupular de su gobierno.

Pero, si uno piensa con realismo, resulta desoladoramente improbable que un tribunal nacional o internacional juzgue por esos y otros crímenes al actual presidente de Estados Unidos. La perspectiva de lesionarlo o matarlo en un atentado terrorista pertenece más bien a las definiciones de lo que es correcto según la moral del propio Bush --muy semejante, por cierto, a las de Osama Bin Laden, Saddam Hussein o Ariel Sharon-- y resulta, por ello, repudiable. Por eso, la única posibilidad real de castigo para el ocupante de la Casa Blanca es que la sociedad estadunidense le dé la espalda en las próximas elecciones y que ese acto ciudadano se traduzca en un sufrimiento intenso y duradero para George Walker Bush.

No soy el único en este planeta, me atrevo a suponer, que se lo desea con toda el alma.

21.10.03

Historias de hambre


Al parecer, David Blaine es un mago que conoce la dureza de la vida. Salió de Harlem, después de quedarse huérfano, y empezó a aplicar en las calles de Nueva York los conocimientos que obtuvo en las bibliotecas públicas. Al principio eran trucos sencillos, como localizar a ciegas los ases de entre un mazo de naipes o partir con los dientes una moneda de 25 centavos; nada que no pueda verse en cualquier esquina concurrida de una urbe de tamaño medio. Luego vinieron números más complicados, como la levitación a varios centímetros de altura en medio de un tumulto. Las calles son un escenario legitimador para los magos. Cuando éstos actúan en locales cerrados, queda la sospecha de hilos transparentes, plataformas ocultas, sistemas tramposos de iluminación o mecanismos recónditos capaces de engañar la mirada. Pero en la intemperie de las aceras y el asfalto el margen para la prestidigitación es harto reducido.

Un día, a fuerza de sostenerse en el aire sin causa física aparente, Blaine logró su primer especial de televisión. Se encerró, para el efecto, en un ataúd transparente, y se hizo enterrar durante cinco días en el centro de Manhattan, acompañado sólo por una cámara de video que transmitía durante 24 horas su trance profundo y plácido. El siguiente gran show consistió en introducirse en un cubo de hielo ante la mirada de transeúntes y reporteros. Pretendía permanecer allí tres días, pero 12 horas antes del plazo se derrumbó su resistencia y pidió que lo sacaran.

Con esos antecedentes, el mago David Blaine ideó una prueba especialmente peligrosa: imitar la cuarentena de Cristo. Lo hizo a la manera mediática del reality show, metido en una enorme pecera (213 por 213 por 91 centímetros) colgada, a su vez, cerca del puente de la Torre de Londres, a orillas del Támesis. Durante 44 días se limitó a beber agua y a ignorar las provocaciones de algunos vándalos que lo hostigaron con linternas de mano y estamparon en las paredes transparentes de su refugio huevos y globos llenos de pintura. El domingo pasado, después de 44 días como atractivo turístico temporal, y gravemente debilitado por el ayuno, el mago fue sacado de la caja y transportado a un hospital londinense. Según Sky Tv, unos 250 mil espectadores acudieron en ese lapso a presenciar el martirio autoinfligido de David Blaine.

El mago neoyorquino se sometió al hambre durante 44 días. Otros la padecen a lo largo de toda su vida, hasta que deciden forzar el destino en contenedores asfixiantes, embarcaciones frágiles, travesías del desierto o carreras en las que se debe derrotar, a pie, las camionetas de doble tracción de la patrulla fronteriza. Miles y miles de mexicanos y latinoamericanos intentan esas y otras suertes en la frontera sur de Estados Unidos. Los asiáticos y los africanos realizan actos de magia similares en las costas mediterráneas, para intentar introducirse en el inmenso y pletórico refrigerador rodeado de famélicos que se llama Unión Europea.

Mientras la caja londinense de David Blaine era arriada a orillas del Támesis, los guardacostas italianos descubrían, en el sur de Lampedusa, un barco a la deriva que transportaba 15 inmigrantes africanos vivos y otros 13 en condición de cadáveres. Esos 28 cuerpos embarcados fueron lo que quedó de un centenar de somalíes que salieron de Mogadiscio, atravesaron Sudán y Libia y se embarcaron, en costas de ese país, con rumbo a la Europa pródiga que les aliviaría el hambre. Pero en las tres semanas de travesía mediterránea el frío y el hambre --siempre el hambre-- se abatieron sobre ellos. Sólo algunos, vivos o muertos, lograron llegar a Lampedusa. Los cadáveres de los demás fueron arrojados al mar por sus compañeros conforme iban muriendo en su trayectoria hacia el norte.

Según un reporte de última hora, el mago David Blaine se recupera satisfactoriamente.

14.10.03

Natura y cultura


El periodista científico Josep Català lo resume sin tapujos: “La ley natural otorga a los humanos una vida de 28 años. Una persona con 30 años ya es vieja y en rigor, en rigor natural, debería morirse lo antes posible”. En efecto, un espécimen cualquiera de homo sapiens que haya logrado sobrevivir tres décadas tuvo que haber cumplido la tarea para la cual fue puesto en este planeta: cerrar un eslabón de la cadena reproductiva, exponer su genoma a los tamices del medio ambiente, la subsistencia del más fuerte y los rayos cósmicos, tener cachorros y cuidarlos hasta que puedan valerse por sí mismos. A partir de entonces, los hidratos de carbono de sus músculos y el calcio y el fósforo de sus huesos pasan a considerarse materiales reciclables, muy buenos para alimentar aves de rapiña y abonar árboles de aguacate.

