27.1.99

Enseñanzas


El domingo, tres ángeles de la Anunciación sobrevolaron durante tres horas el área donde resido. Todavía tengo grabadas en los tímpanos las vibraciones de sus rotores y turbinas. Aprendí que Dios habla y se expresa con el ruido de aspas del helicóptero Bell que protege a su Vicario. En eso se resume la enseñanza teológica y tecnológica de estos días de feria sagrada para un bicho que permanece al margen de revelaciones, que casi nunca abandona la superficie del planeta y que, cuando va al Cielo, no viaja en la cabina de mando sino en un asiento de clase turista.

Por lo demás, la visita papal me dejó la certeza que la disputa universal por el centro político en este continente ha sido ganada en forma trascendente ųes decir, de aquí a mucho tiempoų por la Iglesia Católica. Ninguna otra corporación política, ninguna sucesión de dirigentes como la estirpe de pontífices romanos, han sido capaces de generar un discurso tan brillantemente ambiguo ni tan centrado en la condenación de (casi) todos los excesos. Lo digo con admiración pero también con tristeza, porque la victoria vaticana pone en las sociedades un sello inmovilista y totalitario acompañado, en el mejor de los casos, de un aroma tenue de amor al prójimo. "No hay más fe que la nuestra" pueden pregonar ahora, a la luz de los arrasadores éxitos de su planilla en lo ideológico, lo político, lo económico y lo comercial, los hombres del Vaticano en América. En la era moderna, protestantes, budistas, ortodoxos o chamanes pueden dar gracias a Dios de que la Iglesia Universal haya renunciado, con esa generosidad característica de los vencedores, a su potestad de mandarlos a la hoguera, y que les dé permiso para la existencia, siempre y cuando no rebasen los ámbitos marginales del mercado espiritual.

Con una reserva asegurada de cientos de millones de almas, y tras su transición triunfante a los temas contemporáneos, la Iglesia Católica puede darse el lujo incluso de mantener la infalibilidad de su jefe máximo. Y éste ya dijo que condones no, ordenación de las mujeres no, divorcio no, matrimonio de religiosos(as) no, Teología de la Liberación no, despenalización del aborto no, y otras negativas con las que habremos de convivir, por lo menos de aquí a que en el Juicio Final una instancia superior rectifique los términos del Papa.

En mi texto anterior mencioné a León Toral como sujeto de un inexistente proceso de canonización, equívoco que un amable lector me señaló por la vía del correo electrónico. Ofrezco una disculpa por el dislate.

22.1.99

Epístola a Juan Pablo II


Sea bienvenido, señor Karol Wojtyla, Juan Pablo II, sucesor de Pedro. Que el amor generoso de su grey mexicana lo reconforte y alivie; que su visita rinda frutos positivos; que los aires emponzoñados de este valle no acentúen los males de su salud precaria.

Es, la de usted, una representación trascendente: en su persona confluyen la autoridad máxima del filón más numeroso de seguidores de Cristo, la jefatura de un Estado, la cabeza de una organización transnacional con millones de empleados, decenas de millones de fieles e intereses celestiales y terrenos inconmensurables.

Tal vez la conjunción de estas investiduras explique el revuelo que provoca su llegada. Ante la importancia de todos sus cargos humanos y divinos, acepto con resignación las parvadas de ángeles de la guardia que, munidos de walkie-talkie y escuadra 9 milímetros, revolotean en mi barrio y en muchos otros, y que han colocado a incontables habitantes de esta ciudad en condición de estado de sitio.

Más allá de esas molestias pasajeras, su presencia me hace evocar viejas preguntas sobre los problemas de ser Papa, es decir, de conciliar las potestades y atribuciones de las que es depositario alguien como usted y que, a ojos de un profano, parecen contradictorias. Pienso, por ejemplo, en la disyuntiva entre ser el más autorizado anunciador de la Buena Nueva --la presencia del Hijo del Carpintero, el que echó del Templo a los mercaderes-- y ser, al mismo tiempo, jerarca de una burocracia que asimila las más modernas prácticas mercantiles y que ha descubierto la tecnología para empaquetar la fe en bolsas de papas fritas. No es una banalidad, señor Wojtyla: el frenesí comercializador al que asistimos es un rasgo característico --como el ahondamiento de las desigualdades, el arrasamiento de las economías débiles, la satanización, nunca mejor dicho, del Estado de bienestar-- de una modernidad que usted, desde su trono pontificio, contribuyó a implantar en el mundo, y que ahora combate.

Pienso, también, en la consigna de la defensa absoluta de la vida humana, enarbolada por la Iglesia Católica, y la absolución de los gobiernos que practican la pena de muerte, preceptos discordantes que conviven en las páginas de su catecismo.

