29.5.01

Memoria de los nómadas


La ancestralidad territorial es casi siempre una ficción chovinista y pueblerina, y salvo en una que otra Islandia de excepción, las sociedades contemporáneas están sostenidas en una sedimentación interminable de migraciones y contagios. De no ser por los ires y venires mundiales e incesantes de tribus y de pueblos, Europa seguiría siendo una región de neanderthales y América estaría deshabitada de humanos. Pero ambos continentes son, en cambio, puntos de confluencia para todas las religiones, todas las culturas y todos los idiomas del mundo. Estados Unidos es un ejemplo claro. En el territorio al que hoy damos ese nombre se asentaron los inciertos peatones de Behring, los navegantes escandinavos, los pioneros españoles y los franceses, las víctimas de las persecuciones religiosas europeas, los sajones y los germanos, los negros llevados como esclavos, los italianos y los polacos, los griegos, los chinos, los judíos, los rusos, los armenios y muchos otros. Independientemente de su arribo en calidad de príncipes exiliados o de mercancía humana, los inmigrantes forjaron una nación que hoy guarda tanto parecido con las 13 colonias como el México actual con la Nueva España o la Alemania de nuestros días al Imperio prusiano.

Algunas generaciones después de los éxodos, las causas y las razones de los nómadas pierden toda importancia. El actual secretario de Estado es descendiente de esclavos y su antecesora es hija de judíos centroeuropeos convertidos al cristianismo. La dinastía Kennedy proviene de irlandeses pobres que en la Unión Americana alcanzaron el poder gracias a las actividades mafiosas y a la política. Proyectados a futuro, los genes de algún taxista neoyorquino de origen afgano --nadie más estadunidense-- adquieren la configuración de Presidente.

Hoy por hoy, el grupo gobernante en Washington --compuesto por individuos de orígenes genéticos y culturales anglosajones, mexicanos, cubanos, griegos, africanos, apaches, turcos, y Dios sabe cuáles más-- actúa como si Estados Unidos fuese una isla de pureza a la que es preciso preservar, y no una olla enriquecida con todos los ingredientes de lo humano, y rodea el país con alambradas, detectores de organismos, lanchas patrulleras, radares y guardias fronterizos. Dicho sea de paso, los gobernantes de la Unión Europea se comportan de manera parecida en su recién nacida confederación de diversidades, como si fuera dable definir lo “europeo” sin turcos, magrebíes, latinoamericanos, vietnamitas, chinos y nigerianos. Por culpa de esas políticas, la semana pasada 14 mexicanos dejaron los huesos y el resto del organismo en el desierto de Arizona. Tragedias como ésa ocurren casi todas las semanas en las regiones fronterizas entre México y Estados Unidos, pero también en las aguas del Mediterráneo y en furgones de carga en las autopistas y las vías ferroviarias europeas y americanas. Cada vez que muere un migrante en esas circunstancias se registra una pérdida inconmensurable para la familia remota, pero también para su entorno social de origen y para el país que habría sido su destino. Tarde o temprano se entenderá que esas muertes son mucho más onerosas que la suma de los gastos por los procedimientos forenses y los sepelios.

22.5.01

División de poderes


Tras la era de desregulación mundial que actualmente vivimos, las generaciones que vengan tendrán que emprender la tarea de procurar la separación entre la empresa y el Estado, así como los liberales del siglo antepasado hicieron otro tanto entre el poder terrenal y el espiritual. La semana pasada, en Italia, un señor con fama pública de mafioso y de criminal compró con facilidad, y por segunda ocasión, la primera magistratura, y hasta se dio el lujo de legitimar la transacción por medio del voto ciudadano. Tal vez la clave de la operación sea mediática: Silvio Berlusconi no acudió directamente a la ventanilla de ventas del Estado con un cheque en mano, sino que adquirió, primero, la mayoría de los medios televisivos italianos y una buena parte de los radiales y los impresos, incluido el respetable (y enorme) grupo editorial Mondadori. Con ese emporio en las manos, Berlusconi machacó con propaganda las cabezas de sus compatriotas y logró el voto mayoritario. Ahora los gobernantes de Europa occidental tienen que tragarse la vergüenza, así como masticaron la pena de tener entre sus filas a un austriaco con aliados nazis.

