5.12.00

Chávez y Fox


En estos tiempos latinoamericanos en que los caudillismos y hasta los liderazgos resultan una mala palabra, las figuras de Hugo Chávez y de Vicente Fox vienen a romper la etiqueta política vigente. Son distintos a lo conocido, heterodoxos y un tanto ríspidos; ostentan una intención transformadora que parece peligrosamente cercana al “voluntarismo” --otra mala palabra--; atropellan los protocolos y se expresan en un lenguaje entre arcaico y simple; suscitan entusiasmos incondicionales y temores fundados y miedos paranoicos. Ambos sustentan buena parte de su autoridad en el carisma personal; son advenedizos en la política, en la cual realizaron carreras rápidas y estruendosas.

Pese a sus procedencias, ante Chávez y Fox se desmoronan los calificativos de izquierda y derecha. Originarios de las dos alas de esa cada vez más inexpresiva geometría, ambos confluyen en una tercera vía que, hoy por hoy, sigue siendo lo suficientemente nebulosa y amorfa como para incluir casi cualquier postura políticamente correcta.

Por lo demás, los orígenes de uno y otro están a la vista en sus respectivos discursos: el mandatario mexicano, de origen hacendario y empresarial, pone el acento en los individuos, mientras que Chávez, un ex militar progresista --sin que esté ya muy claro el significado de ese término-- ha preferido desempolvar el sustantivo “pueblo”, que es de donde él mismo procede.

Por todas esas razones, Fox y Chávez desentonan en la foto de los mandatarios latinoamericanos actuales, compuesta principalmente (y ya sin el inefable Alberto Fujimori) por viejos políticos y hasta por políticos viejos.

Otro dato sabroso de estos nuevos protagonistas es su insistencia en el relanzamiento de procesos regionales de integración que, hasta antes de ellos, parecían confinados al baúl de los símbolos o de las reuniones de etiqueta (como las cumbres iberoamericanas) desprovistas de más significado real que el esparcimiento social de los participantes.

Fox y Chávez suscitan, ambos, la sospecha de las intenciones autoritarias. Pero en este punto las diferencias sustanciales no necesariamente están en los propósitos reales de los dos presidentes, sino en sus respectivos entornos políticos: el venezolano, elegido y reelegido en circunstancias que podrían considerarse aplastantes, y con una clase política local desmoronada y en bancarrota, tiene el camino libre para hacer prácticamente lo que quiera, no sólo en el Congreso sino ante la ausencia de oposiciones viables y consolidadas. El mexicano, en cambio, enfrenta un contrapeso legislativo ante el cual la única manera posible de gobernar es por medio de la negociación con fuerzas adversarias, así como un panorama de gobiernos locales y municipales y una ciudadanía permeada por la voluntad de fiscalizar al gobierno.

El tiempo dirá en qué medida los electorados de Venezuela --que vivió un bipartidismo asfixiante-- y de México (que recién sale de un casi monopartidismo de siete décadas) acertaron o erraron al apostar por respectivos desplazamientos radicales de sus clases gobernantes. En lo inmediato, Fox y Chávez han movido las aguas, han dado de qué hablar y, al menos en esa medida, resultan una bendición para los periodistas del continente.

28.11.00

Dióxido de carbono


El encuentro de La Haya fracasó. La idea era poner de acuerdo a los gobiernos para reglamentar el Protocolo de Kioto sobre emisiones de dióxido de carbono y que cada cual se comprometiera a reducir paulatinamente las de sus respectivos países. Marginados los del Tercer Mundo, o en vías de desarrollo, o subdesarrollados, o como esté de moda llamarlos, esta semana la Unión Europea, por una parte, y Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia, por la otra, no lograron ponerse de acuerdo en la tasa de disminución de esas emisiones: Kioto dice 5.2 por ciento, pero Washington y sus aliados buscaron, en La Haya, triquiñuelas para angostar sus chimeneas y sus escapes sólo en 3 o 4 por ciento. Los europeos, en posición de 5.2 o muerte, se negaron a aceptar esa salida. Ante el triste resultado, organizaciones ambientalistas como Greenpeace y World Wide Fund for Nature se vistieron de luto riguroso, lo cual es políticamente correcto y armoniza con los colores de la próxima temporada invernal.

El dióxido de carbono es una sustancia vital, poética, divertida y venenosa, todo al mismo tiempo. La atmósfera terrestre ya lo incluía entre sus componentes antes de que los primeros cromagnones y neanderthales lo produjeran por medio de fogatas. El químico escocés Joseph Black lo llamó “aire fijo” y luego Lavoisier lo identificó como carbono oxidado. Uno se muere si lo respira en grandes concentraciones, pero en dosis pequeñas estimula la respiración, y por eso se le agrega a los gases de los respiradores artificiales. Se le emplea también en los extintores, porque no se inflama; cuando se solidifica se llama “hielo seco” y se utiliza con propósitos refrigerantes; ah, y es el fundamento de las burbujas de la Coca-Cola.

Por lo demás, el dióxido de carbono es una rebaba indeseable, pero inevitable, de la economía mundial. Casi no hay actividad industrial que no lo produzca en grandes cantidades, directa o indirectamente, empezando por las termoeléctricas y los transportes. A mayor actividad económica, mayores emisiones de ese gas a la atmósfera. Por eso, los grandes productores de dióxido de carbono son los países industrializados.

Esperar que los representantes de esas economías se pusieran de acuerdo en La Haya para disminuir sus emanaciones era, entonces, tan ingenuo como pedirle a un tigre que se vuelva vegetariano y cuelgue en su madriguera un retrato del Dalai Lama. Aunque, pensándolo bien, en esta materia más vale no hacer apuestas: los enormes avances en materia de ingeniería genética podrían desembocar, un día de estos, en la producción de tigres con niveles avanzados de degradación.

Las reglas actuales de la economía mundial se traducen, ciertamente, en la destrucción del entorno natural, incluida, por supuesto, la atmósfera. Pero los seres humanos forman parte, hasta nuevo aviso, de ese entorno, y la depredación también los hace víctimas, tanto o más que a las focas y a las tortugas marinas. Además de producir dióxido de carbono, la economía global necesita, para seguirse desarrollando, generar pobres e incluso cadáveres de pobres. La pretensión de empezar a revertir el vandalismo económico mediante la preservación de la composición del aire resulta un programa de acción un tanto etéreo y puede dar lugar a situaciones frustrantes como el impasse en que terminó el encuentro de La Haya cuyo nombre completo y oficial, por cierto, es Sexta Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, y que puede abreviarse en dos palabras: un fiasco.

21.11.00

El rescoldo de Franco


Ayer se cumplieron 90 años del inicio de la lucha de Madero, en México, pero también 25 de la muerte de Franco en la Residencia Sanitaria La Paz, en un Madrid del que ya nadie desea acordarse. El viejo traidor murió vomitando bilis a causa del masivo repudio internacional en su contra por el fusilamiento de dos etarras y de tres miembros del Frente de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (FRAP). Muchos vivíamos pegados a las noticias esperando el cable de su estertor final, y cuando éste por fin dio la vuelta al mundo, se nos quitó de encima un peso mucho mayor que los treinta y tantos kilos que dio el despojo del Generalísimo en la báscula forense.

Pero la declinación final del franquismo, y la imposibilidad de que sobreviviera a su creador, se fraguó casi dos años antes, también en Madrid, cuando el jefe de Gobierno designado por el dictador, el almirante Luis Carrero Blanco, fue literalmente enviado al cielo por una carga explosiva que ETA hizo estallar al paso de su automóvil. Jorge Semprún, uno de los protagonistas de la transición posterior, lo reconoce así, aunque a regañadientes: “Tengo cierta repugnancia a hacer de ese atentado el punto de arranque de la transición como se hace a menudo. Entre otras cosas, porque esto da a ETA un protagonismo político e ideológico que no me parece justo. Dicho esto, es indudable que tuvo su importancia, porque desbarató el papel que cada uno tenía asignado dentro del régimen después de Franco (...) A Carrero le correspondía en parte la tarea de tenerle bien atado (al príncipe Juan Carlos). Su desaparición permitió que después el Rey se sintiera un poco más libre de condiciones” (El País, 19/11/00).

La declaración es característica del sentir de la clase política de la España contemporánea: está bien que ETA (sin proponérselo, agrega Semprún) haya realizado una aportación de ese tamaño a la construcción de la democracia española, pero más vale no hablar de eso, y que nadie pronuncie la palabra “reconocimiento”. En los días de la conmemoración, los medios se pueblan de fotos de los actores de la transición: franquistas, posfranquistas, centristas, socialistas y comunistas departen en el retrato familiar. El sitio de los etarras, en cambio, está ocupado con la ilustración del hoyo que dejó la bomba contra Carrero Blanco. España cambió casi en todos los órdenes, salvo en la impunidad para los esbirros de Franco y en la persecución ininterrumpida contra los etarras. Esa actitud de los beneficiarios de la transición ha ayudado mucho a consolidar la locura homicida de los separatistas.

En los últimos años de la dictadura, la prensa franquista retrataba al Generalísimo como un anciano inofensivo y casi jubilado que se deleitaba cazando perdices rojas. Pero en sus tiempos finales el habitante de El Pardo siguió siendo tan peligroso como cuando se alió con Hitler y Mussolini y acabó con media España, y meses antes de estirar la pata seguía matando españoles. Para auxiliarlo en esa tarea contó con no pocos funcionarios de su régimen que todavía están vivos y que jamás han enfrentado el menor riesgo de ser juzgados por crímenes de Estado.

Es de muy mal gusto restregarle ese hecho al magistrado Baltazar Garzón como una forma de desautorizar las gestiones que, por su conducto, realiza el Estado español moderno para juzgar violaciones a los derechos humanos en el mundo. Es de mal gusto, entre otras razones, porque hace 25 años Augusto Pinochet fue uno de los poquísimos gobernantes que asistieron al entierro de su semejante en el Valle de los Caídos.

Tal vez la impunidad de los franquistas, pactada por los hombres de la transición, haya sido un precio inevitable para que la monarquía democrática pueda, hoy, pacer en los prados del Estado de derecho.

Acaso el haberle negado un lugar a ETA en la normalización democrática haya sido también inevitable, pero es indudable que esa negativa tuvo consecuencias atroces. La joven democracia se negó a sí misma, entonces, la oportunidad de resolver un conflicto que era parte de la herencia nefasta de Franco y, en vez de ofrecer a los etarras una reinserción digna en la institucionalidad política, contribuyó a consolidar el grupo de asesinos delirantes que son en la actualidad. Y dice al respecto Semprún, con mucha más razón de la que se imagina, que la organización terrorista es “el único rescoldo que queda hoy del franquismo”.

14.11.00

El pantano


A lo que puede verse, las misiones democratizadoras de James Carter en Perú han sido las últimas de su vida. En el marco anticlimático del empate electoral estadunidense se ha hecho público que la victoria del ex presidente sobre Gerald Ford, en 1976, estuvo contaminada por la distorsión de la voluntad popular en algunos estados de la Unión Americana, un antecedente que no embona con la trayectoria de un predicador mundial de la democracia. Tal vez William Clinton haya sido, por su parte, el último ocupante de la Casa Blanca que disponía de suficiente margen de maniobra para incluir, en el discurso de su política exterior, el afán democratizante hacia otros países. La soberanía ciudadana estadunidense se extravió en los pantanos de Florida; cuando demócratas y republicanos logren sacarla de ahí, no les va a ser fácil limpiarla. Para construir la credibilidad y la legitimidad de las instituciones se requiere de muchos años; para destruirlas ha bastado, en el país vecino, una semana: la que va del 7 de noviembre a hoy, y en la que se ha hecho evidente que esa nación no es necesariamente más democrática que Paraguay o el Congo.