Pienso en el mensaje de amor y caridad pregonado urbi et orbi y me vienen a la mente los curas que comparten la suerte de sus pueblos y a los que, por esa actitud, el Vaticano somete a un implacable acoso teológico y administrativo; recuerdo las directrices de opresión y marginación que emanan de Roma para las mujeres católicas del mundo; evoco la carencia absoluta de compasión --ya no digamos de comprensión-- hacia las personas que asumen el libre albedrío de su cuerpo; reparo en una jerarquía eclesiástica que convierte la superstición y la ignorancia en preceptos morales y que se ha convertido en cómplice de la muerte y copropagadora de la epidemia más asoladora de nuestro tiempo. Imagine por un momento, señor Juan Pablo II, el panorama de salud pública que tendríamos hoy si algún antecesor de usted hubiese proclamado, contra las vacunas del sarampión o la tuberculosis, una prohibición semejante a la que usted mantiene contra el uso de condones. Concluyo que usted y sus hombres han contribuido a que la humanidad esté más enferma y diezmada de lo que podría estar si dejaran a los epidemiólogos hacer su trabajo.

Volviendo a su presencia aquí, recuerdo que hace un tiempo usted mostró grandeza y humildad y pidió perdón, en nombre de su Iglesia, por la barbaridad que ésta cometió, hace varios siglos, contra Galileo. Creo que en este suelo sería bienvenido, por parte de usted, un acto de contrición semejante por los infames procesos inquisitoriales a que fueron sometidos, a principios del XIX, Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, próceres, ambos, entrañables para los mexicanos, a pesar de lo que digan los dislates a que induce el alzheimer caribeño.

Los procesos de canonización de Juan Diego, de León Toral y de otros que no recuerdo, sin duda incrementan el sentido de pertenencia de los fieles nacionales y tal vez, si culminan, hagan sentirse menos solo a Felipe de Jesús, único representante de este país en el santoral católico. Una disculpa y una muestra de arrepentimiento de parte de usted, señor Wojtyla, por la complicidad de la Iglesia Católica en los asesinatos de los dos más importantes padres de esta Nación, lo haría a usted más amado entre los católicos de México, y más respetado entre los mexicanos no católicos.

Y nuevamente, señor Karol Wojtyla, Juan Pablo II, sucesor de Pedro, le deseo buena suerte y una visita feliz.

12.1.99

Los niños de Jordan


En recuerdo de Rodolfo Peña

Las drogas ilegales, como cualquier otro producto de este valle de gérmenes, están sujetas a las tendencias generales de los avances tecnológicos. Para mantenerse en el mercado, los fabricantes y los mayoristas deben producir y comercializar cosas cada vez más pequeñas, cada vez más baratas y cada vez más eficientes: miniaturización, competitividad y calidad son, a fin de cuentas, los retos de la industria en el fin del milenio. En Estados Unidos, en materia de drogadicción y narcotráfico, tales tendencias han producido un auge de las metanfetaminas y han vuelto a poner de moda la heroína, en detrimento de la cocaína y la mariguana.

Este fenómeno ha sido puesto en el debate público por el propio vicepresidente Al Gore, cuya apacible expresión corporal lo mantiene a salvo de toda sospecha en cuestión de consumos ilícitos. El viernes pasado, en Des Moines, Iowa, que solía ser una sociedad tan ajena a los sobresaltos como el propio Gore, éste acusó a las metanfetaminas de amenazar nada menos que ''el tejido social'' de la región. Funcionarios de la DEA, citados por Reuters, coinciden: tanto las sustancias mencionadas por el segundo de Clinton como la heroína se han convertido en drogas recurridas por gente de todas las clases sociales, y su uso tiende a expandirse en todos los sectores de la población, y con particular rapidez, en los entornos rurales.

Los precios de estos fármacos prohibidos han experimentado una perceptible caída en el curso del último cuatrienio: una onza de heroína costaba, hacia 1995, entre 3 mil y 7 mil dólares, mientras que hoy en día su cotización oscila entre mil y 3 mil dólares. En cuanto a las metanfetaminas, su costo por libra ha pasado de un rango mínimo de 10 mil a 5 mil dólares en las bolsas de valores de la cuadra.

Sobre la calidad del producto, el grado de pureza de la heroína corriente que se consigue en los mercados de Estados Unidos se ha incrementado de 25 a 50 por ciento, hace cuatro años, a 99 por ciento en el presente, de acuerdo con reportes de la DEA que atribuyen a este hecho el aumento de muertes por sobredosis: 4 mil anuales, en promedio, en los últimos tres años, comparadas con las 2 mil anuales que se registraban a mediados de los setenta, en la oleada anterior de entusiasmo heroinómano.

Y qué decir de la miniaturización: un portafolio lleno de heroína tiene más poder de sugestión --por así llamarlo-- que un camión entero de mariguana, aunque los conocedores afirman que los efectos de ambas sustancias son claramente diferentes.

El hecho es que, en Estados Unidos, por diez o 15 dólares, cualquier granjero, estudiante, corredora de bolsa o estrella de cine, puede pasar una noche de fábula: según puede inferirse del comportamiento del mercado, las estrellas se ven mejor con una dosis de metanfetaminas (meth, como se les conoce popularmente), o con un piquetito de heroína, que con un telescopio ecuatorial.