El cuarto poder le sirvió al presunto capo para insertarse en la esfera de los otros tres, por más que en la jugada intervengan, además, un quinto, el del dinero y, según todos los indicios, un sexto: el del crimen organizado. La separación entre el poder público y el poder delictivo es un presupuesto de las democracias representativas, e incluso de las dictaduras. No lo es, en cambio, el deslinde legal entre los cúmulos de control accionario y los cargos públicos, por más que en las democracias representativas se va haciendo evidente la necesidad de obligar a los políticos a un riguroso voto de castidad bursátil y empresarial, de la misma forma en que muchas legislaciones modernas prohíben el ejercicio de la política a ministros de culto y a los militares en activo. Si se lleva esta lógica a sus últimas consecuencias, ¿sería lícito pedir a los informadores una abstinencia partidista?

La segunda llegada de Berlusconi al gobierno implica un casi seguro periodo de impunidad para él y sus socios de la mafia. Pero, más allá de los quebrantos al estado de derecho, el suceso pone sobre la mesa la confusión entre relaciones sociales que debieran ser específicas y singulares: el poder, la información, el comercio. No es lo mismo ser un votante que opta por un candidato que un consumidor que escoge un producto; no es lo mismo un creyente que selecciona un credo que un lector que decide leer un diario en particular, o un radioescucha que selecciona una frecuencia específica.

La lógica de la desregulación neoliberal y el darwinismo económico en boga inducen y alientan una confusión generalizada entre esas relaciones sociales distintas. Preservar la singularidad de cada una de ellas y restituir la diversidad de los vínculos y las actividades humanas implicará, a la larga, el establecimiento de deslindes legales entre unas y otras.

Será todo un desafío hacerlo sin violar garantías individuales como la propiedad, los derechos políticos o la libertad de expresión. El problema mayor de estos deslindes será, con todo, evitar la vuelta a la concepción social de estancos gremiales y sistemas de castas (los guerreros, en el norte; los sacerdotes, en el oriente; los comerciantes, en el sur, y los artesanos, en el oeste) que a estas alturas resultarían intolerables. Pero habrá que implantarlos, antes que Bill Gates se lance a la Presidencia en Estados Unidos, antes que se fusionen el Papado y la Secretaría General de la ONU, antes que cundan los ejemplos ruso e italiano --entre otros-- y la mafia gobierne más países, antes que los canales de televisión remplacen a los partidos, y así por el estilo.

15.5.01

Políticamente correcto


A principios de este mes el Pentágono anunció que está por introducir, en los fusiles de asalto reglamentarios (AR-15) del ejército estadunidense, balas ecológicas con núcleo de tungsteno, en vez de los tradicionales proyectiles de plomo revestido de cobre. Estos últimos, según explican los expertos, provocan graves daños ecológicos debido a que riegan en el suelo grandes cantidades de esos metales. El estropicio es particularmente notable en los polígonos de entrenamiento que posee Estados Unidos en diversos países y continentes para entrenar a sus efectivos militares, los cuales disparan anualmente 200 millones de los proyectiles calibre 5.56 mm empleados en el AR-15.

Esta medida recuerda las disposiciones carcelarias vigentes en la Unión Americana por medio de las cuales se prohíbe a los condenados a muerte que fumen, con base en el hecho demostrado de que, a largo plazo, el tabaco provoca graves daños a la salud y conlleva graves riesgos de contraer cáncer pulmonar y desarrollar enfisema.

Es posible que la decisión del Pentágono obedezca en alguna medida a presiones generadas por los alegatos acerca del presunto “síndrome del Golfo”, un conjunto de síntomas, enfermedades y muertes raras entre las tropas que participaron en la guerra contra Irak y, posteriormente, en la incursión de la OTAN en los Balcanes; a decir de muchos, el fenómeno estaría vinculado con el empleo masivo, en los aviones de ataque de Estados Unidos y de sus aliados, de balas de uranio empobrecido, capaces de penetrar blindajes de tanque, pero altamente contaminantes. Por una operación mental extraña, el discurso antibélico se convirtió en un alegato ambientalista en el que la indignación por la pérdida de vidas humanas perdió su relevancia a favor de la defensa de un entorno limpio.

De cualquier forma, la inminente introducción de las “balas verdes” puede considerarse un legítimo triunfo --uno más-- para el ecologismo de sacristía que recorre el mundo con un éxito feroz y en el cual se sintetiza toda la banalidad de lo políticamente correcto: el mal no reside en la existencia de un aparato de muerte y destrucción masiva como el ejército, sino que éste altere equilibrios naturales inveterados. El problema con los submarinos atómicos no es que lleven en el lomo cuatro docenas de misiles capaces de volar, cada uno, una ciudad de tamaño mediano, sino que se queden varados en alguna profundidad abisal, dejen escapar su ponzoña nuclear y arruinen de esa forma el sistema reproductivo de las anguilas que medran en la región oceánica y que son insustituibles para el correcto desarrollo del universo.