A la luz del tiradero en que culminaron los comicios hemos recordado que el sistema representativo de Estados Unidos no siempre refleja el sentir de las mayorías y que los gringos han vivido con eso, sin inmutarse, a lo largo de dos siglos. Ese sistema, remedo anacrónico de la democracia ateniense, en el que la decisión popular no siempre es igual a la suma de sus partes, tiene muy poco en común con cualquier noción moderna de representación democrática: si no hubiese sido por el desastre de Florida, todo mundo habría visto con naturalidad que el Colegio Electoral pusiera en la Presidencia a un hombre que resultó derrotado por su adversario en el sufragio universal.

Pero aun las leyes que permiten esa aberración --instrumentada por el Colegio Electoral o, según las más recientes perspectivas, por la Corte Suprema-- se violan de manera más o menos regular. Cuando el margen de Bush empezó a hacerse demasiado delgado, salieron a la luz miles de votos faltantes, de votos sobrantes, de votos indebidamente anulados, de votos equívocos inducidos por el diseño confuso de las boletas electorales, de votos que no pudieron ser emitidos. En Florida, gobernada por el hermano del candidato republicano, se instrumentó, para favorecer a éste, un conjunto de mecanismos de fraude hormiga, y ello da pie al descubrimiento de fenómenos similares en otros estados. Para mayor vergüenza, los notables de la clase política buscan con ahínco argumentos patrióticos para poner entre paréntesis el respeto al veredicto ciudadano y piden que ni Gore ni Bush (pero, especialmente, Gore) lleven el contencioso a los tribunales, es decir, les piden que renuncien a lo que en otras latitudes se llamaría limpiar la elección por vías legales.

El tremedal que se volvió la democracia en Estados Unidos no es una buena noticia para nadie. Sea quien sea, el próximo presidente de ese país cargará con la sospecha y con una irremediable falta de legitimidad. Conflictos como el palestino-israelí pueden ahondarse en el vacío de poder proyectado al mundo por el adefesio político estadunidense. Además, el viernes se cayeron el Nasdaq y el Dow Jones, en una de esas respuestas rápidas de la especulación a las incertidumbres de la vida institucional doméstica y que arruinan, sin embargo, los bolsillos de todo el mundo.

El superfinal de las campañas de 2000, que parecía un producto de Hollywood --por esa combinación de vacío de sustancia y magistral suspenso dramático--, terminó en un pantano anticlimático y tuvo que irse a los tiempos extra del desempate. Con ello se puso al descubierto que los partidos estadunidenses han vivido a gusto con unos resultados electorales más estimativos que aritméticos del sufragio, y que a los ciudadanos, en su mayor parte, no se les ocurre pedir a la clase política que no mienta, sino, en todo caso, que formule mentiras verosímiles.

10.10.00

Bush y la Creación


Será un simple detalle, pero la propuesta de George W. Bush para propiciar la sana competencia en las escuelas entre la teoría de la evolución de las especies y la hermosa fábula bíblica de la Creación da una idea inquietante de lo que podría ser la próxima Presidencia de Estados Unidos en caso de que el republicano llegara a la Casa Blanca. Lo primero que se me viene a la mente es que, después de cuatro u ocho años de semejante mandato, los jóvenes de la superpotencia recibirían con menos entusiasmo la invasión de dinosaurios procedente de Disney y de Hollywood; a fin de cuentas, se dirían, esos bichos nunca estuvieron allí, porque para surgir, proliferar y extinguirse habrían requerido de un lapso de decenas de millones de años, pero desde la creación del mundo hasta nuestros días hay sólo unos cuantos milenios, y Adán y Eva estuvieron listos en el sexto día, y nunca se toparon con un velocirraptor: el único reptil que conocieron fue una serpiente, y ésa no es resultado de la evolución, sino de una mutación instantánea del Maligno. O sea que los dinosaurios son producto de la imaginación de esos literatos llamados paleontólogos y los huesos enormes diseminados por casi todo el planeta pertenecen más bien a los familiares del gigante Goliat, cuya existencia --ésa sí-- está fehacientemente documentada en la Escritura.

Suena a cosa menor, pero el gobierno de Estados Unidos ha sido uno de los principales impulsores del proyecto del genoma humano, y en una de ésas, con Bush en la Casa Blanca, veremos a los peritos del FBI empeñados en aislar y autenticar la firma de Dios que seguramente viene interconstruida en el código de barras de la huella genómica. Y si la signatura resulta ser falsa, la humanidad entera estaría ante el problema mayúsculo de determinar la identidad del falsificador y, de ser posible, ponerlo a disposición de alguna altísima instancia de justicia, superior, en todo caso, a la del Tribunal de La Haya.

Parece baladí, pero aunque George W. Bush navega con bandera de republicano pragmático y abierto, tiene como promotor destacado al predicador televisivo Pat Robertson, de la Coalición Cristiana. Robertson es tan ignorante, tan malintencionado o tan ambas cosas, que no tiene empacho en afirmar que la separación entre la Iglesia y el Estado es un invento de Adolfo Hitler. Con ese simple endoso de créditos al Satanás alemán bien pueden borrarse de un plumazo las diferencias surgidas en el encuentro de los Estados Generales en vísperas de la Revolución Francesa y la larga lucha de los liberales del siglo pasado (tan distintos de los globalifílicos del presente) para dar a los fieles la dimensión adicional de ciudadanos.

3.10.00

La nueva muralla china


El gobierno chino festejó el domingo el 51 aniversario de su fundación con el arresto de cientos de integrantes de la secta Falun Gong. Aunque sin sangre, Tien An Men volvió a ser escenario de coreografías policiales para la preservación de la disciplina espiritual y de la fidelidad al partido.

Un día más tarde, ayer, se produjo un gesto más significativo, si cabe, de la determinación de impedir la propagación de ideas exóticas: el diario oficial anunció un paquete de medidas drásticas --aprobadas hace dos semanas por el gabinete-- para impedir la difusión en Internet de materiales subversivos que dañen la reputación del gobierno, perjudiquen la reunificación con Taiwán o difundan cultos religiosos no autorizados.

Según un cable tempranero de Reuters, las autoridades de Pekín advirtieron a las empresas proveedoras de acceso y de contenidos que deben mantener un estricto registro del material y de los usuarios, y entregar tales registros a la policía cuando así se les requiera. Los servidores autorizados de Internet cuentan con un plazo de 60 días, a partir de ayer, para dar información detallada sobre sus negocios al Ministerio de Industria de la Información, y cualquier violación de esas disposiciones causará multa o clausura.

Este empeño policial por construir una réplica en el ciberespacio de la Gran Muralla puede ser exasperante, pero sobre todo es muy tonto. La esencia actual de Internet es la conexión entre computadoras de todo el mundo, lo que permite navegar entre páginas y sitios, intercambiar documentos y mensajes electrónicos (e incluso voz e imagen de video) y realizar procesos en línea. Una Internet cerrada al mundo no sólo es imposible sino que resultaría de tanta utilidad como una enciclopedia a la que se arrancaran todas las páginas que no hablaran de China.

Hoy en día el país de Mao cuenta con miles de nodos de Internet --que se multiplican a diario-- por los cuales los extranjeros podemos asomar la nariz a esa nación y los chinos, sacarla al mundo. Cualquier industria local que trate de exportar sus baratijas requiere de una página electrónica y de una cuenta de correo. Por fortuna o por desgracia, no es posible construir, con base en los microprocesadores y los sistemas operativos existentes, filtros ideológicos que rechacen las ideas perniciosas y dejen pasar sólo las órdenes de compra o las polémicas sobre álgebra. La ignorancia de las computadoras en materia de purezas ideológicas es tan grande como la de los gobernantes chinos en cuestiones de Internet.

Hace cuatro años el gobierno de Clinton, presionado por los legisladores republicanos, intentó imponer la llamada “Acta de la decencia”, una prohibición de difundir en Internet materiales considerados obscenos. La regulación fue desechada y olvidada luego que los primeros intentos de censura digital apuntaron a la página del Museo del Louvre --por las tetas desnudas de la Venus de Milo-- y al sitio de una organización dedicada a prevenir el cáncer de mama.

A los jerarcas chinos les quedaría la esperanza de la censura manual, de no ser porque, con los actuales volúmenes de intercambios y flujos de información, ningún proveedor de acceso a la red mundial puede prometer con honestidad el cumplimiento de las prohibiciones, pues ello implicaría un trabajo tan arduo como el que tendría que desarrollar una empresa telefónica para intervenir todas las líneas, grabar la totalidad de las conversaciones, analizarlas y dar aviso a la autoridad de cualquier plática sospechosa.

A veces el poder se pone nervioso y elabora regulaciones impracticables. Si además porfía en imponerlas emite, con ello, señales inequívocas de miedo.

19.9.00

Jerusalén


Al igual que otros mamíferos superiores, los seres humanos parecen ser una especie afecta a la delimitación territorial y a los fetichismos geográficos. Para respetar y desarrollar ese rasgo, probablemente genético, hay que estar inventando Estados nacionales constituidos, leyes territoriales, reglamentos inmobiliarios y códigos de conducta que determinan los límites entre los espacios privados y los comunes, entre los que pertenecen a un grupo o a varios y los que no son propiedad de nadie. En esta última categoría ya sólo quedan las aguas internacionales, la Antártida --aunque muchos países estén como buitres sobre ella-- y la Luna.

Pocos sitios de este planeta han estado exentos de suscitar desacuerdos y riñas entre tribus, países o bloques regionales. El control de algunos, como el Mar Egeo y Jerusalén, ha sido fruto de discordias milenarias que siguen vivas hasta la fecha. En el caso de la ciudad levantina, los cruzados arruinaron Europa en un empeño más bien necio por arrebatársela a los musulmanes. La cristiandad logró hacer realidad su capricho tras el colapso del imperio otomano, pero fue por poco tiempo. La conformación del Estado judío en la Palestina histórica y el fin del protectorado británico dejó a Jerusalén dividido en dos hemisferios --Jerusalén y Al Qods-- controlados, respectivamente, por Israel y Jordania. En 1967, en la Guerra de los Seis Días, las tropas israelíes se apoderaron de la parte oriental, echaron de ahí a miles de habitantes palestinos --cristianos o musulmanes-- y la urbe fue proclamada capital “eterna e indivisible” del Estado hebreo.

Ciertamente, las piedras sagradas de Jerusalén-Al Qods son difícilmente divisibles: el Muro de las Lamentaciones de los judíos está literalmente pegado a la Mezquita de la Piedra de los islámicos, y estas edificaciones, a su vez, a la Basílica del Santo Sepulcro compartida por todos los sabores del cristianismo.

El estatuto final de Jerusalén ha sido un obstáculo central en la pacificación de Medio Oriente. Los palestinos no están dispuestos a renunciar a su derecho de establecer, en la parte oriental de la ciudad, la capital de su Estado. Israel se niega a compartirla. Los cristianos de varias denominaciones insisten en participar de alguna forma en el gobierno de la ciudad y, en ese afán, el papa Juan Pablo II volvió a pedir hace unos días que ese gran supermercado espiritual que es el casco antiguo jerosolimitano sea puesto bajo control internacional.