Ante las consignas en boga de respetar al pie de la letra los dictados naturales, se contrapone el hecho de que morirse antes de los 30 es, hoy en día, una gran falta de educación y una tremenda incorrección política. La etapa de la vida llamada adolescencia se inventó en la séptima década del siglo anterior para amparar a los desorientados de menos de 20, pero en años posteriores se ha ido alargando para que la cobertura de su póliza se extienda incluso a despistados de más de 25. Rumiar alfalfa y organizar manifestaciones contra los productos transgénicos puede ser divertido, pero a muy pocos se les ocurre, en el afán de hacer cumplir con los dictados de Natura, o de parar la contaminación planetaria, proponer el exterminio de los treintones, y mucho menos hacerle ascos a los antibióticos, al quirófano o a la quimio cuando la selección natural manda los primeros avisos de que nos ha llegado la fecha de caducidad, justo cuando nos disponíamos a planificar la gran obra de nuestro paso por el mundo.

Por supuesto, en una lógica en la cual la naturaleza no imita al arte, sino a Mengele, salen sobrando, además de los adultos, los viejos, los enfermos, los miopes, los sordos, los autistas, los cojos, los estériles, los mancos, los siameses, los enanos, los gigantes, los obesos, los escuálidos, los estrábicos, los epilépticos, los artríticos, los jorobados, los patizambos, los alucinados, los depresivos, los albinos, los alérgicos, los hemipléjicos y los cuadrapléjicos, los mongoloides, los diabéticos y los melancólicos, entre otros muchos que, sumados, dan al menos un hemisferio, si no más, de la pelota humana.

Afortunadamente, y a pesar de las modas favorables al germinado de soya, a la adopción de bacilos de yogur como mascotas amantísimas y a una actividad incomprensible llamada turismo ecológico, los humanos no habitamos en natura, sino en cultura, y la segunda es un entorno un poco más acogedor, tolerante y auspicioso, en el que caben la debilidad y la fuerza, la habilidad y la terquedad, la insustancialidad y la profundidad, Miguel Ángel Cornejo y Noam Chomsky, Margaret Thatcher y Rigoberta Menchú, Ricky Martin y Saramago, sin que la aparición de unos implique la extinción automática de los otros, por más que los totalitarismos de todo signo se empeñen en imitar las leyes de la selección natural y en borrar del mapa cualquier posible singularidad humana.

7.10.03

Al que sigue


Temo que ningún creyente, sea musulmán, judío, cristiano o budista, podrá convencerme de que la muerte es el comienzo de una vida eterna, y por eso no consigo alegrarme ante el fallecimiento (así sea en grado de inminencia) de cualquier persona; por el contrario, estirar la pata me parece un asunto siempre triste y deplorable. Pero la cosa es que, según algunos, el todavía dirigente máximo de la cristiandad católica se prepara para colocarse a la diestra del Padre y, según otros, para viajar al Infierno de los intolerantes, los dogmáticos y los autoritarios. No me manifiesto por uno o por otro destino. Me gustaría, en todo caso, que, una vez desprovisto del olor de actualidad, le rasuraran unos párrafos a sus entradas biográficas en las enciclopedias, y no por un afán mezquino de regatearle méritos, crímenes o trascendencia, sino para ser justos con Esteban V, León VII, Agapito II o Juan XI (son sólo ejemplos), a quienes el Dios de los católicos tenga en su santa gloria, pero de quienes ya ni Él se acuerda.

Para muchos que no tenemos vela en ese entierro, acaso próximo, ni voz ni voto en el cónclave cardenalicio que vendrá después, sería reconfortante que junto con Karol Wojtyla la grey católica se deshiciera de las demonologías medievales resucitadas por el próximo fallecido, del anticomunismo que puso a Roma en las rondas de Reagan, Thatcher y Pinochet, de la exclusión fóbica que ha dejado fuera de la Iglesia a millones que no pudieron o no quisieron comulgar con la moralina del pontífice polaco, y de la teología de la sumisión y el sufrimiento preconizada por Juan Pablo II en el cuarto de siglo de su papado.

Sería buenísimo, por ejemplo, que el próximo sucesor de Pedro dejara de lado la campaña actual del Vaticano contra el condón y que colocara a la Iglesia en la campaña contra el sida. Ello implicaría abandonar las prédicas antisexuales o, en el mejor de los casos, asexuales, y aprovechar los enormes recursos y las estructuras clericales para organizar cursillos de educación sexual (sin descuidar, claro está, los de catecismo). En esa misma línea, y sin sugerir de ninguna manera que los templos y curas católicos abandonen la administración de sacramentos y bendiciones, no estaría nada mal que distribuyeran también preservativos entre sus feligreses (y feligresas, como está de moda decir) a fin de facilitarles el tránsito por pequeños paraísos mundanos, en tanto les toca la hora de llegar al Cielo de los elegidos.

A algunos profanos también nos daría gusto ajeno que la Iglesia católica depusiera su estrategia de descalificación, calumnias y hostigamiento contra homosexuales, bisexuales, lesbianas, divorciados, pornógrafos y onanistas, entre otros practicantes de la soberanía personal, y dedicara las energías y los recursos correspondientes a denunciar a los responsables de delitos de lesa humanidad, por muy católicos que sean. Ojalá que el pontífice que viene tenga la sensibilidad y el discernimiento para oponerse a la tortura, la desaparición forzada de personas, las ejecuciones extrajudiciales, las masacres de civiles y el sometimiento militar de pueblos y naciones, y que se fije menos en quienes deciden acostarse con el hombre, la mujer, el mamífero o el batracio de su preferencia, siempre y cuando sus compañeros de cama --es decir, el hombre, la mujer, el mamífero o el batracio en cuestión-- estén de acuerdo con el ejercicio.

