19.2.02

Verdad y disparate


En su más reciente artículo (15/02/02), James Petras acusó a quienes criticamos un reciente exceso verbal suyo (Almeyra, Kraus, El Fisgón y el que escribe) de proferir en su contra “distorsiones, invenciones y acusaciones calumniosas”; nos describió como “individuos que supuestamente hablan desde la izquierda (que) se enfrascan en polémicas que recuerdan lo que León Trotsky llamó 'la escuela estalinista de la falsificación'” y como “voces autoritarias que convertirían el diálogo en monólogo por medio de la censura y la acusación difamatoria”, y nos regañó por practicar una “horrible virulencia” en nuestras respuestas a su texto. Por lo que respecta a la misiva de El Fisgón y mía, nos limitamos a cuestionar un juicio de Petras a todas luces desmesurado (que Estados Unidos es “el imperio... que rinde tributo al poder regional (Israel) y no al revés”) y la divulgación de una hipótesis --la supuesta participación de los servicios secretos israelíes en los atentados del 11 de septiembre-- que, hasta ahora, carece de fundamentos sólidos, como lo reconoció el propio autor: “Estas historias y sus autores se basan en no más que evidencias circunstanciales”.

Entre las verdades indiscutibles escritas por Petras en su artículo y en su respuesta hay una insinuación que, en ausencia de elementos de prueba, resulta un delirio conspiratorio o la semilla para una película de intriga; tal vez por eso, en su respuesta el autor ya no comenta “la relación entre los terroristas árabes y la policía secreta israelí” en torno a los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y se limita a informar sobre “la presencia de numerosos espías israelíes en Estados Unidos, antes y después del 11 de septiembre”, afirmación tan vaga que ya no es indicativa de nada: “numerosos” puede ser cualquier cosa entre, digamos, 12 y 70 mil, en tanto que la generosa referencia cronológica incluye cualquier momento entre, por ejemplo, el verano del 56 y el domingo pasado.

Por lo demás, en el primer artículo de Petras se consigna, entre datos duros, incuestionables y ciertamente valiosos, una mentira gorda y jugosa como cucaracha del trópico: que Israel “es, en realidad, un poder hegemónico” y Estados Unidos, un “imperio colonizado” que “maniobra para encubrir su servilismo” ante Tel Aviv.

A Petras lo ponen de muy mal humor los reproches porque algunas de sus argumentaciones lindan con las varias y famosas falsificaciones históricas de corte antisemita. Dice, en su respuesta, que “mi artículo jamás hizo referencia a todos los judíos de Estados Unidos (ya no digamos del mundo). Se refiere claramente a aquellos judíos que en Estados Unidos respaldan incondicionalmente la política de Estado de Israel”. Pero, en alusión a un presunto encubrimiento de una también presunta intervención israelí en los ataques del 11 de septiembre, escribió: “El silencio que impera indica la naturaleza vasta y agresiva de los poderosos partidarios de la diáspora judía”, lo cual puede ser interpretado como “todos los judíos de Estados Unidos” e incluso como “todos los judíos del mundo”, salvo, por supuesto, los que residen en Israel, los cuales quedan fuera del conjunto “diáspora”.

Petras piensa que hay en sus detractores un afán de censura, pero yo me alegro de que disponga de este espacio para verter su manera de pensar, que es, como la nuestra y como la de todos, una mezcla --supongo que honesta-- de palabras sensatas y de disparates. Él encuentra “horrible” y “virulento” el estilo de sus críticos; yo calificaría esta polémica en su conjunto --réplicas y contrarréplicas-- de “triste” y “aburrida”; por ello ofrezco amplias disculpas a los lectores y me comprometo a cerrar el pico, en lo sucesivo, ante los artículos de Petras, por muchas verdades que diga en ellos, o incluso si alguna vez descubre y divulga, basándose en hechos incontrovertibles, que la Unión Soviética fue, en realidad, un invento de los cubanos, o algo por el estilo.

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