Visto con un poco de distancia, el diferendo resulta un tanto pueril, porque su esencia puede reducirse a unas cuantas atribuciones municipales, como la organización de la circulación vehicular, de la recolección de basura, de la administración de los templos y el establecimiento de las rutas de tránsito para los peregrinos, penitentes y fieles de las tres religiones y sus respectivas sectas. En esa lógica, bastaría con pedir a un gobierno absolutamente neutral en la pugna entre Moisés, Jesús y Mahoma --como el de Mongolia o el de Tailandia-- que se hiciera cargo del paquete a cambio de una retribución por sus servicios.

Habría que pedir a israelíes y palestinos, en suma, que fueran capaces, por un momento, de actuar con una lógica de separación Iglesia-Estado, que desdramatizaran un poquito y que dejaran esa actitud “sobre mi cadáver”, a fin de permitir un arreglo razonable para la ciudad trisanta. A estas alturas del desarrollo plural y de la diversidad humana el conflicto jerosolimitano parece un berrinche de niños por la posesión de su juguete espiritual.

12.9.00

La bestia


Admiro sin reservas las formulaciones de Horst Kurnitsky que describen al mercado como un sistema de compensación de afectos y como una decisiva conquista civilizatoria, y que cito de memoria del libro Vertiginosa inmovilidad, editado el año pasado por Editorial Colibrí. Pero, por más esfuerzos que hago, no logro encajar en esas descripciones el comportamiento actual del mercado petrolero, que se comporta como una bestia estúpida y peligrosa que no sólo no le compensa a nadie nada sino que sus movimientos, sean en la dirección que sean, producen efectos más devastadores que Godzilla. Cuando las cotizaciones del crudo se van a pique ello se traduce en hambre para millones de ciudadanos de los países productores. En cambio, cuando se elevan por encima de cierto nivel, como ahora, generan una dolorosa caída en el nivel de vida de las naciones consumidoras, no todas ellas, por cierto, ricas y prósperas.

Hasta hace unos años la irracionalidad petrolera correspondía a la de una guerra: productores y consumidores se disputaban el control de los precios; los primeros los querían altos y decretaban boicots o recortes drásticos de la producción, mientras que los segundos pugnaban por hacerlos bajar y para ello buscaban fuentes y tecnologías energéticas alternativas, impulsaban la prospección y la extracción y establecían reservas estratégicas. La confrontación estaba condenada a dar vueltas sobre sí misma porque los vencedores de la coyuntura habrían de ser los derrotados al siguiente ciclo: en la medida en que las cotizaciones se fueran al suelo, la producción se desalentaría, se larvaría la escasez y ello encarecería, a la larga, el petróleo futuro; si, por el contrario, los precios aumentaban desmesuradamente, se aceleraría la investigación y la explotación de fuentes de energía distintas a los hidrocarburos fósiles, se establecerían mecanismos de ahorro energético y unos años después, con una demanda contraída, los productores no tendrían más remedio que comerse su petróleo o rematarlo casi a costo de producción, y vuelta a empezar.

Lo paradójico del momento actual es que la guerra productores-consumidores ha sido, en buena medida, superada, que unos y otros han caído en la cuenta que unos precios estables serían lo mejor para todo mundo, que tratan de imponerles un mínimo equilibrio y que no lo consiguen. Pese a los mecanismos de compensación --cotizaciones a futuro, reservas estratégicas, aumentos en las cuotas de la OPEP-- el mercado petrolero sigue comportándose como un animal imbécil y descontrolado, incapaz de detener o amortiguar su cabalgata hacia ninguna parte.

Un simple automovilista de un país productor no tiene manera de entender nada. Si no se logra detener la carrera ascendente de los precios, cada escala en la gasolinera le resultará más onerosa, sin contar que, más temprano que tarde, se provocará una recesión en las naciones industrializadas y él resolverá su problema porque se habrá quedado sin vehículo. Si se exagera en la reducción de las cotizaciones, su propio país entrará en dificultades y los precios locales se incrementarán, y él, de todos modos, se quedará sin auto.

Creo comprender los beneficios del mercado como un desarrollo histórico invaluable, resultado y génesis de procesos civilizatorios. Pero, al mismo tiempo, cuando leo sobre las tribulaciones que provoca en estos días el comportamiento errático de los intercambios de crudo, me pregunto si no habría manera de domesticar un poco al animal --sagrado, para algunos-- y moderar las adoraciones fanáticas a la libertad irrestricta de despedazar las economías.

5.9.00

El beato Mastai Ferretti


Giovanni Maria Mastai Ferretti nació en 1792, se sentó en la silla gestatoria con el nombre de Pío IX en 1846, 34 años más tarde se fue al Infierno de los soberbios y fue beatificado este último fin de semana por Juan Pablo II, su sucesor lejano y semejante.

Hasta antes del proceso, Pío IX ocupaba en la historia de los papas un sitial discreto: casi nadie en el Vaticano quería recordar que en su pontificado, el más largo de la historia, Mastai Ferretti enemistó a Roma con la modernidad decimonónica; practicó el antisemitismo como política regular; impuso el dogma de la infalibilidad ųla suya propia, se entiendeų; defendió con ferocidad sus menguantes poderes temporales; fue pionero, décadas antes de la Revolución Rusa, del anticomunismo vulgar ųese que descubre vínculos secretos e inconfesables entre los comunistas y la escasez de agua potable o la proliferación de minifaldasų; antepuso, al desarrollo social, científico y tecnológico, dogmas del medioevo; denostó todos los cultos no católicos, cristianos o no, y le causó, con todo ello, un tremendo daño a su propia Iglesia. Habrían de pasar dos décadas desde la muerte de Pío IX para que el Vaticano pudiera empezar, con la encíclica De Rerum Novarum, de León XIII, a ponerse al corriente en las transformaciones mundiales. Pero las inercias de semejante empujón al pasado no fueron superadas de manera sustancial sino hasta el Concilio Vaticano II y, de alguna manera, perduran hoy en día.

Parece ser que Mastai Ferretti llegó al trono pontificio con una mentalidad moderna (es decir, decimonónica), pero que se asustó con las convulsiones políticas de Europa y con la unificación de Italia, la cual se tradujo en la reducción del poder papal al terreno de lo simbólico. Su reacción fue denunciar la separación de la Iglesia y el Estado como un invento de Satanás, arremeter contra la libertad de conciencia y religión, abominar la educación laica, demonizar las ideas democráticas, concentrar a los judíos de Roma en un gueto e incluso arrebatar uno que otro niño judío a sus padres para educarlo en la fe católica. Este último hecho es conocido por todos los historiadores, excepto por monseñor Carlo Liberati, de la Congregación para las Causas de los Santos, quien asegura que Pío IX fue un protector amantísimo de la judería romana.

En momentos en que Europa larvaba las instituciones seculares en las que habrían de convivir religiones, idiomas y visiones del mundo diferentes, así como los regímenes de democracia representativa que, para bien y para mal, la caracterizan, el tal Mastai Ferretti fue una verdadera calamidad para los católicos y para las sociedades en general. Pero también al interior de la Iglesia católica dejó una impronta de intolerancia, totalitarismo y arbitrariedad que ha sido señalada por teólogos como Hans Küng, Edward Schillbeeckx y Jon Sobrino, quienes se opusieron a la beatificación señalando que el beneficiario “impidió a los teólogos un honrado descubrimiento de la verdad, imponiéndoles juramentos”, despreció los métodos colegiados, estableció en el Vaticano un sistema absolutista “cuya influencia autoritaria habrían de padecer durante mucho tiempo innumerables católicos”.

La beatificación de Pío IX por Juan Pablo II sugiere, por lo demás, una identificación de Wojtyla con Mastai Ferretti en materia de actitudes ante la modernidad. El afán obsesivo ųy estérilų del decimonónico por preservar el imperio terrenal de la Iglesia católica recuerda el empeño, igualmente febril ųe igualmente infructuosoų del actual pontificado por uncir las conciencias y los comportamientos personales a dogmas medioevales. Al beatificar a su antecesor remoto, pero semejante, el actual pontífice se mira en el espejo, y se solaza en ello.

29.8.00

Nota para un hombre de bien


He recibido con consternación, señor Ricardo Miguel Cavallo, la noticia de su arresto, motivado en lo que parece un malentendido y una confusión de personalidades. Me tranquiliza, sin embargo, la actuación conforme a derecho de las autoridades mexicanas y el pleno respeto a la integridad física y moral de usted, y el que le hayan permitido ejercer los derechos y las garantías que la ley le otorga.

Tal vez sea un pobre consuelo, señor Cavallo, pero no todas las personas que se ven envueltas en problemas con las autoridades tienen la misma suerte. Mire, para no ir más lejos, en Argentina, su país de origen, hace un cuarto de siglo, una dictadura militar emprendió una campaña de exterminio de opositores políticos.

En ese contexto, la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA, fue habilitada como campo de concentración, tortura, asesinato y trabajo esclavo. Tal vez usted, que curiosamente perteneció a la Armada, haya oído hablar de la ESMA. Ahí no se respetaba la integridad de las personas ni se les otorgaba ninguna clase de garantías como las que usted disfruta hoy, en su arresto precautorio en el Reclusorio Oriente. De los más de 4 mil detenidos-desaparecidos que fueron llevados a la ESMA, sobrevivieron poco más de cien. Y no se trataba de terroristas y sediciosos: eran, en su inmensa mayoría, sindicalistas, maestros, amas de casa, estudiantes, gente pacífica que no estaba de acuerdo con el régimen. Incluso algunas madres que buscaban a sus hijos desaparecidos fueron a parar a la ESMA, en donde se les torturó salvajemente; una de ellas, al menos, fue asesinada.

Varias mujeres embarazadas fueron ejecutadas después de dar a luz y los encargados del lugar regalaron entre sus amistades a los bebés, como si hubiesen sido cachorros de perro. Los secuestrados pasaban semanas o meses en el área de tormento, en donde eran pateados, apaleados, violados, sometidos a descargas eléctricas, asfixiados, mutilados. Algunos fueron posteriormente reubicados en zonas en las que se les obligó a trabajos forzados. Pero la gran mayoría fueron sedados, subidos en aviones y arrojados al mar.

En la ESMA, señor Cavallo, la Armada a la que usted perteneció causó muchos más muertos argentinos que las fuerzas inglesas en la guerra de las Malvinas, cuando los marinos de su país se quedaron en tierra, movidos por un exceso de precaución difícilmente compatible con el pundonor militar. Mientras los gurkhas despedazaban a un puñado de reclutas famélicos y con los testículos congelados por el hielo de las islas, mientras algunos solitarios pilotos argentinos se jugaban el pellejo tirando sobre la flota británica bombas que no estallaban porque habían sobrepasado su fecha de caducidad, los efectivos de la Armada secuestraban, torturaban y ejecutaban, en la seguridad de tierra firme y con la cobertura de identidades falsas, a hombres indefensos, a adolescentes aterrados y a mujeres embarazadas, y rifaban entre sus amigos los cachorros huérfanos.

Entre los principales operadores de tales atrocidades destacaba por su sadismo un tal Miguel Ángel Cavallo, quien se hacía llamar Sérpico. Usted es un hombre de bien y dudo que alguna vez haya adoptado ese seudónimo estúpido y de mal gusto para ocultar su participación en crímenes de lesa humanidad. Pero fíjese, qué coincidencia: aquel asesino tenía un nombre y un apellido en común con usted, físicamente se le parecía mucho y, para colmo, el número del pasaporte que usted posee era el mismo que el carnet de identidad del criminal de marras. Claro que usted, según ha declarado, es el honorable director del Renave (con licencia) y no tiene nada que ver con Miguel Ángel Cavallo. Tal vez en aquella época, usted, Ricardo Miguel Cavallo, pasaba su tiempo dando mantenimiento a los barcos, o rescatando náufragos, o comisionando en la agregaduría naval en Mongolia.