Nos agradaría, asimismo, y con el mismo desapego, que el próximo Papa se propusiera, como homenaje a Jesús de Nazareth, incidir en el fin del espantoso martirio que padecen actualmente los palestinos --muchos de ellos, por cierto, de filiación cristiana, aunque eso sea lo de menos-- y en la consecución de una paz fraternal, justa, digna y equitativa en las tierras de las andanzas bíblicas de Cristo. En esa lógica, sería bueno que el pontífice que sigue se dejara de ambigüedades y de andar tomando tecito con los presidentes estadunidenses y se propusiera erigir al Vaticano como una autoridad moral inequívocamente opuesta a las atrocidades imperiales que hemos presenciado a lo largo de este siglo naciente.

A ciertas ovejas descarriadas --no tengo empacho en reivindicar el calificativo-- nos resultaría meritorio un pontificado que concediera a los hombres y a las mujeres de la Iglesia el libre ejercicio de sus funciones fisiológicas, incluidas las sexuales, y la satisfacción plena de sus necesidades afectivas, pero que, al mismo tiempo, dejara de ser cómplice y encubridor de curas pederastas y violadores, como ocurre actualmente, en los todavía tiempos de Wojtyla, y como ha venido ocurriendo desde hace muchos siglos.

Pienso, finalmente, que ésas y otras acciones semejantes podrían constituir la base de una pastoral ética y eficiente, con la cual el Vaticano no sólo conciliaría sus políticas reales con los valores básicos del cristianismo, sino se colocaría, además, y para decirlo en términos de yuppie del ITAM, en una posición competitiva en el mercado espiritual del naciente siglo. Me limito a pasar el tip al que sigue y aclaro que, en lo personal, el asunto ni me va ni me viene, que de antemano me doy por excluido del Paraíso y que estas reflexiones son absolutamente desinteresadas porque no soy papable ni elector de papas ni cura ni católico ni cristiano, y ni siquiera creyente.

30.9.03

La justicia española


En 1986, cuando aún no cumplía 20 años, el londinense Tony Bromwich fue condenado a 10 de reclusión por su afición a asfixiar mujeres con un cable eléctrico y agredirlas sexualmente una vez que alcanzaban la inconsciencia. Ninguna de las cinco víctimas de Bromwich perdió la vida, pero eso no significa que el muchacho no fuera peligroso. El juez Thomas Pigot, que se ocupó de su caso, lo describió como un personaje parecido a la dupla Jekyll-Hyde; fuentes policiales dijeron que Bromwich tenía “fijación por las escolares” y alardeaba con sus amigos de haber mantenido relaciones sexuales con una niña de 12 años. El hecho es que el doctor Jekyll paseaba con su novia los martes, jueves y viernes, en tanto que el señor Hyde atacaba a sus víctimas los lunes y miércoles, y Bromwich descansaba el resto de la semana. Los siete días de la semana, eso sí, llevaba en el coche una colección de armas punzocortantes, desde cuchillos y machetes hasta un sable de samurai. El joven delincuente fue liberado antes de terminar su condena, en 1991, pero volvió a delinquir y fue llevado otra vez a prisión por robo a mano armada. En 1996 salió libre de nuevo y el año siguiente se fue a vivir al sur de España con el nombre falso de Tony Alexander King. Allí conoció a una joven llamada Celia, quien a los pocos meses ya estaba embarazada de Tony. A la niña que nació le pusieron Sabrina. Pero en 1999 Celia presentó una denuncia de malos tratos contra su cónyuge y al poco tiempo se separó de él.

En octubre de ese mismo año, en la localidad malagueña de Mijas, fue secuestrada, torturada y asesinada Rocío Wanninkhof, muchacha de 19 años. Por esos días la madre de la víctima, Alicia Hornos, acababa de terminar entre turbulencias una relación sentimental con la empresaria hotelera Dolores Vázquez, a la que acusó del homicidio de su hija. Sin más pruebas, Vázquez se convirtió en la sospechosa principal del asesinato de Rocío. Casi dos años más tarde, el 19 de septiembre de 2001, un jurado popular declaró culpable a Dolores, a quien se impuso una condena de 15 años de prisión. La sentenciada pasó 17 meses en la cárcel, pero salió libre una vez que, a petición de la defensa, el juicio fue anulado ante la evidencia de que los miembros del jurado, el juez de instrucción, el fiscal profesional y el magistrado presidente del tribunal habían cometido demasiados errores procesales.

En agosto pasado, en Coín, Málaga, desapareció la joven Sonia Carabantes, de 17 años, cuando regresaba a su casa procedente de una feria. Días más tarde fue descubierto su cadáver, muy descompuesto por el intenso calor estival, pero con huellas inequívocas de estrangulamiento y una fractura en la mandíbula. En esa ocasión, la hasta entonces babeante policía española, presionada por la opinión pública, no tuvo más remedio que ser eficaz. Descubrió rastros de ADN que vinculaban el crimen de Sonia con el de Rocío, cometido cuatro años antes, y encontró que el propietario del genoma era el británico Tony Bromwich, alias Tony Alexander King, quien hasta la semana antepasada seguía tan tranquilo vendiendo bienes raíces y cervezas en varios pueblos de la costa malagueña. Cuando fue detenido, Tony no tuvo empacho en confesar la autoría de ambos crímenes y, de paso, la de varias agresiones sexuales perpetradas en Málaga en los últimos seis años.