Por lo que respecta a los turistas químicos, ojalá que gocen de sueños felices, si ése es su gusto, y que tengan el sentido común para no atascarse hasta quedar tiesos y fríos e ingresar en la estadística. Pero hay un problema adicional: sus manías se están volviendo un argumento para acusar a México, una vez más, de ser el principal proveedor de viajes prohibidos.

Phil Jordan, ex funcionario de la DEA, lo expresó a Reuters, con ese tono melodramático, patriotero e insoportable que precede al chantaje y a la presión política: ''Los precios bajan, la pureza aumenta y eso está matando a nuestros niños''. Tanto Jordan como Robert Castillo, agente especial a cargo de la oficina de la DEA en El Paso, afirman que se incrementó el volumen de la heroína y las metanfetaminas que llegan de México. Lo atribuyen a que los cárteles de nuestro país están dejando de lado el negocio de la cocaína y volcándose al mercado de heroína y meth porque es más lucrativo y de ese modo no tienen que compartir sus utilidades con los colombianos.

A ver qué día la sociedad estadunidense deja de atribuir los resultados de su propio tedio y su desesperanza a peligros y conjuras del exterior. Por una razón que no alcanzamos a entender, y que escapa a los radares y los sistemas de inteligencia de la DEA, la CIA y el Pentágono, ''los niños'' mencionados por Jordan han decidido matarse solos.

5.1.99

Se buscan marcianos


A Julieta Fierro

El amanecer de este año nos encuentra más empobrecidos que el anterior, y más salvajes. Las incertidumbres económicas mundiales de 1998 se hicieron acompañar de retrocesos nefastos en términos de convivencia. Por ejemplo: a fines de año la democracia de Estados Unidos llegó a grados insólitos de descomposición y trastocamiento; Bagdad fue bombardeada una vez más; la sangre de los inocentes se derramó en Kosovo de nueva cuenta; en Camboya se ha refrendado la impunidad para los genocidas del Khmer Rojo, y las guerras tribales y nacionales, impulsadas por intereses externos e inconfesables, van en vías de convertirse en parte del paisaje natural africano.

Pero la compulsión universal de malgastar vidas humanas tiene extraños contrapuntos. En la mañana del primer domingo de este año, en Cabo Cañaveral, una sonda fue lanzada en dirección a Marte. Llegará a su destino a principios de diciembre. Tiene la misión de buscar trazas de agua en el polo sur del planeta hermano y dar algún fundamento a la esperanza de hallar, algún día, evidencias de vida marciana, aunque sea extinta.

Hace cinco generaciones que los niños, los adolescentes y algunos adultos sueñan con encontrar marcianos. Ya sea en la advocación de enanos verdes o en la de protozoos y células elementales, los hipotéticos vecinos cósmicos son una obsesión mundial desde hace mucho tiempo, tal vez desde que los humanos cobraron conciencia de que la muerte como especie --o el suicidio, es decir, el genocidio-- es una posibilidad real. Diríase que, a mayor violencia y destrucción humana, cultural y ecológica, mayor es el empeño por descubrir que no estamos solos en este universo y que la vida es, con todo, más fuerte que nuestras aptitudes depredadoras. La búsqueda persistente de vida más allá de la atmósfera planetaria parece un síntoma de mala conciencia. Ojalá, porque la mala conciencia sería una buena noticia, un dato esperanzador para comenzar el año.

El hecho es que, por culpa o por morbo descubridor, 328 millones de dólares fueron presupuestados para el proyecto de esta nueva sonda a Marte. Tal suma es una baba de perico comparada con las decenas de miles de millones que se gastaban en cada viaje a la Luna del programa Apolo. Pero aquello formaba parte de la guerra fría y su justificación más importante no era el conocimiento científico, sino la carrera tecnológica de los orgullos de superpotencia. Ahora, en forma más modesta, pero más genuina, la NASA y la ESA, su contraparte europea, peinan el sistema solar en busca de vestigios celulares.

Los hallarán, en el mejor de los casos, en entornos hostiles: en lagos de metano, en refrigeradores planetarios o en calderos hirvientes, y nos darán a todos la buena nueva que la vida es tenaz e indestructible, que prospera en ambientes más agresivos que Dachau, Cártago, Lídice, Acteal o Stalingrado, más inclementes que los sótanos de tortura, los gulags y las cámaras de ajusticiamiento.

Y si, a fin de cuentas, las atmósferas de amoniaco de Titán o los vientos marcianos, arenosos y tóxicos, no hubieran logrado impedir el desarrollo de bichos ínfimos, tal vez los estamentos más destructivos y thanáticos de nuestra especie tendrían que rendirse y admitir no la inmoralidad, no la injusticia, sino la inutilidad manifiesta de sus empeños.