Por fortuna, señor Ricardo Miguel Cavallo, la humanidad ha guardado una documentada memoria de la infamia y no será difícil establecer la verdadera identidad del delincuente con el que lo han confundido y al cual le espera una sanción penal acorde a sus crímenes. He escrito este mensaje para manifestar de alguna manera mi compasión y mi simpatía con las víctimas del asesino y para desear que pronto se aclare el equívoco, porque usted dice ser un empresario honorable y pacífico, en tanto que Miguel Ángel Cavallo, alias Sérpico, es, a todas luces, un hijo de puta.

25.7.00

Reflexiones de un inmigrado


Ayer, en una ceremonia en el Auditorio Revolución, a espaldas del Palacio Covián, el secretario de Gobernación entregó poco más de dos centenares de constancias de inmigrados a otros tantos extranjeros, entre ellos, el que escribe. Fue una bienvenida tardía, pero reconfortante, a este país que es el mío desde hace muchos años. Mi sobrina, Alejandra Barajas Echevarría, tenía sólo unas horas de haber llegado a este mundo. Es, al igual que Clara, mexicana por nacimiento, y un día ambas --ojalá que juntas-- cobrarán conciencia de lo que significa esa pertenencia a este México ríspido, entrañable, y ahora, para bien y para mal, incierto.

La documentación oficial que certifica la condición de inmigrado es reconfortante, pero aquellos dos centenares de extranjeros reunidos en el Salón Revolución de la Secretaría de Gobernación, contentos y agasajados por las autoridades, éramos un pequeño islote en el mar de corrientes migratorias en que se ha convertido el planeta. Todos los que dejamos atrás el país de origen tenemos el denominador común de la insatisfacción y la necesidad. Compartimos un estrechamiento de nuestro entorno que impulsa a buscar la realización personal, la sobrevivencia o la subsistencia, en otra parte. Somos refugiados: políticos, económicos, laborales, culturales, o, simplemente, afectivos. Hemos pasado, todos, por la pérdida del país originario. No en todos los casos resulta fácil ųen mi caso, síų el proceso de adaptación y aclimatación en los nuevos ámbitos de vida.

No conozco las historias personales, pero asumo que todos los que fuimos citados ayer en el auditorio de la calle de Abraham González hubimos de pasar por esas experiencias. Pero la enorme mayoría de los migrantes (nosotros éramos sólo una pequeña parte en el mar de movimientos humanos) debe enfrentarse, además, a cosas mucho peores.

La globalización es, entre muchas otras cosas, un acicate formidable a las migraciones y, al mismo tiempo, una gigantesca prohibición de cambiar de país. En el mundo contemporáneo, las asimetrías económicas, las crisis cíclicas, los regímenes autoritarios, el bombardeo propagandístico y hasta los desastres naturales, empujan a millones de personas a dejar sus lugares de origen. Pero, al mismo tiempo, migrar se ha vuelto una actividad tantálica y extremadamente peligrosa. No pasa semana sin que nos enteremos del hallazgo de personas ahogadas en el océano y en los ríos, asfixiadas en camiones de carga herméticamente sellados, calcinadas en los desiertos. De una manera mucho más sistemática y menos publicitada, la migración coloca a sus protagonistas en el riesgo de ser cazados como si fueran animales, esclavizados, sometidos a la explotación laboral y sexual, discriminados, humillados y maltratados. Son cosas que ocurren en todos los continentes. Son historias de todos los días que tienen lugar, también, en naciones occidentales que reclaman el liderazgo moral de la civilización. Son, sin embargo, prácticas que reflejan una persistente barbarie.

Ayer, mientras recibíamos nuestras constancias de inmigrado, pensé en los millones de mexicanos, chinos, centro y sudamericanos, europeos orientales, y otros, que mueren o que son perseguidos y acosados por haber cometido el delito inverosímil de pretender cambiar de país. Nosotros, en cambio, estábamos vivos, felices y respetados. La diferencia entre nosotros y el resto estriba en una mezcla de buena suerte, la generosidad proverbial de México, el tesón de cada uno y, también, nuestra condición de mano de obra calificada para arriba. Si hubiésemos sido jornaleros agrícolas ųde cualquier nacionalidad, rumbo a cualquier paísų tal vez habríamos estirado la pata en un desierto calcinante, en un vagón herméticamente sellado o en medio de un río fronterizo. Esas cosas pasan en toda América Latina, en Estados Unidos y en la Europa Comunitaria. No habría que olvidarse de ellas en ninguna circunstancia, y menos cuando los procesos de inmigración de dos centenares de extranjeros llegaban a su final feliz.

18.7.00

Madrid y los etarras


El Estado español no sabe qué hacer frente al virus horrendo y diminuto de la violencia. Las medidas policiacas para acabar con ETA han llegado al límite de sus posibilidades en un marco de formalidad democrática; llevarlas más allá, dar más margen a la Guardia Civil significaría inscribir a España en la lista de países en los que se perpetran violaciones masivas a los derechos humanos. En el otro extremo, hacer concesiones políticas a los terroristas vascos implicaría, desde la lógica del poder, una abdicación inadmisible del Estado de derecho y una certificación de impunidad a los cientos de asesinatos perpetrados por la organización separatista.

La sociedad española tampoco sabe qué hacer ante el problema. Las movilizaciones de protesta contra ETA y la exigencia clamorosa para que deje de matar no encuentran ųni encontraránų receptividad, y mucho menos respuesta, de un grupo de mesías clandestinos que no creen en la política ųentendida como la disputa por el convencimiento y la simpatía de los ciudadanos hacia una causa determinadaų y a quienes los consensos y la popularidad los tiene, en consecuencia, sin cuidado. Parece ser que los etarras y sus simpatizantes buscan lo que el resto de los españoles y vascos desea evitar: el rompimiento brusco de la institucionalidad y, tal vez, una polarización irremediable entre España y País Vasco. De hecho, ya consiguieron que su guerra de bombazos y ejecuciones se traduzca en una crispación sin precedentes entre el gobierno autonómico y las autoridades de Madrid.

Por terrible que suene, la violencia bárbara de ETA cuenta con base social. Esta inferencia parte del hecho de que ningún grupo delictivo, a secas, podría mantenerse ųni mantener su capacidad de acciónų en su desafío al Estado a lo largo de tres décadas, a menos de que exprese una divergencia de fondo entre la economía y la ley (como el tráfico de migrantes y el narcotráfico) o esa manifestación de reivindicaciones compartidas por algún grupo social más extendido que la propia organización criminal.

Paradójicamente, y acaso sin darse cuenta, las instituciones españolas han aceptado la lógica de ETA. En vez de fortalecer las mediaciones políticas, sociales e ideológicas capaces de aislar a los terroristas, los han convertido, a ojos de sus adherentes, en mártires de los excesos policiales y represivos.

Orientada desde un principio hacia el paraíso económico y europeo, la democracia española cometió una omisión histórica fundacional: excluir a los etarras de la transición y escamotearles el reconocimiento que merecían por haber contribuido, así haya sido a bombazos, a la descomposición final del franquismo. Pero el separatismo vasco no tuvo lugar en la democracia y ahora, cinco lustros después, un grupo de asesinos compulsivos se empeña en destruirla. Si el gobierno español sigue, como hasta ahora, brindándoles ayuda, acaso lo consigan.

27.6.00

Elián y Elizema


Mucho se ha especulado sobre el trato que habría recibido Elián González en Estados Unidos si hubiese tenido una nacionalidad distinta a la cubana.

A fines de mayo, un hecho trágico ocurrido en Arizona despejó cualquier duda al respecto: la inmigrante Yolanda González Galindo, de 19 años de edad y originaria de San Pedro Chayuco, Juxtlahuaca, en la Mixteca, murió deshidratada después de cuatro días de caminar por el desierto. Había salido de Nogales, Sonora, con un grupo de indocumentados a los que un pollero anónimo les aseguró que la caminata duraría cuatro horas. Yolanda llevaba con ella a su hija Elizema (o Elizama) Hernández González, de 18 meses, y la pequeña sobrevivió.

Los agentes de la patrulla fronteriza localizaron a la madre muerta y a la hija viva nueve kilómetros al sur de la comunidad de Sells. La prensa no registra el destino del cadáver, pero sí el de la bebé, quien fue entregada al Consulado Mexicano que, a su vez, la envió al DIF de Nogales; de ahí, la niña pasó al DIF estatal, en Hermosillo, que la entregó, previa escala en la ciudad de México, al DIF de Oaxaca. La semana pasada, un juez familiar anunció que entregaría a la menor a la custodia provisional de la abuela materna, en tanto el padre (quien, al parecer, reside en Estados Unidos) decide si ejerce o no la patria potestad.

Todo en la historia de Elizema (o Elizama) resulta un tanto brumoso e incierto. El 4 de junio, un vocero de la patrulla fronteriza en Yuma anunció el hallazgo de una mujer de 19 años y de su hija de dos, procedentes de Oaxaca, que se encontraban vivas pero deshidratadas, y que habían atravesado el desierto. El nombre que se manejó fue Carmen Saavedra, y no Yolanda González.

Tal vez fuese un error de identificación o tal vez haya sido un caso similar, ocurrido bajo el mismo sol implacable de Arizona y bajo el acoso de los rancheros que en esta temporada practican el deporte de la cacería humana. Pero el hecho es que ningún estadunidense se cuestiona qué hacer con un niño (o niña) hallado junto al cadáver de su madre en alguna zona inhóspita de la región fronteriza: lo entregan a las autoridades migratorias, y éstas tampoco vacilan a la hora de dar el próximo paso: lo turnan al consulado que les quede más cerca para efectos de repatriación.

En el caso de Elizema (o Elizama), nadie, lo que se dice nadie, desde Alaska hasta Florida, pensó que pudiera ser cruel o inhumano --y no digo que lo sea-- la devolución de la niña a las condiciones de miseria y marginación que imperan en San Pedro Chayuco, Juxtlahuaca, en la región Mixteca, y de las que su madre trató, con mala fortuna, de sacarla. No hubo al respecto un debate nacional ni encuestas en línea ni talk shows y pornografía sentimental en horario televisivo estelar, ni conflicto o diferendo jurisdiccional alguno entre México y Washington.

Las tragedias de Elián y de Elizema (o Elizama) se parecen: ambos perdieron a sus madres cuando éstas intentaban llegar a territorio de Estados Unidos, huyendo de entornos económicos adversos y buscando reunirse con sus respectivas parejas. Ahí terminan las diferencias. Elián podía ser capitalizado como un símbolo político para la mafia cubana de Florida y Elizema (o Elizama) era sólo una pieza menor, incidental e indeseable en los juegos de esparcimiento de los rancheros de Arizona.

Sin proponérselo, echó abajo la montaña de demagogia que se ha acumulado en torno a Elián. La manifiesta discriminación en su contra la salvó de convertirse en rehén político-sentimental de los gringos. Su odisea fue, por eso, mucho más breve, y ya se encuentra en San Pedro Chayuco al lado de su abuela.