***

El 24 de junio de 1981, en Tolosa, un comando asesino de la ETA ametralló a tres inocentes vendedores de libros de la localidad, a los que confundió con guardias civiles. Dos años más tarde, dos ciudadanos vascos fueron arrestados por la policía. Luego de una semana de permanecer incomunicados y sujetos a torturas, uno de ellos acusó a Lorenzo Llona de formar parte del comando. Posteriormente, presentados ante el juez, ambos detenidos denunciaron los tormentos a que habían sido sometidos y negaron conocer a Llona. El 24 de junio de 1981, por cierto, el imputado no estaba en Tolosa, sino en la avenida Juárez del Distrito Federal --donde en ese tiempo se encontraba la Dirección General de Migración de la Secretaría de Gobernación--, firmando de recibido una orden de pago para cubrir los 2 mil 400 pesos de derechos por el trámite de la FM3. Dos días más tarde estampó su firma y su huella digital en la forma migratoria correspondiente. Pero cuando pidió formalmente a México la extradición de Llona para juzgarlo por el crimen de Tolosa, la fiscalía española se negó a adjuntar una copia de la declaración exculpatoria posterior del hombre que, bajo tortura, había acusado originalmente a Llona. Este pasó varios meses en la cárcel antes de que la Secretaría de Relaciones Exteriores deshiciera, en definitiva, el entuerto.

Una moraleja posible es que la justicia española se comporta, al igual que Tony Bromwich (o Tony Alexander King), a la manera del doctor Jekyll y el señor Hyde: a veces tiene actuaciones deslumbrantes, como cuando pidió a Londres la extradición de Pinochet, o cuando obtuvo de México la de Ricardo Miguel Cavallo. Pero en otras ocasiones el sistema judicial del Estado español es una mierda.

9.9.03

Fermín y Tasser


A lo que puede verse, las autoridades del Estado español han decidido que algunas palabras son peligrosas y que quienes las pronuncien deben ser silenciados. No se contentan con volver a los usos de Francisco Franco: reivindican más bien los de Pedro de Arbués y Tomás de Torquemada. Pretenden impedir que el músico vasco Fermín Muguruza cante en público y sueñan con verlo entre las rejas, acusado de colaborar con banda armada. Hace unos días detuvieron al periodista Taysser Alouni, de origen sirio y nacionalidad española, y el inefable Baltasar Garzón lo acusó de pertenecer a Al Qaeda. Mientras combate la libertad de expresión con la mano derecha, el gobierno que preside José María Aznar subsidia, con la mano ultraderecha, a la Fundación Francisco Franco, organización de porquería consagrada a exaltar la memoria del Asesinísimo (El País, 26 de agosto de 2003).

Algunos optimistas suponen que esta creciente pesadilla de ver desembocar la transición democrática española en algo que cada vez se parece más al fascismo terminará en cuanto Aznar y su partido pierdan las elecciones. Ojalá. Otros piensan que la institucionalidad peninsular moderna está viciada de origen por la impunidad otorgada a los genocidas que controlaron el país hasta la muerte de Franco y que dejaron, incrustados en la nueva formalidad democrática, a sus nietos y sobrinos ideológicos, como el propio Aznar.

Es sintomático: Garzón se luce gestionando castigos para los genocidas sudamericanos de los años 70, pero no se le ocurre investigar a los partícipes aún vivos de las torturas a que fueron sometidos los reos de los procesos de Burgos, o a los culpables de la oleada represiva de mayo de 1973 en España, o a los cómplices de los cinco asesinatos de Estado de septiembre de 1975, ya en plena agonía del caudillo. Si a Garzón y al resto del sistema judicial de España se les han olvidado tales casos, ya puede parecer natural que omitan, también, indagar a los responsables de “la persistencia de casos de tortura y malos tratos por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado”, de acuerdo con un informe de Amnistía Internacional de marzo de este año, o a los culpables de los “malos tratos y detenciones ilegales con un componente racista por parte de algunos miembros de las fuerzas de seguridad” referidos en el mismo documento.

Tal vez los optimistas piensen que los desfiguros del Estado español en materia de derechos humanos no pueden ir demasiado lejos porque la democracia se corrige a sí misma de manera periódica y porque España está inmersa en la Unión Europea, conglomerado de países comprometidos con la legalidad y el humanismo. Pero aliviados estamos si la elección de Aznar fue la corrección a la guerra sucia y los escuadrones de la muerte organizados por el gobierno que le antecedió. Y en cuanto a la Unión Europea, el problema no es que esté presidida por un mafioso italiano al que le interesan más los negocios propios que los derechos humanos, sino que entre los gobiernos del viejo continente existe un entramado de complicidades y silencios en el cual se diluye ya no se diga la marcha de España al autoritarismo, sino cosas más groseras e inocultables, como la participación del actual gobierno inglés en la masacre en curso de iraquíes.

En la medida en que persiguen a los que cantan, como Fermín Muguruza, y a los que hacen periodismo, como Taysser Alouni, los gobernantes españoles refuerzan los argumentos internos de quienes se expresan poniendo bombas. O Aznar, Garzón y compañía son tan estúpidos que no conocen esa lógica, o son tan perversos que actúan con pleno conocimiento de ella. Ante esa disyuntiva descorazonadora no queda más remedio que repetir, imprimir, reproducir, pronunciar y dibujar los nombres de Fermín y de Taysser a manera de abrazo solidario para con ellos, para con la inteligencia perseguida y para con la libertad.