A fuerza de predicar un apocalipsis incierto, ese ambientalismo ha logrado colocarse, en el escenario político y social, como parte integrada y orgánica (no es ironía) del modelo de economía que --nadie lo niega--representa el ogro de la depredación ecológica: capillas certificadoras de limpieza productiva, partidos que no renuncian a utilizar motores de combustión interna para movilizar a sus fieles; organizaciones un poco gubernamentales (oupg's) de matriz europea y estadunidense que pregonan, en el Tercer Mundo, la abstinencia industrial y la contención en materia de emisión de gases; crisoles para integrar la máxima humildad de la especie --no hay mayor avance civilizatorio que la preservación del pato zambullidor-- con la suprema arrogancia de desconocer que las peores catástrofes ambientales del mundo ocurrieron decenas de millones años antes de que aparecieran Monsanto --que, de haber estado en condiciones, habría contribuido a la extinción de los dinosaurios-- y Greenpeace --que, seguramente, la habría impedido a toda costa.

El desafío de esta corrección política, en suma, no reside en evitar o posponer la muerte, sino en asegurarse de dejar tras de sí un cadáver biodegradable y --ahora la insinuación apócrifa procede de esta especie de neocátaros tardíos-- ya la Madre Naturaleza reconocerá a los suyos.

8.5.01

¿De quién es Jesús?


La Suprema Corte de Justicia de la Nación tendrá que decidir, tras el recurso que presentó la semana pasada la Arquidiócesis Primada de México, si existen derechos de reproducción y uso de la imagen de Cristo y, en caso de haberlos, a quién pertenecen. El documento del arzobispado alega que “Jesús Cristo, la tercera persona de Dios, Hijo de María, la Virgen”, es la esencia del “depósito de fe” de la Iglesia Católica Apostólica Romana y, por lo tanto, su “patrimonio espiritual”.

Con ese fundamento, la organización religiosa afirma que el gobierno debe tomar en cuenta la opinión del arzobispado antes de autorizar actos de culto externos en los que se utilice la imagen referida. El interés por “tutelar” la imagen tiene el propósito, agrega el texto, de evitar “cualquier medio donde se induzca a la confusión de las personas físicas o morales”.

Este tema --quién puede y quién no hablar en nombre de Jesús, o utilizar sus imágenes y sus enseñanzas-- debiera ser tratado con extrema prudencia, habida cuenta del batidero de sangre, tripas y carne humana achicharrada que la cristiandad ha provocado con sus cismas innumerables: las peleas por el copyright de Cristo degeneraron, con lamentable frecuencia, en exhibiciones extremas de las actitudes menos cristianas que puedan imaginarse.

Podría pensarse que a estas alturas nadie, o casi nadie, se toma tan en serio su celo religioso como para degollar al prójimo por divergencias de espiritualidad, pero los talibanes afganos y los ortodoxos serbios son prueba fehaciente de lo contrario. Y para no ir tan lejos, a mediados de la década pasada, en la sierra de Puebla, una familia de protestantes fue asesinada a machetazos por sus vecinos católicos.

El diferendo actual puede dejar indiferentes a algunas congregaciones protestantes que toman por idolatría y fetichismo, o casi, el amor de los católicos a las representaciones plásticas de Dios --en sus tres advocaciones-- y de los santos que le acompañan. Pero si se impusiera la lógica del arzobispado, el siguiente paso sería reclamar el monopolio sobre el uso del los evangelios; claro que los rabinos podrían exigir la exclusividad en el uso del Antiguo Testamento y los budistas --suponiendo que tuvieran algo así como un clero-- estarían en condición de perseguir, por violación de patente y marcas registradas, a los vendedores de muñequitos barrigones del mercado de San Juan.

Sería, el anterior, un escenario propicio para la defensa de la fe, con el propósito de evitar cualquier clase de confusión entre distintas religiones y para hacer realidad la metáfora de pastores, ovejas y rebaños.

Pero primero la Suprema Corte tendrá que resolver una pregunta rarísima en la cual convergen la teología y el derecho de marcas y patentes: ¿a quién pertenecen Jesús y su imagen? ¿A la humanidad? ¿A la cristiandad? ¿A la Iglesia Católica? ¿Al arzobispado?