20.6.00

Parecían asiáticos


En la madrugada del lunes 19 de junio, en Dover, Inglaterra, la policía de aduanas abrió un contenedor para tomates procedente de Zeebrugge, Bélgica, y se encontró con 58 cadáveres humanos y dos personas vivas. Los muertos, 54 hombres y cuatro mujeres, “parecían asiáticos”, dijo el oficial Mark Pugash. El contenedor, que cuenta con sistema de refrigeración propio, era transportado por un camión de matrícula holandesa, pero el domingo 18 fue el día más caluroso, en lo que va del año, en el norte de Europa, de tal forma que los viajeros murieron de calor o murieron de frío. No se ha podido interrogar a los dos sobrevivientes porque están hospitalizados y la policía no ha divulgado las declaraciones del conductor, un holandés que se encuentra bajo arresto.

La semana anterior, en México, se ofreció a la teleaudiencia el espectáculo, en vivo, de la muerte de unos individuos que se ahogaron en el Río Bravo cuando intentaban ingresar al país de al lado sin pasar por la garita migratoria. Como show fue excepcional, pero el suceso resulta más bien rutinario.

Ambos episodios trágicos forman parte de un fenómeno habitual en el paisaje mundial contemporáneo: en este planeta poseído por la fiebre del libre comercio y la globalización, el contrabando en general, y el de seres humanos ha adquirido un auge sin precedentes. La mano de obra de precio ínfimo y de importación ilegal fluye en grandes cantidades, y por todos los medios de transporte, de Asia a América, de Latinoamérica a Estados Unidos, de África y Sudamérica a Europa. Además de las drogas, las armas y las especies en extinción, el paraíso liberal prohíbe el tráfico de homo sapiens, que es más bien una especie en expansión. Las restricciones migratorias en este mundo se incrementan a un ritmo tan similar al que caen las barreras arancelarias que se vuelve inevitable imaginar una relación entre ambas cosas y percibirlas como dos caras del mismo poliedro.

Es una coincidencia de veras lamentable --y nada más que eso-- que la nacionalidad del chofer capturado el lunes en Dover sea la misma que la de los principales mayoristas de esclavos africanos enviados a América en los siglos XVII y XVIII. Tal vez la similitud empiece y termine en un pasaporte holandés: a fin de cuentas, las sentinas de los barcos de esclavos se llenaban con personas capturadas y transportadas a la fuerza, en tanto que los migrantes laborales actuales, en su gran mayoría, son trasladados por decisión propia y hasta pagan por el viaje. Eso hace que los traficantes modernos se esmeren menos en el cuidado de la mercancía: la mortandad nunca fue tan alta en aquellos buques infames como lo es hoy en los vagones ferroviarios y las expediciones a través del desierto en la frontera méxico-estadunidense o en los camiones que hacen el trayecto del continente a las islas británicas con la coartada del comercio de tomate.

Acaso sea otra coincidencia lamentable que la fuerza de trabajo, es decir, el único producto que poseen los que no poseen nada, se encuentre en la magra lista de sustancias prohibidas por los acuerdos del intercambio universal, junto con las drogas, las armas y las especies en extinción. Pero uno no puede dejar de pensar que este mundo, el menos peor de los posibles, según afirman sus gerentes generales, ha sido regulado para beneficio de los dueños de todo lo demás. En lo inmediato, en una morgue improvisada de Dover, hay 58 cadáveres que parecen asiáticos, que en vida no tenían más propiedades que sus propios cuerpos, que ahora se quedaron hasta sin eso y que no podrán recibir los beneficios de la globalización.

13.6.00

Bush, el exterminador


Durante el tiempo en que el candidato presidencial republicano George W. Bush ha fungido como gobernador de Texas, 131 condenados a muerte en ese estado dejaron este mundo mediante inyecciones intravenosas administradas por verdugos impecables y eficientes. Al parecer, el sistema de impartición de justicia estatal no es tan eficaz, porque en 40 de esos casos los abogados defensores no presentaron testigos; en 29 se recurrió a testimonios incriminatorios de James Grigson, un siquiatra local apodado “doctor Muerte”, quien en 1995 fue expulsado de la Asociación Siquiátrica de Estados Unidos (ASA) por elaborar diagnósticos poco confiables y carentes de ética; en 43, la defensa de los condenados corrió a cargo de abogados sancionados por prácticas ilegales; en tres juicios que culminaron con sentencias de muerte trabajó como abogado defensor el ya fallecido Joe F. Cannon, célebre por su costumbre de dormir en el curso de las audiencias; en otros, se incluyó el dictamen del médico forense Ralph Erdmann, a quien se le retiró la licencia profesional por inventar o falsificar resultados de autopsias, y en alguno la fiscalía recurrió al perito Charles Linch, a quien sacó temporalmente de la institución siquiátrica en la que se encontraba recluido para que realizara un examen visual de pruebas.

Los datos anteriores forman parte de una exhaustiva investigación elaborada por el Chicago Tribune y publicada el domingo en ese diario. Ciertamente, el gobernador y candidato presidencial Bush no condenó a los reos ni les administró personalmente la inyección letal, pero del reporte mencionado se deduce que ha sido una pieza fundamental para el funcionamiento de la fábrica de cadáveres que es la justicia penal texana, la cual, desde 1976, ha ordenado la muerte de 218 personas, un tercio de todos los ejecutados en EU desde entonces.

En 1995, recién llegado a la gubernatura, Bush firmó una orden para acelerar las ejecuciones. Posteriormente, se opuso a una propuesta legislativa para prohibir la ejecución de retrasados mentales, y adujo que tal iniciativa debía corresponder a los jurados. El gobernador vetó también una iniciativa orientada a mejorar la defensa legal de los indigentes. Asimismo, se opuso a un esfuerzo legislativo que buscaba obligar a la Junta de Perdón (Board of Pardons and Paroles, cuyos integrantes son nombrados por el Ejecutivo estatal) a deliberar y tomar sus decisiones en encuentros físicos, toda vez que los integrantes de esa entidad (que sólo ha concedido el perdón a siete sentenciados a la pena capital desde que Bush es gobernador) votan por fax y sin argumentar su posición. El aspirante presidencial republicano, por su parte, sólo en una ocasión ha ejercido su potestad de conmutar la pena capital de un condenado por prisión perpetua.

Un aspecto particularmente inquietante de las ejecuciones de prisioneros en Texas es que, hasta 1991, las pruebas de daño cerebral o retraso mental en los acusados no eran atenuantes, sino agravantes de facto, toda vez que los fiscales empleaban tales datos para argumentar la peligrosidad futura de los reos. La Suprema Corte de Justicia ordenó a Texas que modificara, en este punto, sus normas para emitir sentencias, respecto, pero 115 de los 131 ejecutados en tiempos de Bush recibieron su condena antes de que la nueva ley entrara en vigor.

Terry Washington fue enviado a la cámara de la muerte en 1997. Sus defensores --de oficio-- nunca presentaron ante la corte que lo sentenció a muerte las pruebas de que el acusado había nacido con lesiones cerebrales, era incapaz de contar y de saber qué hora era, y tenía una capacidad mental equivalente a la de un niño de siete años.

George W. Bush se negó a ser entrevistado por el Chicago Tribune en torno a estas cuestiones. Pero su director de justicia penal, Johnny Sutton, dijo a ese diario que la procuración de justicia penal en Texas “no es perfecta, pero sí es una de las mejores del entorno”.

Para ese sistema judicial y para el propio Bush, resultó aceptable, en su momento, que José Luis Pena, abogado defensor de oficio de Davis Losada --ejecutado en 1997-- se dirigiera a la corte y, en el crítico momento previo al fallo, pronunciara el siguiente alegato final:

“Señoras y señores, ayer, cuando les hablaba a ustedes, se apagaron las luces. No sé. Tal vez fue un mensaje. Hoy llovió. Tal vez eso era un mensaje. Tal vez las gotas de lluvia son la cuestión clave, pero eso es lo que ustedes tienen que decidir hoy... El sistema. La justicia. No sé. Pero eso es lo que van a hacer ustedes.”

30.5.00

Consejo no pedido


El ritual onanista de su fujimocracia, señor Alberto, da un poco de tristeza, pero resulta aleccionador. A fin de cuentas, desde la última reelección de Anastasio Somoza (Debayle), en América Latina las cosas no han cambiado tanto como uno quisiera.

A ver si logro que usted me entienda. No es nada más que las reglas de la etiqueta democrática prohíban los candidatos únicos; es que, cuando éstos compiten contra sí mismos, como lo hizo usted el domingo, da igual que ganen o pierdan la competencia, y eso fatiga a los jueces, es decir, los electores, quienes no tardan en caer en la cuenta de la suprema inutilidad de su ejercicio. A la larga llegan a desencantarse hasta tal punto que se vuelve imperativo subirlos en camiones y ofrecerles comida y dinero, o amenazarlos con multas para que acudan a votar.

Si la selección de gobernantes por medio del voto fuera exclusivamente un mecanismo para procurarles la felicidad a unos políticos y arruinarles la vida a otros, el desánimo de los electores no sería tan grave. “El voto no sirve”, se dirían para su coleto, y se dedicarían a vivir su vida cotidiana (ganarse el pan, jugar boliche, ir a misa, tener sexo, transportarse por avenidas y por veredas) sin preocuparse más del predominio de los estandartes morados sobre los naranjas. Pero cuando a los ciudadanos, o a un grupo de ellos, les da por transformar ųpara bien o para peorų las reglas del juego, o cuando se empecinan en ser gobernados por el candidato negro y no por el blanco, las elecciones se vuelven el único medio para llevar adelante su capricho sin que nadie salga lastimado. Y si ese mecanismo no sirve, como no sirvió en la elección de usted contra usted el domingo pasado, no es improbable que empiecen a golpearse el cráneo contra los garrotes de la policía (ya ve, así es la gente de testaruda), a tirar piedras y balazos y, poco después, a poner la cara y los genitales a disposición de los torturadores; éstos, por su parte, volverán a verse abrumados ųcomo antaño, cuando los voluntarios abundabanų por las obligaciones laborales. Vea usted la gravedad de esta perspectiva, señor Fujimori, así sea porque la contratación masiva de verdugos lo llevará sin remedio a incrementar el déficit fiscal.

Si usted hubiese gobernado en los años 50, o aun en los 70, habría podido colgarse de la justificación de la lucha contra el comunismo. En nuestra época sólo le queda la opción de poner sobre sus opositores el sambenito de narcotraficantes, pero eso sería visto como un indicio de pobreza argumental y difícilmente bastaría para que otros gobernantes vuelvan, sin pudor, a estrecharle la mano y a darle un abrazo para la foto pública.

Regrese usted a su casa y a lo que le queda de familia, señor Fujimori, y abandone la conspiración contra su país y contra usted mismo. Deje que otros se encarguen de continuar su magna obra o de corregir los saldos de su pésimo desempeño, y deje de preocuparse por tomar partido entre estos dos juicios: así sea en la tranquilidad del retiro o en la cúspide de un poder que para perdurar tendría que volverse cada vez más despótico y sangriento, ya no le corresponde a usted el fallo.