2.9.03

Optimismo


Hay motivos para el optimismo. El remedo contemporáneo del espíritu renacentista consiste en intercambiar los espectáculos en la pantalla del hogar, que lo mismo avienta escenas porno que Discovery Channel, que aspectos en primer plano de la matanza material y moral de los iraquíes por parte de gobiernos que ahora parecen un tanto despistados. “El mundo está mejor y más seguro sin Saddam”, escribe la embajadora británica en México, Denise Holt, mientras los bombazos en Irak confirman la persistencia de la guerra y cuando los terroristas islámicos pescan, en las renovadas aguas del rencor y el odio contra Occidente, nuevos voluntarios para el martirio asesino. Los ciudadanos de Estados Unidos y de Europa pueden creerse los embustes de sus gobiernos, estar tranquilos y seguir observando en sus televisores el espectáculo de “un mundo mejor” mientras devoran cápsulas de viagra como si fueran palomitas de maíz, pasadas por el gaznate con ayuda de bebidas energetizantes, y mientras intercambian imágenes digitales y codifican sus vidas en la pantalla mágica del asistente digital personal (PDA, por sus siglas en inglés). No hay que ser integrista, y ni siquiera musulmán, para percibir el olor a decadencia en los discursos de los gobiernos invasores. Lástima que el perfume de la diplomacia occidental no alcance a respirarse en los centros de detención que los ocupantes estadunidenses y británicos mantienen en el país invadido, y en los que ocurren episodios como éste:

“Khreisan Khalis Aballey, de 39 años, y su padre, de 80, fueron detenidos en su domicilio (por las fuerzas de la coalición). A Khreisan le colocaron una capucha y esposas y lo obligaron a permanecer casi ocho días de pie o de rodillas de cara a una pared mientras lo sometían a interrogatorio. Lo privaron del sueño colocando una luz muy intensa junto a su cabeza mientras se escuchaba una música distorsionada. Sus rodillas sangraban, de modo que trató de mantenerse de pie la mayor parte del tiempo y, hacia el final, según dijo, una de sus piernas tenía una hinchazón del tamaño de una pelota de futbol. Su padre estaba encerrado en una celda contigua y podía escuchar sus gritos.” Ese testimonio fue recabado y difundido por Amnistía Internacional en su comunicado del 23 de julio de 2003, en el que se documenta, además, algunos de los loables esfuerzos de los ocupantes para mejorar la vida de los iraquíes: torturas, malos tratos, asesinatos de niños de 12 años y robos --sí, robos, como los que sufren los usuarios de microbuses en la ciudad de México--: “Unos oficiales estadunidenses aceptaron que había pruebas de que otros oficiales habían cometido un delito al llevarse más de 3 millones de dinares (unos 2 mil dólares estadunidenses) de la casa de una familia. Los oficiales dijeron que proporcionar resarcimiento a esta familia resultaría difícil y llevaría bastante tiempo, ya que no tenían manera de averiguar dónde estaba estacionada la división cuyos miembros habían sido acusados de este delito”. Sin embargo, apunta el documento, “en el marco de las reformas del sistema judicial implantadas por las potencias ocupantes, los tribunales iraquíes ya no poseen jurisdicción civil o penal sobre ningún miembro del personal de la coalición”.

Ante esos incómodos señalamientos de Amnistía Internacional, los cruzados contra el terrorismo pueden contar con dos defensores inesperados que justifican, con argumentos impecables, la guerra sucia: no hay por qué aplicar “las leyes internacionales a los guerrilleros de Chechenia y Al Qaeda”. Estos últimos “fueron llevados a Guantánamo y sacados de los tribunales de Estados Unidos”. Por las dudas, dice, “no estoy haciendo ninguna crítica”, porque “no se puede hablar de leyes de la guerra contra un enemigo que no respeta ninguna ley”. Son las declaraciones del general argentino Ramón Genaro Díaz Bessone, quien defendió de esa manera el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de opositores por la pasada dictadura militar. En una parte de la entrevista con Canal Plus, Díaz Bessone citó, en defensa de su posición, las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos en Japón y los recientes bombardeos a Irak, en los que murieron civiles no beligerantes. En el mismo documental, el general Benito Bignone formuló una defensa de la guerra preventiva aplicada por George Bush y Tony Blair contra Irak: “Si usted quiere que no le pongan una bomba en su casa, por más guardia que tenga igual se la van a poner. La única forma de evitarlo es matar al tipo que le va a poner la bomba antes de que la ponga”. Lástima que los ingleses derrotaron en las Malvinas a esos genios. Más bien habrían debido contratarlos como asesores para sus ministerios de Defensa y de Propaganda. Es posible incluso que hoy, en vez de debatirse entre extradiciones y procesos, esos teóricos memorables aparecieran en la BBC para defender la inmaculada inocencia de Blair.

26.8.03

Gobernator


El domingo 17 de agosto el actor Arnold Schwarzenegger entregó a las autoridades electorales de California un cheque por 3 mil 500 dólares y un listado con 65 firmas de adhesión. Con ese sencillo trámite el musculoso actor de 56 años, nacido en Austria y vástago avergonzado de un oficial de las SA hitlerianas, formalizó su candidatura al puesto de gobernador de California, entidad que por sí misma podría ser un país pujante, industrializado y nuclear, colindante con México y tan prepotente, en su mirada hacia el sur, como el conjunto de la Unión Americana.

En un entorno de dispersión de las intenciones del sufragio, debido a la sobreoferta de aspirantes a gobernador --casi 200 registrados--, el republicano Schwarzenegger encabezaba en días pasados las preferencias de voto, con 23 por ciento, seguido por el demócrata Cruz Bustamante, con 19. Si lograra revertir la tendencia desfavorable y resultara electo, el segundo se convertiría en el primer mandatario estatal de origen mexicano desde 1875, cuando Romualdo Pacheco gobernó el estado. Sería ése un escenario alentador para los migrantes de todas las procedencias --incluidos, claro, anglosajones y austriacos-- que pueblan California. En cambio, si Schwarzenegger consigue imponerse, la perspectiva sería esperanzadora para los partidarios absolutos de la inteligencia cinematográfica.

No está de más recordar que Arnold es un actor tan tieso, rígido, artificial y acartonado que resultó perfecto para interpretar papeles de robot, de organismo mecánico, de amasijo de hierro y silicio forrado de pellejo semihumano. Eso es un ejemplo de cómo transformar en virtud los defectos y las limitaciones. Schwarzenegger se ha convertido en un imitador irremplazable y proverbial de esa zona incierta, ficticia y complaciente en la que la materia inerte cobra vida, o en la que la vida desemboca, como resultado de la decadencia tecnológica, en una fusión con la materia inerte: Terminator. Nada mejor para expresar la carencia de pensamientos de un humano tras la cerebrotomía o el súbito ingreso de los circuitos al ámbito de la autoconciencia, o ambas cosas, que esos vivaces y siniestros ojitos de ratón incrustados en un rictus tenso y metálico que se llama Arnold Schwarzenegger, que garantiza 90 minutos de vértigo y violencia lineales, que convierte cualquier producción en un buen negocio y que es capaz de acabar con la creatividad de cualquier guionista. A fuerza de repetir su musculosa debilidad actoral, se ha transformado en una grave amenaza a la diversidad cinematográfica de este planeta, y acaso también a la de otros astros próximos.

Fuera de esos temas, el candidato republicano a la gubernatura de California hace bodrios irremediables, tanto en el cine como en la vida. Hay que acordarse de su personaje de macho embarazado, en el primero de esos ámbitos, o de su entusiasmo, en el segundo, para apoyar una iniciativa de ley que pretendía dejar sin servicios educativos y de salud a más de 3 millones de indocumentados: la Proposición 187, en buena hora declarada inconstitucional por los tribunales. “Una de las experiencias más tristes que me ha tocado presenciar en Estados Unidos es cómo los inmigrantes legales, como Arnold, critican y atacan a los que están indocumentados y les hacen la vida imposible”, escribió recientemente en La Opinión de Los Angeles Jorge Ramos, especialista en asuntos migratorios.

Ahora, aprovechando el referéndum de destitución del gobernador demócrata en funciones, Gray Davis, Terminator quiere hacerse Gobernator de California. Si lograra su propósito, habría que agregarle más violencia, abuso y discriminación a la vida de los trabajadores extranjeros en ese estado. Ante esa perspectiva, muchas personas piadosas, o al menos sensatas, preferirían que Arnold se mantuviera ocupado en la industria cinematográfica, aunque hubiera que soportar una docena de episodios adicionales de la historia del cyborg asesino.

19.8.03

La resistencia


El nacionalismo es una actitud perniciosa y estéril en casi todas las circunstancias. Propicia entre sus adeptos la creencia (falsa) de que su pedazo de planeta es lo más glorioso que hay en la galaxia, o bien fomenta posturas de corte masoquista y autoflagelante, semejante al amor en automático a las parentelas en primer grado: “pues será una porquería y tendrá todos los defectos del mundo, pero es mi país”. En los estados débiles el nacionalismo casi nunca ha servido para preservar la integridad territorial del objeto amado, su mercado interno o sus tradiciones. Las tropas enemigas, los productos foráneos y las influencias extranjeras penetran, por lo regular, por donde nadie se lo espera, en forma sorpresiva y tramposa, y una vez ocurrida la tragedia los nacionalistas se quedan rumiando la paradoja de amar a una patria que ha dejado de serlo y que se ha convertido en colonia. En las grandes potencias el nacionalismo, disfrazado de “seguridad nacional”, desempeña, por norma, la función, mucho más infame, de justificar toda suerte de tropelías, abusos y violencias contra países pequeños e indefensos o, en el mejor de los casos, la de fundamentar visiones mesiánicas ante el mundo presentadas, por lo general, en forma de “obligaciones” autoimpuestas: preservar la paz, contribuir al desarrollo, asegurar la vigencia de la legalidad, proteger los derechos humanos, educar y evangelizar al resto del mundo con los valores propios, desde la cristiandad hasta la democracia.

Pero, cuando la soldadesca extranjera rompe las tuberías de la calle al paso de sus blindados, se roba los objetos de los museos, prostituye a las muchachas y asesina a los jóvenes, despedaza las construcciones residenciales con bombas de demolición y concede o deniega a su criterio las autorizaciones de tránsito, el nacionalismo adquiere sentido o, mejor dicho, les da un sentido específico a las vidas de muchos. La obsesión justísima de echar al invasor contribuye a poner de lado las diferencias domésticas y a orientar la respiración de una sociedad en una dirección concreta: la destrucción del opresor.