23.5.00

Temporada de caza


En distintas áreas fronterizas del Río Bravo algunos ciudadanos entusiastas han organizado grupos cinegéticos. La actividad había decaído en fechas recientes debido a las cada vez más estrictas regulaciones de inspiración ecológica y a un predominio creciente de las actividades sedentarias (como ver videos) en el tiempo libre de los lugareños. Tal vez la moda de los deportes de riesgo y las tendencias de la industria automotriz a inundar el mercado con vehículos todoterreno, que son una inversión desperdiciada cuando se les utiliza sólo para ir de shopping, dieron la pauta a los primeros entusiastas que sacaron sus escopetas y sus fusiles de los armarios, los engrasaron y se fueron al pueblo más cercano a comprar munición. Pero también debe haber pesado la proliferación de extranjeros cimarrones por los sitios más desolados y salvajes de la frontera común. El Bordo y el Cañón Zapata, sitios comunes de tránsito hacia el norte, son cotos exclusivos de la Border Patrol y están tan vigilados que transitarlos de manera furtiva es tan complicado como introducirse subrepticiamente al Pentágono. En consecuencia, las especies migratorias procedentes del sur se extendieron por los cañones y desiertos de Arizona, Nuevo México y Texas.

Los aguerridos granjeros y los sherifes de esas tierras no requieren de justificación para desempolvar el Winchester de sus abuelos o para estrenar los nuevos AR-15 con guardamanos de fibra de carbono y dedicar su ocio a la cacería humana. Descienden de la estirpe que exterminó a los búfalos y a los apaches, construyeron una nación sobre el mandamiento máximo de la propiedad privada y echaron una bonita capa de asfalto sobre las incomodidades de origen animal o vegetal que los acechaban. Ahora, en los morideros de su propiedad, pululan mexicanos que picotean los setos o asustan el sueño de los borregos. Disparar sobre los intrusos es un acto natural y hasta de sentido común. Así lo entiende también el gobierno de Washington, que en un acto de humanismo tal vez excesivo, y que muestra la perniciosa suavidad demócrata y obliga a suspirar por la hombría de los republicanos, ha instado a los cazadores a no dar muerte a sus presas. Capturarlas vivas evita problemas internacionales y hasta locales, habida cuenta que aún existen algunas leyes obsoletas que confunden la cacería con el homicidio.

Pero, en el fondo, las autoridades simpatizan con el renovado afán de los granjeros por hacer patria. Ayer mismo, en la madrugada, un policía de Brownsville exhibió la cabeza de un ejemplar joven que pretendía introducirse al país de la libertad.

En el fondo de todo esto hay la convicción --que poco a poco se abre paso en todos lados, hasta en México-- de que la condición humana se conserva o se pierde, o no se adquiere nunca, de acuerdo con el estatuto legal, penal o migratorio de cada espécimen. Es evidente: los derechos humanos son de los humanos, no de los delincuentes ni de los indocumentados. Por esta vía llegaremos a necesarios deslindes civilizatorios. Comerse a un ratero o a un mojado, por ejemplo, puede considerarse un acto de derecho o de esparcimiento que de ninguna manera implica canibalismo.

16.5.00

Profecías


Venas que humor a tanto fuego han dado, /médulas que han gloriosamente ardido (...) /serán ceniza, mas tendrá sentido... Pensándolo bien, es casi milagroso que ningún idiota haya notado, hasta ahora, las enormes posibilidades de Quevedo como profeta de Hiroshima. A diferencia del genio patizambo, Nostradamus era un versificador lamentable (basta comparar sus Centurias con las Baladas entrañables del delincuente Villon, escritas un siglo antes) y un médico dudoso, así que optó por dedicarse a charlatán. Tal vez habría podido aspirar a un sitio en la historia de la literatura como antecesor delirante de poetas herméticos de siglos posteriores (pienso en Góngora, pienso en Mallarmé), pero el escribidor provenzal decidió difundir la especie de que, bajo sus metáforas alucinadas, se escondían revelaciones acerca del futuro. Desde entonces no ha faltado quien incruste, en diversas cuartetas de las Centurias, sucesos tan variopintos como el surgimiento del imperio napoleónico, la caída del zarismo y la revolución bolchevique, el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la aparición de la minifalda, el asesinato de Lennon, la guerra del Golfo Pérsico, el fin del mundo y la clonación de la oveja Dolly.

La interpretación libre puede ejercerse en cualquier texto escrito, independientemente de los propósitos con que éste haya sido redactado. Uno puede hallar, si se lo propone, mensajes ocultos, cifrados y misteriosos hasta en el directorio telefónico y construir, a partir de allí, explicaciones o premoniciones de sucesos ocurridos décadas después. Con mayor razón es dable depositar cualquier cosa en los 25 renglones del “tercer secreto de Fátima”, trabajosamente escritos en los años cuarenta, y bajo presión del obispo de Leiria, por Irma Lucía dos Santos, monja carmelita que de niña fue pastora y a quien, en 1917, en la cueva de Iria, la Virgen se le apareció varias veces.

En esos sucesos milagrosos Irma Lucía y otros dos niños pastores experimentaron visiones que, en su edad adulta, la religiosa, bajo la guía de diversos curas y ningún corrector de estilo, transformó en tres mensajes a la humanidad. Los dos primeros tenían que ver con el fin de la Primera Guerra Mundial, el inicio de la Segunda y el ocaso del comunismo. El tercer mensaje se lo guardó el Vaticano como un secreto de Estado que dio pie a las conjeturas más divertidas y catastróficas y, en adelante, María, que cuenta con advocaciones progres y hasta populistas, tuvo en Fátima la expresión de su ala ultraderecha.

El “tercer secreto” fue objeto de emocionantes suposiciones: se dijo que anunciaba el fin del mundo y aparecieron apócrifos que proclamaban la resurrección de Hitler, el inminente cisma de la Iglesia católica o el advenimiento del Anticristo. El padre Michael da Santa Trindade, en la página oficial de Fátima (www.fatima.org), escribe que la sustancia del tercer secreto es una advertencia sobre la pérdida de la fe, la crisis en la Iglesia católica y la apostasía que “amenaza a naciones y a continentes enteros”.

Ahora Juan Pablo II, en lo que parece un ritual de clausura de su papado, fue al santuario portugués y le pidió al cardenal Sodano que expusiera algo realmente anticlimático: en su interpretación, el tercer secreto de Fátima es una predicción sobre el atentado del que fue víctima el propio pontífice el 12 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, en el que una bala disparada por el turco Ali Agca le perforó los intestinos y le arruinó la salud para siempre.

Según Sodano, en el texto de la monja aparece “un obispo vestido de blanco que reza con los fieles y cae a tierra como muerto, bajo los disparos de arma de fuego”, todo ello en medio de las conocidas expresiones anticomunistas, ya obsoletas, como lo reconoció el propio vocero.

Wojtyla decidió adueñarse de la imagen como representación de su propio sufrimiento. Pudo ver en la escena el martirio del obispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado por los paramilitares cuando oficiaba la misa, o la cabeza rota del obispo guatemalteco Juan Gerardi, ultimado a golpes por la oligarquía militar de su país, u otras circunstancias. Prefirió, en un acto de arrogancia por demás comprensible y excusable --el hombre está muy enfermo y al parecer ya firmó una renuncia anticipada en caso de incapacidad mental--, asumirse como destinatario personal del “tercer secreto” y concluir que la Virgen de Fátima se tomó el trabajo de anunciarle el proyectil de nueve milímetros de Ali Agca. Pienso que también cabe la posibilidad de que la visión de la hermana Irma Lucía se refiera, en realidad, a sucesos que ocurrirán en el siglo XXIV, a miedos inconscientes de la niña pastora o a nada en particular.

25.4.00

Deseos para Elián


Queda la esperanza de que estos 150 días de odisea --más los que faltan-- se sedimenten en la memoria de Elián como una aventura en Disneylandia; de alguna manera lo han sido, si se piensa que el combate singular que ha venido librándose en torno al pequeño náufrago es un ritual estrechamente emparentado con la fantasía: auto sacramental, lucha libre, carrera espacial, película de George Lucas.

Elián fue secuestrado dos veces consecutivas: por su madre, primero, y por sus remotos parientes de Miami, quienes trataron a toda costa de mantener al niño en su poder como una manera de recuperar sus propias inocencias infantiles, cuando todo lo estadunidense era bueno, el comunismo era malo, y cuando no les había llegado la hora de los fichajes por la policía y de las actividades dudosas para subsistir en un medio social y económico tan implacable como corrompido.

El enojo del mar se encargó de poner fin al primer rapto. La estupidez del Servicio de Inmigración y Naturalización generó el segundo, que duró muchos días y que fue interrumpido, a la postre, por la policía. La mafia cubanoestadunidense de Florida y Washington --que no es el conjunto de la comunidad cubana en Estados Unidos, ni mucho menos-- ya tiene argumentos para denunciar que el comunismo se ha apoderado de la Casa Blanca y que Bill Clinton y Janet Reno están a punto de entregar un infante desvalido a las fauces comeniños de Fidel Castro.

Ojalá que Elián sea capaz de abrirse paso, con el tiempo, por el laberinto de afectos fingidos, manoseos afectivos, abusos y maltratos a los que ha estado sometido; que logre superar el desgarramiento entre el pretendido amor materno y la irresponsabilidad suprema, entre el mimo manipulador y el aprovechamiento como estandarte emocional de una mafia que ha perdido su infancia para siempre y que quiso recuperarla mediante el rapto; que su periplo accidentado se convierta en factor de serenidad y no en confusión permanente.

La sociedad y la clase política estadunidenses, por su parte, empiezan a descubrir que han llevado demasiado lejos su alianza histórica con la mafia cubana --que no abarca, ni mucho menos, a todos los isleños radicados en el país vecino-- y que en el empeño anticastrista han llegado a hacerse cómplices de un caso claro y prolongado de maltrato infantil, de secuestro y corrupción de menores y de usurpación de una patria potestad incuestionable que hoy se expresa --todavía arraigada y amenazada-- en los jardines de la Base Andrews.

Michael Moore, comentarista de televisión, cineasta y columnista, ha escrito un testimonio conmovedor de esa conciencia incipiente en su Carta a Elián (http://www.michaelmoore.com), del 31 de marzo, en la que desea al menor un pronto regreso a su país y a su gente verdadera, un disfrute pleno del amor paterno y una visita libre y adulta a Estados Unidos para cuando se hayan eclipsado los actores políticos que tanto lo han maltratado en estos meses. Así sea.

18.4.00

Dios no ama a Robert Glen Coe


Vaya en memoria del Hijo del Carpintero: el servidor de Internet de la Corte Superior de Tennessee (http:// www.tsc.state.tn.us/OPINIONS/TSC/CapCases/coerg/RGCoe. htm) ha puesto a disposición de quien quiera verlos 189 de los 193 documentos del juicio de Robert Glen Coe. Los materiales se presentan en diversos formatos (texto simple, Adobe Acrobat® o imágenes.PCX) y varían entre memoranda de una cuartilla y peritajes de 200 páginas. La institución ha tenido la amabilidad de recordar a los visitantes virtuales que es preferible consultar los documentos en sus versiones de texto, porque los archivos de imagen tardan mucho tiempo en pasar por el módem y son más difíciles de visualizar en la pantalla. Es posible que ese conjunto ordenado y metódico de información legal desaparezca mañana, una vez que Glen Coe sea ejecutado en la prisión de máxima seguridad de Riverbend, en Nashville. Cuando pasen los estertores de las sustancias tóxicas en el cuerpo del condenado y alguien pronuncie la palabra “amén”, el estado de Tennessee ya no tendrá necesidad de mostrar al mundo, vía Internet, la bitácora de un proceso legal que empezó en 1979 y que está a punto de terminar.