En el Irak actual, dislocado y arrasado por la invasión angloestadunidense, la resistencia nacional ha cobrado legitimidad plena. El monto de la destrucción y del saqueo perpetrados por las tropas occidentales es de tal magnitud que muy pocos iraquíes repararán en el favor colateral que les hicieron los agresores al destruir el régimen --detestable, sí-- de Saddam Hussein. Merced a la invasión y el sometimiento, Irak ha dejado de ser la pesadilla cotidiana de la dictadura para convertirse en un sueño de liberación e independencia que pasa --porque no hay de otra-- por la destrucción física de esos organismos pecosos e ignorantes que se pasean por tierras iraquíes con chaleco blindado y que oscilan entre expresiones de cordialidad superficial y estados de pánico atolondrado y pueril en los que asesinan a familias enteras que iban pasando simplemente porque les parecieron sospechosas de intenciones terroristas.

Aunque el presidente Bush y sus colaboradores sean demasiado tontos para darse cuenta, el hecho es que su gobierno ha regalado a los ciudadanos de Irak la justificación universal de los pueblos ocupados para recurrir a la violencia. Esa razón suprema fundamentó los actos de George Washington, José María Morelos y De Gaulle. A esa razón suprema apelan, hoy, los irlandeses, los saharauis y los palestinos. Gracias a los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra, el nacionalismo --no el del discurso oficial, sino esa pasión fóbica y exasperada que recorre las tripas de la gente-- está vivo, actuante y armado en el Irak de estos días. Y así como los nacionalistas casi nunca logran defender con éxito a sus países de las invasiones extranjeras, ningún imperio puede derrotarlos en forma definitiva.

12.8.03

Videla y Astiz


La embajada francesa en Buenos Aires ocupa el Palacio de Ortiz Basualdo, en la céntrica avenida 9 de Julio. En el jardín de la sede diplomática, muy cerca de la entrada, hay una pequeña estela con 15 nombres, grabados en orden alfabético, bajo la siguiente leyenda: “En memoria de los ciudadanos franceses víctimas de la represión ilegal 1976-1983”. En sexto y séptimo lugares figuran Alice Domon y Léonie Duquet. De acuerdo con la información disponible, Alice y Léonie, dos monjas del Institut des Soeurs des Missions Etrangères Notre-Dame de la Motte, fueron detenidas el 8 y 10 de diciembre de 1977 por elementos del primer cuerpo del ejército argentino.

Veinte años antes, en un dispensario del oeste bonaerense, en Morón, ambas religiosas habían participado en el cuidado y la educación de Alejandro, un niño oligofrénico nacido el 7 de octubre de 1951 y muerto 20 años después a causa de un edema pulmonar en la colonia Montes de Oca, en un hospital para enfermos mentales abandonados y sin recursos económicos, pese a que entonces su padre, el general Jorge Rafael Videla, ocupaba ya una posición prominente en la jerarquía militar argentina, y su madre, Alicia Raquel Hartridge, empezaba a colarse entre las damas de la alta sociedad porteña.

Nadie sabe, hasta la fecha, dónde está enterrado el infeliz muchacho. Nadie conoce tampoco el sitio en el que se encuentran los restos de las monjas secuestradas por los subordinados del entonces dictador Videla. El 18 de diciembre de 1977 la oficina presidencial atribuyó la desaparición de las religiosas a un comando de Montoneros. Incluso difundió una foto en la que Alice y Léonie aparecían rodeadas de sus presuntos captores y con el emblema montonero a sus espaldas. Luego habría de saberse que las monjas estuvieron detenidas en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), donde se fabricó la fotografía y el supuesto comunicado montonero. Según el terrible testimonio de Andrés Castillo, sobreviviente de la Esma, Léonie caminaba “con la clásica dificultad de quien ha recibido electricidad en los genitales”. Un subordinado de Videla narró, años después, que el entonces dictador se puso “muy nervioso” cuando fue informado de la detención de las monjas y que, refiriéndose a los autores de la captura, exclamó: “Además de animales, seguramente son muy ineptos”. Luego el general se fue a comer y hasta la fecha no ha vuelto a tratar el tema.

La razón por la que las religiosas fueron desaparecidas, torturadas y seguramente asesinadas fue la vinculación de Alice con el grupo de familiares de desaparecidos que luego sería conocido en el mundo como Madres de Plaza de Mayo. Al parecer el secuestro de Léonie fue un error de los militares, quienes la confundieron con otra monja promotora de los derechos humanos. Junto con ellas fueron secuestradas y también desaparecidas tres de las primeras integrantes de la organización: Azucena Villaflor, Esther de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, así como otros siete familiares de desaparecidos que solían reunirse en la iglesia de la Santa Cruz: Raquel Bulit, Gabriel Horane, Remo Bernardo, José Julio Fondevilla, Horacio Elbert, Angela Aguad y Patricia Oviedo.

Unos meses antes se había unido al grupo un joven muy guapo que se presentó como Gustavo Niño y se ostentó como hermano de un desaparecido. Con esa historia se ganó la confianza de los activistas de derechos humanos y fue invitado a las reuniones de la Santa Cruz. La noche del jueves 8 de diciembre de 1977 hubo un encuentro ahí, con el fin de reunir las contribuciones para pagar un desplegado. Al terminar la reunión, cuando los montones de monedas y billetes de baja denominación quedaron en una bolsa en manos de Esther de Careaga, Gustavo Niño se despidió de cada uno de los participantes con un beso. Fue una forma de señalarlos para los agentes de la dictadura que se encontraban, de incógnito, entre los fieles. En los dos días siguientes, cada uno de los besados fue detenido por efectivos del primer cuerpo del ejército, cuyo comandante máximo era el general Jorge Rafael Videla. Ninguno de los secuestrados ha aparecido hasta la fecha. Los 12 debieron sentir indignación y terror cuando volvieron a toparse con Gustavo Niño, pero ya no en el papel de hermano de un desaparecido, sino de torturador, ya con su nombre verdadero --Alfredo Astiz--, su grado de capitán de fragata y su cargo de oficial de operaciones del Grupo de Tareas 33/2 de la Esma.