Hace 21 años, en la localidad rural de Greenfield, Glen Coe cometió un crimen atroz: secuestró y violó a Cary Ann Medlin, de ocho años. Su víctima le dijo que estaba haciendo algo malo y le aseguró: “Dios te ama”; con ello sólo logró enfurecer al agresor, quien la sujetó del pelo y la mató a cuchilladas.

En labios de un adulto desconocido y salvo, la frase “Dios te ama” me parece irritante y ofensiva, no sólo por el abuso de confianza para el destinatario, sino por la supina blasfemia de quien la pronuncia y presume, así, de conocer los amores o los desamores divinos. Pero en la voz de una niña violada, inerme y seguramente aterrorizada, la expresión habría tenido que conmover a cualquier persona en uso de sus facultades.

Glen Coe no se conmovió, tal vez porque, como lo diagnosticaron en la corte cuatro siquiatras y dos neurofisiólogos, presenta un cuadro de esquizofrenia paranoide y padece daño cerebral crónico. Tales conclusiones fueron presentadas por los abogados del asesino en distintas instancias del proceso penal contra el asesino, para acogerse a la disposición de la Corte Suprema de Justicia que prohíbe ejecutar a individuos afectados en sus facultades mentales. Sin embargo, el estado de Tennessee sostiene que Glen Coe tiene conciencia de su próxima muerte y de los motivos del estado de Tennessee para provocársela mediante una inyección intravenosa de sustancias tóxicas, y que en esa circunstancia, la resolución del tribunal supremo no viene al caso.

Duele pensar que Cary Ann Medlin, quien ahora tendría 29 años, se equivocó en sus últimas palabras y que Robert Glen Coe no está entre los amados de Dios, o bien que Su amor no sirve de nada. Porque, si lo hubiese amado aunque fuera un poquito, no habría permitido que se volviera loco, no lo habría dejado hacer lo que hizo y no lo tendría, ahora, en el pabellón de la muerte de la cárcel de máxima seguridad de Riverbend, Nashville, Tennessee.

La prensa del estado se ha hecho eco del escándalo de diversos sectores cristianos y judíos de la sociedad, para los cuales es inadmisible que la primera ejecución que va a tener lugar en el estado en cuatro décadas se realice precisamente en días de Semana Santa, o bien en el comienzo de la Pascua hebrea. Tal vez consigan un gesto de cortesía gubernamental o judicial y acaso el envenenamiento controlado de Glen Coe se posponga unos días, de modo que nadie pueda reclamar que le amargaron los días, de por sí amargos, en que se conmemora la Pasión. Pero el estado de Tennessee cuenta con 193 documentos legales para justificar la aplicación de la pena capital al reo y, hoy por hoy (mañana, quién sabe), los exhibe en Internet, como prueba máxima de su razón y su certeza. 

11.4.00

El agua y los gorilas


Ahora está de moda decir que las guerras y los conflictos futuros no serán por el mando geoestratégico ni por el dominio de los mercados ni por el control del petróleo sino por el agua. Tal vez la profecía se esté quedando vieja. Si uno voltea a Oriente Medio, a Tepoztlán o a Cochabamba puede observar confrontaciones de muy distintas escalas originadas en problemas de abastecimiento hídrico.

La cáscara de la democracia boliviana es tan frágil como el envoltorio de persona civilizada que ostenta su gobernante actual, Hugo Bánzer Suárez, gorila en los años setenta y político constitucional en tiempos de paz interna: traje y corbata y un discurso de modernizador económico de esos que causan furor entre las huestes presidenciales latinoamericanas cuando se dan cita en los desfiles de modas ideológicas. A tono con ese discurso, el general Bánzer se dio a la tarea de convencer a los bolivianos que nada es gratis en esta vida, que no hay razón válida para que el Estado se haga cargo de obras de elemental beneficio común y que para eso está la inversión privada, tanto nacional como extranjera.

En este caso se trata de la empresa Aguas del Tunari, compuesta por la inglesa International Water y la española Abengoa, que operaba, bajo concesión, el servicio de agua potable de Cochabamba, y era la encargada de realizar el proyecto múltiple Misicuni. La concesionaria, con el visto bueno gubernamental, pretendió incrementar 20 por ciento las tarifas a los consumidores y eso provocó varios días de protestas nacionales, bloqueos que paralizaron la red carretera del país, un amotinamiento de policías en La Paz, varias huelgas de hambre en distintas ciudades, ocho muertos, 42 heridos, así como varias decenas de activistas sociales presos y deportados al departamento amazónico del Beni.

Bánzer resultó fiel a sus genes y para enfrentar la situación decretó el estado de sitio, suspendió las garantías, amordazó los medios electrónicos de Cochabamba, sacó los tanques contra los manifestantes y recurrió a la mentira de Estado y a la desaparición de personas en el más puro estilo retro: Angel Claure, un cochabambino de 17 años, fue sacado de su casa la noche del viernes por encapuchados que lo obligaron a abordar un vehículo sin placas; al parecer, fue llevado a la Base Aérea, y de allí a la unidad militar de El Beni, según denunció su madre. En Patacamaya la tropa desalojó con violencia las carreteras y asesinó de un balazo al dirigente Rogelio Calisaya. El coronel Oscar Gámez, comandante del batallón que realizó el operativo, aseguró que sus efectivos sólo dispararon al aire y que Calisaya había muerto a causa de un ataque cardiaco, a pesar de que el cuerpo del líder fue atravesado por una bala que entró a la altura de la cadera y salió por la pelvis. En Sucre la policía allanó la universidad, detuvo a 16 estudiantes huelguistas e hirió a otros 17 con balas de goma.

En plena regresión a su esencia de gorila, Bánzer no perdió, sin embargo, los hábitos de modernizador. Mientras la población de Cochabamba se insurreccionaba y le metía fuego a un par de locales gubernamentales, el presidente aseguró que la suspensión de garantías busca preservar “el estado de derecho y los esfuerzos del diálogo social” y a asegurar la victoria de la “nueva Bolivia que trabaja, participativa, dialogante, concertadora y positiva”, por sobre la “vieja Bolivia insurreccionalista, la de barricada y montonera”.

Sin embargo, la “vieja Bolivia” ha puesto en jaque al viejo gorila encorbatado, quien tiene ante sí, aparte del vasto repudio social, el rechazo de los partidos opositores, la condena del episcopado al estado de sitio y el inicio de un proceso de habeas corpus por parte de la ombudsman, Ana María Campero, para restituir la libertad de los dirigentes secuestrados en El Beni, una posible fractura en su coalición de gobierno.

Una posible moraleja es lo impreciso de la expresión popular “gorila”, aplicada a los gobernantes militares y sanguinarios --aunque después se vistan de seda-- de este sufrido subcontinente. Porque hasta el más lerdo de esos primates así llamados sabe perfectamente lo que sabíamos todos hasta hace dos décadas y que hoy ignoran Bánzer y sus compañeros de fiebre privatizadora: que el agua para consumo de cualquier ser viviente tiene que ser gratuita.

28.3.00

Cinco dólares


El Congreso de Chile aprobó el sábado una reforma constitucional para esconder a Pinochet bajo la alfombra y echarle comida en su escondite: fuero judicial de ex presidente (un candado que no tiene llave legal para ser abierto), retiro del Senado y un sueldo mensual de seis mil dólares. El presidente Ricardo Lagos está ante el predicamento de dejar pasar esa vergüenza o de vetarla y enfrentar el disgusto de sus aliados democristianos que prefieren al ex tirano guardado en el closet legislativo antes que en la cárcel.

Hay que simplificar las cuentas: desde la perspectiva de la rentabilidad, introducida por el propio Pinochet en este subcontinente y luego copiada por sus émulos económicos del bando civil, el Estado chileno va a pagarle al general cinco dólares mensuales, de aquí a que se muera, por cada uno de los mil 198 chilenos detenidos/desaparecidos durante su régimen, sin considerar a los asesinados simples.

El dinero correspondiente sale del fisco, es decir, de los impuestos que pagan los chilenos, entre los cuales hay no pocos familiares de asesinados por la dictadura y víctimas de la tortura y el exilio. Creo que no va a gustarles la noticia de la aprobación de esa “dignidad de ex presidente de la República” para el tirano.

El acto legislativo es atroz, pero eso no significa que las cosas no hayan cambiado en Chile a raíz de la detención, el arresto y el regreso de Pinochet, quien partió a Londres como intocable y volvió como acusado en 77 procesos penales; se fue como prócer y retornó como apestado político. Ahora, si Lagos no veta la reforma constitucional, habrá que fabricar la llave del candado y hacer posible el desafuero del “ex presidente”.

Los promotores de los procesos judiciales libran una carrera contra el tiempo. Las células del tirano no van a dar para mucho más, y es necesario evitar que Pinochet llegue al banquillo de los acusados en calidad de legumbre. Existen, lo que es más, grandes probabilidades de que muera antes de que se desembrolle el nudo legal de sucesivas capas de impunidad.

Un dato fundamental, que debiera ser reconocido como una victoria mayúscula de la justicia y la humanidad, es que en algún momento de los 16 meses transcurridos desde la captura londinense, se produjo la muerte política del dictador. En caso de que fallezca también físicamente, o llegue a parecerse tanto a una lechuga que se vuelva inimputable, quedarán no pocos corresponsables de la atrocidad para ser juzgados.

Por ahora, el presidente Lagos tendría que evitar la monstruosidad de que el dinero de los chilenos sea empleado --entre otras cosas-- en recompensar a Pinochet por sus crímenes, a razón de cinco dólares por víctima.

21.3.00

Vestidos de blanco, verde y negro


Uno despliega los pulmones para recibir el aliento de la primavera, pero entonces, desde el Atlas que reposa en el librero, llega un olor a carne humana frita. Hay que abrir las ventanas de par en par, no para recibir los aires primaverales, sino para ventilar la casa y revisar qué es esa quemazón en el libro geográfico. En la doble página de África se localiza el incendio: en Kanungu, no lejos del Lago Eduardo y las fronteras con el Congo y Ruanda. Un número de seres humanos imposible de cuantificar, porque el fuego hizo bien su tarea, optó por la incineración en vida en el interior de un templo herético cristiano, cerrado a piedra y lodo. Entre los restos había bebés y niños y mujeres y hombres.

Unas horas antes, los pedazos chamuscados eran más bien gente que comía pollo y pan de mijo, y bebía refrescos y pertenecía al Movimiento para la Restauración de los 10 Mandamientos de Dios, un culto desprendido de la Iglesia católica y excomulgado por Roma. Desde fines del año pasado, sus dirigentes espirituales les dijeron que el fin del mundo estaba cerca. La profecía fue recorrida del primer día del 2000 a estas fechas, cuando en el Hemisferio Norte entra la primavera. Pensaban en su iglesia como el Arca de Noé, y se congregaron en ella cuando se les anunció la llegada del tiempo de la calamidad.

Hay que abrir bien las puertas y ventanas para enterarse del destino de esos pobres creyentes. Ellos, antes de encerrarse en el recinto y clausurar sus puertas y ventanas con tablas clavadas, sacrificaron una vaca y se la comieron. Quiere decir que los integrantes de esa comunidad religiosa no la pasaban tan mal, como el resto de sus compatriotas. Uganda es un país difícil para las cifras.

A falta de un censo oficial confiable desde 1970, la CIA proyectó, en julio de 1999, una población de 22 millones 800 mil almas, con un ingreso per cápita de mil 20 dólares al año. Una fuente local habla de un PIB per cápita de 850 dólares, y el Estudio de países de la Biblioteca del Congreso de 304.

El espionaje estadunidense, que tiene las cifras más optimistas, atribuye a los ugandeses una esperanza media de vida de 43.06 años (42.2 para los hombres, 43.94 para las mujeres), una tasa de mortalidad infantil de 90.68 por cada mil nacimientos y un índice de fertilidad de 7.03 hijos por mujer.

El porcentaje de analfabetismo es de 30.2 por ciento (o de 44 o de 50, según la fuente) y 55 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza. El agro ocupa 86 por ciento de la fuerza de trabajo, pero produce sólo 44 por ciento del PIB; los servicios, en cambio, emplean a 10 por ciento de la fuerza laboral y producen 39 por ciento del producto interno bruto. En el país hay una alta incidencia de malaria, tétanos, tuberculosis y anemia, y el sida alcanza allí proporciones de peste bíblica.

No creo que estos datos hayan tenido incidencia alguna en la decisión de los sacerdotes apóstatas de Kanungu de llevar a sus fieles al paraíso dudoso de las llamas. Estaban convencidos, más bien, de la llegada del tiempo de la calamidad, como si ésta no se hubiera instalado en Uganda, y alrededor de ella, desde hace tres décadas, cuando el dictador Idi Amín Dada se comía a sus más selectos opositores y guardaba los restos en el refrigerador presidencial.

Ahora mismo se habla de una recuperación “espectacular”, pero la corrupción devora el magro presupuesto estatal con una voracidad análoga a la del antiguo tirano, los desasosiegos armados continúan presentes y el país está cercado no sólo por lagos, sino también por un conjunto de vecinos que sufren guerras civiles interminables.

El suicidio y el asesinato fueron inspirados, en todo caso, por la inminencia de la primavera. Estas personas del Movimiento para la Restauración de los 10 Mandamientos de Dios se parecen a sus próceres y ancestros de Guyana, de Waco y de San Diego, al menos en un punto excluyente: nadie actuó por pobreza ni por hambre.

El problema es que el Atlas (el tomo, abierto, se ha ventilado y se disipa ya su aroma de prójimo a las brasas) indica con terquedad que Uganda es un país mediterráneo, salpicado de lagos, eso sí, y ecuatorial: es decir, la cintura del planeta pasa por la mitad de Uganda, o sea que allí no hay más estaciones que la seca y la húmeda, que en esas tierras el comienzo de la primavera septentrional le importa un rábano a todo mundo y que el misterio de la parrillada, en consecuencia, persiste.

14.3.00

Perdón


Pero he aquí que por todas partes encontraron aflicciones extensas y sombrías tinieblas, graves tribulaciones, rapacidad, quebranto, hambre y peste. Parte de ellos se metieron en el mar, buscando en las olas un sendero, también allí se mostró contraria a ellos la mano del Señor para confundirlos y exterminarlos pues muchos de los desterrados fueron vendidos por siervos y criados en todas las regiones de los pueblos y no pocos se sumergieron en el mar, hundiéndose al fin, como plomo.

En lo anterior uno puede encontrar reminiscencias bíblicas y hasta ecos de la Visión de los vencidos, pero es la crónica Sebet Yehuda, que narra la expulsión de las juderías de Castilla y Aragón, y que es de la autoría del escritor sevillano Salomón ben Verga. La solución final de Isabel y Fernando, antecedida por matanzas azuzadas por Roma y por varias bulas papales (Benedicto XIII y Sixto IV) fue finalmente compuesta en un papel por Tomás de Torquemada y puesta sobre la mesa del despacho real, donde permaneció varios días, hasta que el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos emitieron el edicto correspondiente, que obligaba a los judíos a abandonar el Reino --con prohibición expresa de llevar consigo moneda acuñada, metales preciosos y caballos-- o a convertirse al catolicismo. Entre 70 mil y 170 mil judíos --dependiendo de si se consulta a fuentes hebreas o españolas-- partieron al desamparo del destierro, dejaron atrás su Sefarad natal y llevaron consigo (eso no lo prohibía el Real Decreto) las llaves de sus casas y un idioma colorido que aún se escucha en pequeñas comunidades dispersas en Medio Oriente y el norte de África.

Quinientos años más tarde Juan Pablo II pretende pedir perdón por las atrocidades que cometió su iglesia en forma de una disculpa light que renueva la liturgia, pero que deja intacta la barbarie: faltas agrupadas en seis categorías arbitrarias que ni siquiera coinciden en número con los pecados capitales, las virtudes teologales o los mandamientos y perdones sin más destinatarios ni destinatarias que Dios y ningún otro nombre propio. A pesar de su aliento dificultoso, Wojtyla bien habría podido pronunciar Santo Oficio, Isaac ben Yudah Abravanel, Tomás de Torquemada, Pedro de Arbués, Avignon, Albi, Noche de San Bartolomé, Contra Idolorum Cultores, Plaza del Volador, Familia Carvajal, Tomás Treviño de Sobremonte, José María Morelos y Pavón, Pío XII, Banco Ambrosiano, Teoría de la Evolución o Leonardo Boff. Entre muchos otros. No se trata de ser exhaustivos en la enumeración, y además no se puede. Millones de seres humanos han dejado este mundo con el garrote vil trepanándoles la nuca, en medio del fuego de la hoguera, en los sótanos de tortura o en paredones de fusilamiento; muchos millones más vieron sus vidas torcidas, sus familias dispersas, sus posesiones confiscadas, y todo ello por iniciativas de una organización que se ostenta como esposa y carne de Cristo. En la enorme mayoría de los casos no había más delitos que la falta de fe, la fe distinta a la católica o una actitud política contraria a los poderes terrenales de la Iglesia y de sus aliados seculares. Si el papado es lo que dice ser, y si Él es quien Es, sería inevitable la conclusión heterodoxa de que Dios es sádico pero, eso sí, bien hipócrita.

Carguen la primera parte de esta blasfemia a la cuenta de los innumerables pontífices que encabezaron el brazo armado de la Providencia, y la segunda a la de quienes se reconocen, hoy, como meros gerentes de Su agencia de Relaciones Públicas y Marketing. Todo genocidio (y Roma tiene varios de ellos a su espalda) es doblemente intolerable si desemboca en la impunidad y la simulación; por ejemplo, la vistosa disculpita del sábado. En el caso del Santo Oficio, por ejemplo, la burocracia vaticana lleva un tiempo fabricando revisiones históricas no muy distintas a las que pretenden negar la existencia del holocausto realizado por los nazis. En noviembre de 1998, cuando ya se preparaba el Mea Culpa de Wojtyla, Georges Cottier, organizador del simposio vaticano sobre la Inquisición, insistía en que ésta era un producto natural de su contexto histórico en el que la pena de muerte era moneda corriente. Cuando se le preguntó sobre los defectos de Torquemada, consideró que “el afán obstinado por perseguir el rigor de la virtud podría tener algo de inhumano” y agregó que era “igual de duro que Calvino” (Zenit, 9 de noviembre de 1998).

Pienso que Wojtyla se habría sentido muy aliviado si el sábado pasado, frente al Crucificado del Siglo XVI, de sus labios papales endurecidos hubiesen surgido las palabras genocidio, atrocidad, asesinato.

7.3.00

Mumia y Amadou


En Nueva York una corte absolvió recientemente a cuatro policías blancos que mataron de 41 balazos a Amadou Diallo, un joven inmigrante originario de Guinea que vendía sombreros en las calles. Tres de ellos tienen antecedentes por haberse excedido, en otras ocasiones, en el uso de sus armas de fuego. Según las explicaciones oficiales, los agentes del orden buscaban en las calles del Bronx a un violador múltiple en el momento en que divisaron a Amadou, quien se disponía a entrar al edificio donde vivía. Cuando la víctima sacaba su cartera del bolsillo, los policías supusieron que el muchacho se disponía a empuñar un arma y dispararon a discreción. No hay que olvidar estos nombres: Sean Carroll, Edward McMellon, Kenneth Boss y Richard Murphy, los asesinos absueltos, pertenecen a la Unidad de Delitos Callejeros (SCU, por sus siglas en inglés). De cada 45 presuntos delincuentes detenidos por la SCU, sólo 10 son sujetos de arresto legal; los agentes de la corporación apenas reciben entrenamiento, actúan sin supervisión directa y son calificados en función del número de arrestados que logran y, en consecuencia, violan la Constitución todos los días, según un policía retirado que habló para Newsday. Ya en 1997 un gran jurado recomendó a las autoridades de la ciudad un mayor control sobre los policías de la SCU, dos de los cuales habían disparado 24 tiros contra un negro desarmado. Pero hoy en día, ante la ola de indignación que provocó la absolución de los asesinos de Amadou, el alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani, y el comisario de Policía, Howard Safir, se limitan a ofrecen a la opinión pública la disyuntiva entre aceptar una policía ruda o dejar que la ciudad caiga en la anarquía. Como dice Cynthia Cotts, del Village Voice, el mensaje de los gobernantes neoyorquinos es que “incidentes aislados” como el homicidio de Amadou, es el precio que hay que pagar para tener calles seguras.

Pero la muerte de este inmigrante de Guinea ųcorroborar el dato de su nacionalidad implicó una ardua búsqueda, porque los medios informativos dieron por referirse a él simplemente como "africano"ų no es un mero accidente, sino la consecuencia de un patrón sistemático de conducta racista, paranoica y brutal de la policía neoyorquina, y la exoneración judicial y gubernamental de los homicidas confirma que esta traducción práctica de la consigna de mano dura forma parte de una línea de gobierno.

La absolución de cuatro policías blancos que acribillan de 41 balazos a un negro inocente contrasta con la condena a muerte del negro Mumia Abu-Jamal, acusado de asesinar de un tiro a un policía blanco. En el juicio inicial, realizado en Filadelfia entre junio y julio de 1982, se eliminó del jurado, mediante amenazas de la Fiscalía, a los integrantes negros; se pasó por alto que en el cuerpo de la víctima había un agujero de calibre .44, en tanto que el arma del acusado era un revólver .38; se prescindió de peritos balísticos y de médicos legistas porque la Corte no tenía fondos; se escamoteó la comparecencia ante el jurado de testigos de descargo que desmintieron la acusación contra Mumia y que fueron sistemáticamente intimidados; se prohibió la presencia del acusado en la mayor parte de las audiencias, y se permitió que el Fiscal basara parte de su alegato en la militancia política de Mumia, quien, tras pertenecer al Partido Pantera Negra, se destacó como periodista y defensor de los derechos humanos, especialmente los de los negros.

Desde entonces, Mumia, quien hasta su detención en 1981 carecía de antecedentes penales, ha vivido 22 horas al día en una celda aislada, y cuando publicó el libro Live From Death Row (Addison-Wesley, 1995) se le castigó con la cancelación total de visitas y llamadas telefónicas. En el afán de aislar a este prisionero, el sistema penitenciario de Pensilvania estableció incluso la prohibición a los medios de entrevistar o fotografiar a cualquier reo en el estado.

Amadou, con 41 balazos en el cuerpo, está muerto. Mumia está vivo, pero Estados Unidos insiste en enviarlo a la tumba ųeste año, de ser posibleų con una dosis de sustancias venenosas en el organismo. Amadou vendía sombreros en las calles de Nueva York y Mumia distribuía ideas de igualdad y cambio social en Oakland y en Filadelfia. Uno nació en Guinea y el otro en Estados Unidos. Uno fue enterrado como víctima sin victimarios y el otro fue condenado a muerte como victimario sin víctima. Ambos son negros y miembros de la especie humana.