Astiz sabía disparar contra civiles amarrados y aterrorizados. Otro conocido episodio en su trayectoria fue la muerte de la adolescente sueca Dagmar Hagelin (17 años), a la que asesinó de un tiro en la nuca para luego abandonar el cadáver en la cajuela de un coche robado. Reconoció su habilidad cuando declaró públicamente (el 23 de enero de 1998) que se consideraba “el mejor preparado para matar políticos y periodistas”. Pero la guerra es otra cosa: 15 años antes, Astiz se mostró como un militar cobarde y pusilánime, cuando en uno de los primeros episodios de la guerra de las Malvinas entregó las islas Georgias a los ingleses sin disparar un solo tiro.

En 1990 la justicia francesa juzgó en ausencia al ex militar argentino por los asesinatos de Alice y Léonie, y lo condenó a cadena perpetua. También ha sido reclamado por tribunales de Italia y Suecia. Pero Astiz estaba protegido e impune en Argentina. Ahora un tribunal de Francia se ha unido al juez Baltasar Barzón y exige que se le entregue a Astiz para someterlo a juicio.

5.8.03

General


Fuera de Guatemala dio la impresión que el asesino había brincado a la escena pública desde algún pudridero remoto y oculto. Que había vuelto por sus fueros después de 20 años de permanecer escondido, a resguardo del asco mundial y de las reivindicaciones de justicia que florecen en las decenas de miles de ausencias definitivas que dejó el general José Efraín Ríos Montt, nacido en junio de 1926 y egresado, cómo no, de la academia militar estadunidense de Fort Gulick, en tiempos en que los gringos todavía consideraban útil retener el control directo en la zona del canal de Panamá. Tras una década en la que los países centroamericanos y sus saldos sangrientos desaparecieron de los noticieros y los titulares internacionales, parecía que la región pasaba por una etapa de normalidad democrática ejemplar, tropical y aburrida.

Pero en Guatemala las cosas no son así. La clase política local, hoy día más corrupta que oligárquica, ha pretendido construir una “institucionalidad democrática” sobre la montaña de cadáveres que dejaron las dictaduras militares del pasado reciente, y de las que Ríos Montt es representante principalísimo. Como resultado lógico, desde 1994 el general asesino controla el Congreso y, desde 1999, la Presidencia de la República, por medio de Alfonso Portillo, una mascota tan bien entrenada que hasta sabe aparentar que se pelea con su amo. La fachada formal es endeble: Portillo llegó al poder con 60 por ciento de los votos, sí, pero en una elección en la que la suma de la abstención (60 por ciento) y los votos nulos y en blanco fue de casi 70 por ciento; el actual gobierno se sostiene, en suma, por el mandato de 18 por ciento del electorado. En ese contexto, y en ausencia de condiciones para chamuscar cuerpos humanos, su deporte favorito, el viejo genocida se ha divertido, mientras esperaba su oportunidad, realizando negocios y cometiendo diversas trapacerías legislativas. Como las instituciones judiciales se negaban a levantar la veda constitucional para los militares golpistas ansiosos de ejercer la Presidencia, Ríos Montt ordenó a sus huestes que salieran armadas a las calles para provocar pánico y doblegar a los magistrados. En el ínterin ordenó a su presidentito que se echara una siesta y dejara tranquilas a las hordas, e instruyó a su cancillercito, Edgar Gutiérrez, para que publicara en estas páginas un sesudo artículo en el que juraba que ni él ni Portillo tenían nada que ver con la asonada lumpengolpista y que cómo era posible y que Ave María Purísima y que qué barbaridad.

El general asesino no está de vuelta. Ocurre que, como el dinosaurio de Monterroso, siempre estuvo allí mientras duró el sueño de las buenas conciencias. Todos estos años, desde que hace 20 (el 8 de agosto de 1983) fue desalojado del poder, ha estado presente, actuante, orinándose en las fosas comunes en las que enterró a sus víctimas, armando comités de su partido en los alrededores de las 448 aldeas indígenas que borró del mapa con todo y sus habitantes, refocilándose en el recuerdo de la carne quemada y perforada de niños y mujeres, repitiendo las estupideces pentecostales que le metieron en la cabeza en una secta de Eureka, California --Gospel Outreach--, convencido de que Guatemala se apellida Ríos Montt y empeñado, como dice Rigoberta Menchú, en “ganar la inmortalidad a través del horror”. Ahora ha conseguido ser inscrito como candidato presidencial y ya se encuentra en campaña.

Corresponde a los guatemaltecos darle la razón y rebautizar a su país “Guatemala de Ríos Montt” o sacudirse de encima, de una vez por todas, al viejo e impúdico genocida aferrado a gobernar el país que arrasó hace dos décadas. En ese entonces, Manuel José Arce, desde el exilio, lo describió en un poema que dio la vuelta al mundo y que sigue difundiéndose, hoy, en Internet: “Usted merece bien ser General,/ llena los requisitos, General:/ Ha bombardeado aldeas miserables,/ ha torturado niños,/ ha cortado los pechos de las madres/ rebosantes de leche,/ ha arrancado testículos y lenguas,/ uñas y labios y ojos y alaridos./ Ha robado, ha mentido, ha saqueado,/ ha vivido / así, de esta manera, General./ General / -no importa cuál-:/ para ser General/ como usted, General,/ hay una condición fundamental:/ ser un hijo de puta, General.”